Volver a los 17

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Algunos días después de mi cumpleaños Andrés apareció como si nada, no hizo algún comentario ni tampoco ninguno de mis hermanos, siguió viniéndome a revisar y al cabo de unos cuantos días sugirió que era momento de que intentará caminar.

En sus visitas estuve tentado a reclamarle, pero no sentí que tuviera cara para hacerlo, bien decían que recibes lo que das.

Eventualmente me fui recuperando y literalmente poniendo de pie, Andrés recomendó que fuera a fisioterapia para que tuviera una completa recuperación y no ocasionara problemas a largo plazo.

Me vino bien salir del cuarto y de la casa, hacia mucho que no veía la luz del sol más allá de la que entraba en la habitación.

Con el paso de las semanas recuperé la movilidad y pude dejar de depender tanto de mis hermanos, aunque ellos siguieron al pendiente de mí.

Por obvias razones no me dejaban salir si no era con alguno de ellos y la razón era justificable, sabía que tardarían un tiempo en estar tranquilos de que no cometería otra estupidez.

A decir verdad, quería sentirme más en paz conmigo mismo antes de hacer nada. Necesitaba tener claridad de cual sería mi siguiente objetivo porque claramente el de dejar de ser una carga no había funcionado.

Caí en cuenta que en este momento no podía valerme por mí mismo en más de un aspecto por lo que trate de tomarme las cosas con calma.

Me dediqué a las tareas del hogar y básicamente volverme un amo de casa.

Pasaba mis días cocinando, lavando la ropa que parecía increíble la cantidad que podía salir en dos días de solo tres personas y eso que Leo pasaba algunos días de la semana con Joaquín.

Aunque estar pasando mis días así era algo que anteriormente me hubiera inquietado ahora realmente lo estaba disfrutando, cada vez se volvía más tentador conseguirme un marido que me mantenga.

Fueron pasando las semanas sin mayor cambio hasta que llegó la noticia que todos esperábamos, el resultado de Mariana, ella no nos había dicho la fecha exacta por lo que nos manteníamos a la expectativa.

Al fin cerca de mediados de agosto apareció en la casa, entrando casi con bombos y platillos anunciando que había pasado.

—¡Entré! —chilló con emoción, por un momento olvidé lo que hacía solté el trapeador y corrí a abrazarla con fuerza levantándola del piso lo cual aproveché para sacarla de la casa—¡Alan! —se quejó.

—Me da mucho gusto, pero me estás haciendo huellitas—reclamé señalando mi piso recién trapeado con sus piezotes impresos en él.

—¡Alan! —siguió quejándose. No le permití la entrada hasta que no conseguí una jerga para que pasara.

—Ahora si—se la extendí frente a sus pies y a regañadientes se deslizó sobre de ella.

—¿Detuviste mi felicidad por tu piso?

—¡Pues claro! ¿Sabes el trabajo que cuesta mantenerlo limpio?

—Creme que sé de lo que hablas, pero ¡entré! —volvió a gritar y de nuevo la abracé —no vayas a sacarme otra vez —me dijo con voz amenazadora

—Mientras te mantengas en tu jerga niña. ¿Ya les dijiste a los demás? —Mariana negó con la cabeza.

—Apenas y le avisé a papá y luego corrí hacia aquí.

—Pues aún falta para que lleguen —comenté mirando el reloj de madera que estaba en el mueble de la tele, hasta hacia poco había notado que seguramente era el que le dio nuestro padre a Gus.

Ahora, nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora