Capítulo 19

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Ahí estaba Lauren de nuevo. Arrodillada en frente del retrete, después de haber estado llorando durante al menos media hora, desnuda, agarrando sus espinillas y habiendo ahogado los gritos de su llanto.
¿Que no odiaba a Ariana? No, el odio se había quedado atrás mucho tiempo antes. Se mintió a sí misma cuando dijo que no la odiaba, al revés, que estaba agradecida. Se mintió. No estaba agradecida en absoluto. Si pudiera volver a atrás en el tiempo, Lauren nunca comenzaría a interesarse en el softaball. En aquel preciso instante, sentía un dolor tan inmenso, que toda la felicidad que le había dado el deporte, no se comparaba con el daño que estar en el equipo le había hecho. Sus mejillas estaban coloradas y humedecidas. Lauren se había visto aquel día más palida de lo normal. Había estado golpeando el saco de boxeo durante un largo periodo de tiempo, a un ritmo frenético y sin guantes. Con lo que sus nudillos estaban completamente enrejecidos.

Se vio reflejada en el agua del retrete. Se sentía sucia. Se sentía como en un cuerpo ajeno; quería gritar y llorar con todas sus fuerzas, pero sus padres estaban en la habitación de al lado. Su madre, que había cesado un poco en la preocupación por la salud de su hija mayor, volvía a estar preocupada al ver la cara de Lauren al llegar a casa. La mandó a tomarse una ducha y meterse en la cama inmediatamente. Al día siguiente irían a visitar al doctor.

Pero el día siguiente sería una historia diferente.

Ahora Lauren estaba ahí, conciente de que ya había intentado aquello alguna vez antes y no le había dado resultado. Pero aquel día tenía la sensación de que el coraje, la rabia y la ira que guardaba en su interior, era mucho más factible para hacer de su intento un éxito.

Quería haber golpeado a Ariana. Trató de abochornarla delante de su propia novia. ¡¡Delante de Camila!! Cada vez que la chica de ojos verdes recordaba la expresión confusa de su chica, sentada en aquel sofá, formal como siempre y sin querer tomar parte en aquella guerra, Lauren sentía su cabeza palpitar y su estómago saltar. Tenía que apretar su mandíbula fuertemente o morder un trozo de su lengua, para que sus nudillos no volvieran a sufrir otro impacto contra la pared. O mucho peor, contra el espejo.

Metió dos dedos en su garganta y los llevó hasta el final de la propia. Acarició su lengua y el simple contacto ya le había provocado una pequeña arcada. Sacó los dedos rápidamente, pensó que quizás no estuviera tan preparada. Echó un vistazo por el cuarto de baño y se levantó decidida. Agarró el vaso donde descansaba su cepillo y pasta de dientes y tiró todo al suelo. Lo llenó de agua al máximo y colocó el vaso en el suelo, a su lado, a la par que ella tomaba la misma posición que hacía medio minuto.

Volvió a introducir los dedos en su garganta, apretó casi la parte de los nudillos de estos, maldiciéndose en su interior por ser tan cobarde. Finalmente y sin haberlo pensado previamente, apretó con fuerza hacia abajo. Estaba sintiendo arcadas, además de estar pasando el peor rato de su vida. Lo intentó durante cinco minutos, dándose descansos para limpiar sus lágrimas. Al cabo de un buen rato, Lauren notó cómo toda la comida salía de su estómago, encaminándose hacia su boca.

Lo expulsó, todo.

Desconsolada y más enferma que nunca, agarró el vaso que descansaba en el suelo a su lado, se enjuagó la boca y lo escupió. Aún así, no solucionó mucho. Tiró de la cisterna sin levantarse del suelo y se quedó ahí unos minutos más, abrazada al retrete, deseando haber muerto en el parto.

Cuando había obtenido la fuerza necesaria para levantarse, bajó hasta la cocina para meter un par de pastillas de chicle de clorofila en la boca y así eliminar el mal sabor. Se encontró encima del mármol de la encimera su teléfono móvil. Había estado tan despistada y, a la vez, concentrada, que lo había dejado olvidado en la planta de abajo.

El destino de la casualidad (Camren)Where stories live. Discover now