Capítulo 29. Confianza

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—Lo que escuchaste, si hubiesen sobrevivido los demás equipos, habría más gente aquí.

—¿Y por qué ustedes son solo dos?

—Matamos a todo nuestro equipo para salir con vida.

—Qué crueles... —dijo Wendy.

—Sí, bueno, era eso o morir nosotras.

—¿Y ustedes por qué son tan unidas?

—Somos hermanas —sonrió la chica de voz tranquila.

—Cállate, les estás dando muchos detalles, tenemos que matarlos.

—¡Ah! Sí —les apuntó con el arma.

—Bien, podemos hacer un trato —dijo Megan, quién tenía la mano levantada.

—¿Trato? No lo creo chica del brazo roto.

—Ustedes quieren salir de aquí, ¿no?

—Eso es obvio.

—Pues entonces únanse a nosotros y saldremos juntos.

—¿Y cómo sabemos que no vas a matarnos después?

—Ustedes comprobaron nuestra lealtad, saben que no nos matamos entre nosotros.

La chica tranquila bajó el arma con lentitud y volteó a ver a su hermana.

—No, nosotras saldremos por nuestra cuenta —corrió hacia Megan, tratando de enterrarle la navaja.

Megan por instinto pateó a la chica en el estómago, alejandola.

—No queremos hacerles daño, sólo únanse a nosotros.

—No... No lo creo —la chica se puso de pie y tomó la navaja con fuerza.

—Esto será inútil, ¿verdad?

Todo el equipo asintió con la cabeza.

—¿No habrá manera de convencerlas?

—No lo creo, Megan.

Megan se dio la vuelta para verlos a ellos, dándole la espalda a las hermanas.

—Creo que puedo convencerlas, sólo son dos hermanas asustadas que quieren sobrevivir.

La otra chica se acercó de nuevo a Megan, tratando de enterrarle el filo en la espalda. Devon lo notó y metió su mano, la cual fue atravesada por la navaja, soltando un grito que hizo que todos le dirigieran la mirada.

—Era mi mano chamuscada —sostuvo su mano, sin sacar la navaja que tenía atravesada.

—Mierda...

—¿Aún crees... Poder convencerlas, Megan?

—Sí, aún lo creo.

Devon sonrió con dolor.

—Eres increíble... No te rindes, así que te apoyaré.

—Bien —le sonrió—. Pero no creo que puedas pelear con una navaja enterrada.

—Y tú sin poder usar un brazo... Estamos casi iguales.

—Duche.

La otra hermana apretó el gatillo. La bala salió disparada y se clavó en la pierna de Elaine.

—Creo que eso fue inútil, chica.

—Mierda, tú eres la que no siente dolor.

—Exactamente.

—¡No me jodas, Cindy! ¡¿Cómo pudiste fallar la bala?! ¡Era la única! —le gritó con molestia la otra chica.

—Perdón, Nancy, no era mi intención.

La mansión sin retornoWhere stories live. Discover now