Pan

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Peeta se creía con suficiente mala fortuna como para acabar siempre en situaciones extremas y raras. Pero esta era la primera vez que se quejaba de aquello en voz alta; habiendo resultado este como su colmo. Ya estaba harto de las torturas, los mutos y los científicos. Y eso es lo primero con lo que se topaba al despertar. 

Llevaba un par de horas en su celda, aguardando por lo que fuera que le hicieran está vez. No entendía en qué momento había pasado de estarse recuperando de una guerra y el suplicio mental a acabar nuevamente encerrado como rata de laboratorio. 

Se preguntó si Katniss estaría bien. Quería buscarla, pues no sabía que habían hecho con ella y la perspectiva de saber que fue lastimada le resultó insoportable. 

La oportunidad se presentó de una manera inesperada. Una confusión que creó a la hora de presentarse con aquellos guardianes de la paz. "Soy Peeta, tributo del 12 ¿No me recuerdan?" Dijo aquella vez entre el dolor de los golpes. Habría dicho aquello para que al menos pusieran fin a su sufrimiento. Estos guardianes de la paz no parecían encantados con el show de Peeta y de hecho parecían haber salido de una película. 

Uno de ellos lo miró con esperanza en sus ojos, de una forma en la que nunca se había visto a otro de ellos actuar. 

—Maté a un tributo del 12 por accidente —confesó a sus compañeros—. De eso estoy seguro. La vida me da otra oportunidad de que no sea castigado por ello. No pensé que tendría a alguien de ese distrito tan a mi alcance. 

—No se parece en nada al otro. 

—¿Crees que alguien recordará su rostro? No la gente del Capitolio. Mientras sea del 12 todo estará bien. Y a Gaul no le importa un futuro muto, tiene cientos de ellos. Si pregunta, digan que se murió  porque estaba enfermo y lo incineramos. No alcanzó a verlo siquiera…

Peeta abrió los ojos ante esa declaración. Aún estaba muy adolorido para comprender exactamente qué pasaba. Solo recuerda a aquel esperanzado guardián correr hasta su espalda y aturdirlo de un golpe. 

Unas horas después despertó con algo pesado sobre el cuerpo. No estaba seguro de qué clase de peso era, pero se sentía cálido, casi vivo. Al elevar un poco su adolorido cuerpo, descubrió un pequeño mono. Sí, un maldito mono descansando sobre su abdomen. Cada día que vivía parecía ponerse más bizarro. Si hubiera sido Katniss, le habría asestado un flechazo y lo hubiera devorado aún crudo, viéndose igual de deslumbrante con su trenza de cazadora incluso con ese acto. Pero como era Peeta, miró al monito con la misma simpatía con la que miraría a un niño adorable. Casi con ganas de acariciar algo tierno y peludo, porque estaba harto de ver cosas feas últimamente.

El animal se asustó al escuchar los silenciosos pasos de alguien. Peeta ya había estado en demasiados lugares peligrosos como para saber cuándo había alguien observándolo. Se levantó sutilmente, levantó las manos en son de paz mientras miraba los alrededores con curiosidad. El techo era una jaula, como la de los zoológicos. O tal vez eso era exactamente lo que era y explicaba el animal exótico que se burlaba de él a la distancia. 

Quería preguntar si había alguien ahí, pero era mejor si estaba solo y podía buscar una forma de huir antes de que apareciera algo más peligroso que un simple monito. 

Caminó desorientado hasta el lugar más iluminado de la jaula y comenzó a buscar una debilidad entre los barrotes más débiles. Era algo temprano, pero el cielo estaba cubierto por una espesa capa de nubes grises que esperaban una provocación para derramar la lluvia.

—No te recomendaría acercarte demasiado a la reja, —dijo una voz melódica y dulce, una voz femenina, pero fuerte— podrían dispararte si intentas escapar. 

Jugando con NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora