29. Aemond

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Estaba a solos unos pasos del príncipe Lucerys, la magia con la que le recordaba seguía con él. Porque sus manos sudaban, su corazón latía rápidamente y su lobo lo arañaba con fuerzas para dejarlo libre e ir a sus brazos. Quería refugiarse en el regazo del príncipe Lucerys, añorar esas noches en las que solo ellos existían y eran felices. Fue extraño, no había ansiado la felicidad hasta que volvió a encontrarse con esos hermosos ojos verdes. Él no se había detenido a recuperar la ilusión de su vida, simplemente se resignó a la amargura del deber que cargaba en sus hombros. Se sintió vulnerable, el príncipe Aemond se paralizó y el mundo también. Los nobles y vasallos en el campo de entrenamiento se desaparecieron, el único al que podía apreciar con tanto detalle era al príncipe Lucerys.

La belleza que tanto se rumoreaba no le hacía justicia, el príncipe Aemond no podía apartar su mirada. Quería descubrir la madurez en cada uno de sus rasgos; los rizos castaños seguían mostrándose tan brillosos y largos, sus mejillas no perdieron ese dulce sonrojo y suavidad, esas finas y delicadas pestañas profundizaban sus ojos verdes, sus labios entreabiertos eran tan tentadores al igual que su cuello descubierto. El tiempo fue generoso con el príncipe Lucerys, se encargó de convertirlo en una ilusión y quizás, hasta una de las mejores creaciones de Los Siete. Su rostro tranquilo y gentil lo invitaba a extender su mano sobre él, mas esos hermosos ojos verdes se lo impedían.

Esos ojos verdes, que tanto recordaba con un brillo singular, lo acusaban. Tal vez, por haberle arrebatado su luz. O tal vez, por presentarse nuevamente en su vida y pretender quedarse en ella.

Lo cierto era que esos hermosos ojos verdes no lo miraban más con adoración y admiración.

Esos hermosos ojos verdes lo desconocían.

El príncipe Aemond pasó su saliva, su aroma a sándalo y eucalipto evidenciaba miedo -por primera vez en estos quince años. Dio un paso más hacia el segundo hijo de la heredera al trono, quiso ser el primero en saludarlo y terminar con ese insufrible silencio. Sin embargo, un pequeño platinado apareció para tirar del brazo del príncipe Lucerys. El menor consiguió una sonrisa del futuro señor de las mareas como el tierno gesto de despeinar sus cabellos, la escena caló en el corazón del hijo de la reina. Porque esos hermosos ojos verdes atendían al menor con tanto cariño, que su lobo aulló receloso de no tener la misma fortuna.

"Por tu culpa", su lobo le recriminó.

—Tío. —La voz del príncipe Lucerys lo volvió a paralizar, su tono lento no disfrazó la dureza con la que le saludó. O por lo menos, no para el príncipe Aemond.

El príncipe Lucerys lo había desconocido abiertamente al llamarlo de esa manera, el corazón del hijo de la reina Alicent se estrujó. "¿Así él se sintió aquella noche en Driftmark?", fue lo primero que pensó. Sufría de fuertes punzones en el pecho, que no pudo corresponder al mordaz comentario. Apenas asintió, observó cómo el príncipe Lucerys se regresaba a una de las torres acompañado de sus hermanos. Sus manos formaron un puño al divisar al príncipe Daemon, notó el comportamiento territorial del alfa al palmear los hombros de los dos hijos mayores de la heredera al trono. Dejaba en claro que esos omegas estaban bajo su cuidado, dudaba que la advertencia fuera para él.

Se giró, detuvo su mirada en cada uno de los nobles y vasallos en el campo de entrenamiento. Cualquiera sería un peligro; alfas, betas y omegas suspiraban embelesados ante el rastro de los hermanos Velaryon. Solo dos de ellos podrían tener una oportunidad, y era de esperarse que Los Lannister serían los primeros en arriesgarse. No consideraba dignos a ese par de alfas rubios, creció con ellos. Fueron sus escuderos, incontables veces los derribó y envió a cama por semanas enteras. No eran fuertes o hábiles en combate, no podían ser rivales.

LEGÍTIMO DERECHO [LUCEMOND]Where stories live. Discover now