Capítulo 11. Explosivo

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Se acercaron y Devon sacó un baúl bastante pesado de madera caoba, que estaba adornado con camas talladas.

—¿Qué es eso?

—Ni idea, pero no quiero accidentar mi salud por abrir eso.

—Bien, lo abriré yo, miedoso.

—¿Qué? Ya me chamusque la mano y dañé mi paladar.

—Lo que digas.

Megan quitó el candado —que no estaba cerrado con llave, por alguna extraña razón— y abrió el baúl.
Dentro de él había ropa limpia y arriba había un reproductor de música con audífonos. Megan volteó a ver a los demás y tomó rápidamente el reproductor de música.

—Esto es para Miguel —guardó el reproductor de música y siguió revisando.

Del baúl salió varia ropa, pero en total eran 8 conjuntos de ropa.

—Este psicópata ya sabía que Robin se iba a encontrar con nosotros, sino sólo habría 7 prendas de ropa.

—Cierto... Es demasiado inteligente —subió sus lentes.

—Bueno, pero debemos agradecer esto, al menos tenemos ropa limpia —sonrió Elaine.

—Cierto, elijan su ropa —dijo Megan, haciéndose a un lado.

—¿Tú no piensas elegir nada?

—Sólo déjenme algo —se sentó en el piso.

Todos comenzaron a agarrar su ropa, la que más sobresalió fue Christine, que tomó un hermoso vestido blanco y azul cielo con bolsillos. Todos la miraron raro.

—Te costará trabajo sobrevivir con algo tan incómodo, Christine —dijo Wendy.

—No importa, está muy hermoso y es mi estilo, no lo van a usar ustedes —abrazó el vestido y se fue a una esquina de la habitación—. Además, es corto y me llega arriba de la rodilla.

Todos comenzaron a cambiarse. Christine se quitó la blusa, mostrando aquel sostén azul que traía puesto, se colocó el vestido, luego se quitó la falda que traía abajo. Metió las manos a los bolsillos del vestido y sintió un trozo de papel, lo sacó y lo abrió:
«𝒄𝒂𝒛𝒂 𝒐 𝒔𝒆𝒓𝒂́𝒔 𝒄𝒂𝒛𝒂𝒅𝒐». Metió de nuevo la mano y tentó una navaja, la sacó y miró a todos lados, volviendo a meter la navaja.

Todos tomaron su ropa, Megan se acercó al baúl y vio la ropa que le habían dejado: era un short azul marino, una licra negra y una blusa blanca de mangas cortas y azules, sacó la ropa y fue a cambiarse a una esquina.
Se quitó con cuidado la blusa que traía, para no lastimar su herida, se puso la blusa limpia; luego se quitó el pantalón que traía, se puso la licra y encima se puso el short, metió el reproductor de música y los audífonos a los bolsillos del short.
Se dirigió con los demás.

—Te tocó un buen conjunto —dijo Elaine, quién traía puesta una blusa blanca y un pantalón café oscuro.

—Gracias, tú también escogiste bien —sonrió y le guiñó un ojo.

—Gracias —sonrió suavemente.

Robin se acercó a ellas, traía puesta una blusa azul de manga corta y un pans color gris, holgado que le llegaba arriba del talón.

—¿Ahora qué? ¿Ya nos vamos?

—¿Eh? No creo, yo quiero descansar un poco más, literalmente me acaban de coser el abdomen y estuve cerca de una explosión.

—¿Cómo que cerca de una explosión?

—Ajá, la habitación iba a explotar, yo regresé por la llave y por... —sus ojos se abrieron— ¡El explosivo! —corrió hacia la cama, Elaine y Robin la siguieron.

La mansión sin retornoWhere stories live. Discover now