Capitulo 3

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-Buenos días, Marizza -dijo Luna cuando me vio entrar.

Ingresé a la galería y mantuve mi mirada en el suelo mientras me dirigía al piso superior, donde estaban las oficinas de administración.

Suspiré aliviada de no encontrarme con alguien que me reconociera, pues eso tomaría más tiempo y lo único que quería era conseguir mi pago y hacer
una salida rápida sin llamar la atención de nadie.

-Hola, Luna -sonreí de manera falsa
mientras me acercaba a su escritorio- ¿Mi pago está listo?

-Sí - rebuscó en los cajones del escritorio- El señor Aguirre está encantado con la venta de tus
cuadros.

-Mi economía está feliz- murmuré, agarrando el cheque de su mano.

-¿Cuándo tendrás más cuadros listos?- preguntó esperanzada.

Por casualidad del destino la hermana de Pablo, Mia era la esposa del hermano mayor del dueño de una galería de arte en la ciudad. Después de
ver uno de mis cuadros pensó que sería bueno que su cuñado los viera y concertó una cita para que nos reuniéramos, lo demás era historia y
ahora era una de las artistas más vendidas en su galería.

-Para finales de mes estará lista la nueva colección -informé. Esta colección iba a tratar del perdón, aunque no estaba lista para eso, pero las personas esperaban una evolución en mis obras.

-¿El próximo mes podríamos hacer la
exposición?- sus ojos brillaron de emoción y reí, pues ella era una de las más felices por mis exposiciones, ya que la primera noche de exposición era todo un éxito cuando mis obras eran las protagonistas. Todo se venderá en un
abrir y cerrar de ojos.

-Puede ser- me encogí de hombro.

-¿Cómo está Pablo?- cambió el tema
radicalmente y parpadeé para pensar en una respuesta que fuera válida para ella. La familia Bustamante era muy querida por Luna y siempre que iba por mi cheque, ella me preguntaba sobre ellos.

-Bien- dije y guardé el cheque en mi cartera antes de despedirme de ella- Te dejo, tengo un par de cosas que hacer antes de volver a seguir pintando.

-Cuídate -sonrió-  Un día de estos deberíamos salir en una noche de chicas.

-De acuerdo. Adiós

Giré y troté rápidamente para salir de ahí, pues quería alejarme de esas preguntas que lastimaban mi ser.

Llegué a la acera y suspiré, caminé a la estación de tren más cercana, pues
no me gustaba pasar mucho tiempo en la ciudad porque me traía recuerdos de Simón y yo divirtiéndonos en ella.

Estaba caminando con la mirada en mi teléfono, esperando recibir el mensaje de Pablo, ya que él siempre me escribía cuando llegaba a la estación de bomberos. Sin embargo, mi celular no tenía ningún mensaje recibido ni llamada perdida.

Resoplé, ya que él estaba demasiado enojado como para enviarme mi mensaje diario y con esa pequeña acción podía ver el final de esa relación.

-¿Marizza? -preguntó una voz.

Alcé rápidamente mi cabeza y me encontré con los ojos verdes que eran muy distintos a los ojos marrones me perseguían en sueños.

<Tal vez nuestro hijo hubiera tenido ese mismo color de sus ojos o quitas hubiesen sido igual a los oscuros de Simon », pensé. La chica dio dos pasos hacia a mí y se lanzó a mis brazos para abrazarme con fuerza, agarrándome con la guardia baja.

Me quedé totalmente estupefacta
sin saber cómo reaccionar, ya que yo no era muy efusiva con mis sentimientos. La hermana mayor de Simon era la única que se había contactado conmigo después del accidente y me escribía de vez en cuando para saber cómo estaba.

-Luz -murmuré en su oído, dándole
golpecitos torpes en su espalda.

-¿Cómo estás? -cuestionó separándose de mí.

Abrí mi boca para responderle, pero ella me interrumpió-: Vamos por un café.

Entrelazó su brazo con el mío y me arrastró al primer Starbucks que vio, el cual estaba más o menos lleno. Hizo cola y pidió lo mismo de siempre, conocía mis gustos porque eran los
mismos que los de su difunto hermano, así que no era un gran problema.

Caminamos hacia una de las mesas en el exterior y tomamos asiento para poder tomar nuestras bebidas.

-¿Cómo has estado? -preguntó mirándome los ojos.

Tuve que desviar mi mirada, ya que no podía ver su cara sin sentir la humedad recorriendo mis mejillas.

Ella era castaña, alta y con los rasgos físicos muy parexido a los de su
hermano, pues lo único que no compartía en común eran el color de ojos.

Luz era hermosa donde yo era pequeña con curvas y el cabello oscuro,
mis ojos marrones era de lo mas comun y fue lo que le llamó la atención a Simón cuando me vio por primera vez.

-Bien- sonreí de manera forzada- ¿Y tú?

-Día duro- jugó con los sobres de azúcar- Todos sentimos el dolor más fuerte el día de hoy.

-Sí -aseguré- Es difícil levantarse y seguir como si fuera un día normal.

-¿Lo extrañas? -agarró mi mano con fuerza.

-Todos los días -confesé- Lo amaré toda mi vida.

-¿Has ido a su tumba?

-No.- sacudí mi cabeza- No puedo estar en ese lugar sin desmoronarme. Los perdí a los dos.

-Tú has perdido más que nosotros- A mi
hermano y a mi sobrino.

-A los dos.

Nos quedamos en silencio por unos largos minutos cada una perdida en sus pensamientos.

Era difícil hablar de lo sucedido, más aún con la familia de Simón, pues nunca me sentí en confianza de contarles lo que yo sentía después
de la perdida.

-Esta noche haremos una cena en su honor- dijo Luz- deberías venir. Nos gustaría tenerte ahí.

-Lo pensaré- titubeé, pues no me sentía muy segura de ir a un lugar donde no me querían.

Su teléfono sonó y lo sacó de su bolso para revisarlo, tecleó una respuesta rápida y se levantó de la silla, hice lo mismo mientras ella se acercaba a mí para abrazarme de nuevo. Nos
despedimos y nos separamos para seguir con nuestros caminos.

Los últimos cinco años me invitaba a cenar, pero siempre declinaba pues no
podía hacerle frente a la familia de Simón, sus padres todavía me odiaban y estaba segura de que me culpaban por lo sucedido.

Nadie, aparte de la familia de Simón, sabía del bebé que habíamos procreado. De la pequeña vida que se formó en mi interior antes de que
fuera arrancando de mí tan pronto.

Para todo el mundo yo solo era la pobre prometida que había perdido al amor de su vida mucho antes de poder llegar al altar y dar el tan ansiado «Sí».

Llegué a la estación de tren y compré un boleto de ida mientras retenía las ganas de llorar. Solo quería llegar a casa y romperme en mil pedazos.







Continuará...

PEQUEÑAS HISTORIAS PABLIZZA/BENJAMILAWhere stories live. Discover now