Confesión

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Coriolanus se levantó de su cama y ahora, en la oscuridad de las cortinas cerradas del departamento, estaba aprovechando para usar el espejo que la Abuelatriz tenía en el viejo comedor. Ese y el espejo del baño eran los únicos espejos que tenían, por lo que tenía que aprovechar que no había nadie despierto para verlo contemplarse a sí mismo.

Se sonrió al ver cómo su cuerpo había comenzado a verse más saludable. Ya no se le marcaban tanto las costillas y su caja torácica había adquirido la forma de un hombre adulto como siempre debió ser, a pesar de su contextura delgada. También notó el crecimiento de músculos en sus extremidades y abdomen. Aún no era una tabla de lavar ropa o un modelo de traje de baño, pero su imagen había mejorado exponencialmente. Hasta su cutis brillaba un poco más al igual que su cabello y la ropa le quedaba mejor.

Quién diría que la buena alimentación y el ejercicio que Katniss le obligaba a hacer cada mañana estaba rindiendo frutos tan rápido.

—Te estás convirtiendo en un hombre bello, Coriolanus Snow —se dijo a sí mismo, mientras se peinaba.

Fue en ese alarde en el espejo que Katniss lo sorprendió. Estaba recién levantada, con su ancho pijama amarillo pastel y su muñeca agarrada en uno de sus brazos. Su cara de desconcierto, la forma en que frotó sus ojos para ver si era producto de estar todavía medio dormida, avergonzaron al chico profundamente.

—¿Qué estás haciendo?

—Na-nada…

—¿En serio? Son las seis de la mañana.

—Bueno, me gusta madrugar —dijo, recuperando la compostura.

—Si es el caso, vístete con algo más cómodo. Empezaremos a entrenar antes con Sejanus —dijo, caminando hacia el baño.

—¿Qué, en serio? Pero es muy temprano…

—¿Y qué? Yo también lo haré y eso que estoy con cólicos —dijo, cerrando la puerta del baño con brusquedad.

—De acuerdo…—aceptó su destino y se pegó a la puerta—. Oye, ¿estás bien? Dicen que eso duele fatal…A Tigris rara vez le pasaba por la desnutrición…no sé si es el caso. ¿Te hago una infusión de hierbas o algo?

—Haz lo que te dije y apresúrate —respondió del otro lado sin ganas de seguir hablando.

—Bien —dijo él, pero de igual manera se fue a la cocina y preparó la infusión.

A eso de las siete de la mañana estaban en un parque cercano haciendo ejercicio los tres. Sejanus y Coryo corriendo en círculos mientras Katniss estaba haciendo lagartijas en el pasto.

La razón por la que Sejanus había aceptado era para pasar más tiempo con sus amigos y en el caso de Coriolanus, porque usar el arco requería de una buena condición física. Además, no podía negar que el ejercicio físico lo hacía sentir muy bien.

Eso sí, en ese preciso instante estaban ambos sufriendo, con las mejillas encendidas y sin aliento. Encima tenían a Katniss como la voz de su conciencia insultándolos cada vez que se detenían.

—¿Oye…cómo está tu abuelita? —preguntó Sejanus, con la poca respiración que tenía.

Coriolanus miró adelante, imaginando a su abuela enferma. Tal vez no expelía un amor inmenso hacia ella, pero le tenía mucho aprecio. Y ahora que su vida parecía estar cada día más cerca de su final, tenía una extraña mezcla de emociones desagradables.

—No muy bien. Dejó de comer y está muy triste desde la desaparición de Tigris. Según ella, la secuestraron los rebeldes o algo así.

—Debe ser duro. Igual es muy mayor. ¿Qué te dijo el médico que envié a tu casa?

Jugando con NieveWhere stories live. Discover now