Por siempre

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Días después del bautizo de mi sobrino, celebramos su primer año de vida, pese a que el pequeño no entendía a qué venia tanto jaleo, parecía feliz, además de que nuevamente recibió obsequios hasta de mis amigos, en definitiva, no podía estar en mejor lugar ya que todos estábamos por completo pendientes de él.

Los meses transcurrieron casi de la misma manera que los anteriores, enfocándome en el trabajo y disfrutando el tiempo con mi familia y ahora con Oscar, con el que pasaba la mayor parte de mi tiempo libre.

Cada vez se acercaba más mi cumpleaños y curiosamente también el de mi amigo y Pame, ellos cumplían años de manera consecutiva después de mí, quedaba más claro el apodo que tenían de gemelos.

Nunca le había dado importancia a la edad hasta ese momento, no podía creer que estuviera tan cerca de los treinta, aun me percibía como niño asustado ante la vida y aunque había logrado andar tranquilo y sin presiones comenzaba a sentir que debía estar haciendo algo más trascendental a esas alturas del partido, al menos tenía con quien compartir esa sensación ya que Oscar estaba casi en las mismas, con la diferencia de que el aún tenía más años de ventaja de asimilar el golpe, aunque sea poco no es lo mismo que te falten dos años para llegar al tercer piso que cuatro.

Pero en ese momento él estaba más preocupado por como celebrarlo, ya tenía un plan del cual me hizo partícipe sin siquiera preguntármelo, me parecía demasiado teniendo en cuenta el poco tiempo de conocernos, sin embargo, insistió tanto que acabé accediendo. Su plan consistía en ir con su familia dado que hacía tiempo no la había ido a ver dada la dificultad del traslado, siempre se lo celebraron junto con su prima por lo que este año no sería la excepción.

Cuando menos me di cuenta ya estábamos en julio y eso significaba que comenzaban los festejos por mi cumpleaños, lo celebré como cada año con mi familia y también en el trabajo, pese a que me embarga la desazón por estar cada vez más cerca a los tan temidos 30, disfruté mi día feliz.

Al salir del trabajo me fui a quedar con Oscar, ya que al día siguiente sería el viaje a casa de su familia y había que madrugar.

Él vivía con su abuela, la casa era grande con un amplio jardín, el primero en recibirme en cuanto mi amigo me abrió la puerta fue Ikki su perro, que en dos patas estaba de mi tamaño, era una mezcla de diferentes razas, pero eso no le quitaba lo bonito.

—Ikki, cálmate—le ordenó Oscar al verlo brincoteándome.

—Como estas Ikki, un gusto, un gusto—lo saludé intentando acariciarlo sin mucho éxito dado los brincos que daba.

—Saludas primero al perro que a mi —se quejó, me reí y dejé de prestarle un momento atención al can.

—¿Cómo está mi querido amigo? —pregunté sonriendo.

—Yo estoy excelente—respondió correspondiéndome la sonrisa—¿Y mi cumpleañero favorito, como esta?

—Cansado.

—Feliz cumpleaños—me felicitó intentado abrazarme, aunque Ikki no se lo permitió—Pero ya cálmate tú, como si nunca hubieras visto un humano—lo reprendió.

—Pero nunca uno como yo verdad Ikki—defendí al perro logrando aplacarlo y al fin acariciarlo.

—Ya vamos, mi abuela te preparo algo.

—¿A mí? —cuestioné asombrado.

—¡Claro! Hoy es tu día.

Me sentí un poco avergonzado con el detalle, cruzamos el patio con el perro brincoteándonos alrededor.

Ahora, nosotrosWhere stories live. Discover now