Capitulo 8. Los arácnidos y el descanso

6 3 0
                                    


Megan abrió poco a poco sus ojos, viendo una luz borrosa arriba de ella. Trató de levantarse, pero soltó un gemido de dolor al instante.

—¡Megan! —April corrió y la abrazó.

—Ay... —se quejó— Hola.

—Perdón, debe de doler —se separó de ella.

—¿Qué debe de doler? —bajó la vista a su abdomen, el cual tenía colocado un trapo verde, amarrado— ¿Y esto? ¿Por qué me duele tanto?

—Al momento de la explosión, un pedazo de madera de aquella cuna salió disparado y atravesó tu abdomen —suspiró Wendy—, por eso te duele.

—Ya veo... ¿Y cuánto tiempo me desmayé?

—No fue mucho —se subió los lentes—. Sólo fueron como 7 u 8 minutos, lo cual me sorprende un poco.

—¿Esta es otra sala de descanso? —se sentó con esfuerzo y cruzó los brazos con algunas muecas de dolor.

—Sí, pero al entrar, la bocina nos dijo que sólo teníamos 10 minutos en la sala.

—Supusimos que en cada sala de descanso nos van a reducir 5 minutos, hasta que ya no haya salas.

—Comprendo, pero con respecto a las letras —sacó el trozo de foami.

—No deberías de exigirte, descansa un poco.

—Me niego —sostuvo el papel pergamino que tenía April y lo abrió.

—En serio, te atravesaron el abdomen, unos centímetros más arriba y hubieras muerto.

Suspiró y la miró con una cara sumamente seria.

—No quiero recurrir a esto, pero si no hay opción así será. Soy la jefa del equipo y me niego a descansar, obedece.

Devon miró de reojo a Wendy y ella se quedó callada, mordiendo su labio inferior.

—Lo siento, pero no puedo quedarme descansando mientras ustedes sufren en la siguiente sala —abrió el pergamino y lo leyó.

—Comprendo, pero soy tu amiga, no tu sirvienta.

—Lo sé, yo nunca te dije que lo eras —miró la letra y luego sacó la llave, sin ver a Wendy a los ojos.

—¡Megan! —apartó Wendy el pergamino.

—¡¿Qué?! —la miró.

—¿Qué te sucede? Tú nunca dejas a nadie hablando solo.

—No estabas hablando sola, te respondí, ¿no?

—Sí, pero ese no es el punto a tomar —tomó sus hombros y la miró a los ojos—. No deberías exigirte en este estado.

—¿Eres doctora? —la miró con seriedad— De ser así te hago caso, pero si no lo eres no pienso ceder.

—No, no soy doctora, soy tu amiga.

—Sí y por eso yo decido si hacerte caso o no —volvió a tomar el pergamino—. Y en este caso me veré en la necesidad de negarme a obedecer.

—¡Bien! Haz lo que quieras.

—Gracias, pensaba hacerlo de todos modos.

—Estás muy rara... —tomó una botella de la hielera.

—Revisa que no tenga nada extraño antes de consumirla —leyó el pergamino de nuevo.

Wendy abrió la botella y la olió, como no notó nada extraño, la bebió.

—𝑬𝒍 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐 𝒂𝒄𝒂𝒃𝒐́, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓 𝒔𝒂𝒍𝒈𝒂𝒏 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒔𝒂𝒍𝒂.

La mansión sin retornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora