Capítulo 30

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-No quiero que digáis ni una sola palabra -ordenó Lauren nada más llegar a casa, cuando su padre se acercó a ella.

Había estado llorando, llorando cómo jamás antes lo había hecho. Acababa de dejar a la que sabía que era el amor de su vida, plantada en medio de su porche, viendo cómo su coche se alejaba. La imagen de Camila en el retrovisor sólo podía hacerle daño. Pensó que, quizás no hubiera hecho lo correcto. Pensó que a lo mejor, la ayuda de Camila no hubiera estado tan mal. Incluso se sintió más egoísta entonces, una vez había dejado a Camila sólo porque quería ayudarla.

La ojiverde se colocó su ropa de deporte, sus guantes de boxeo y comenzó a golpear el saco de su habitación. Jamás lo había golpeado tan fuerte. Porque jamás había imaginado que se estaba golpeando a sí misma, tal y cómo lo hacía en ese momento.

-No te enfades con papá y mamá -susurró la voz de su hermana desde atrás.

Lauren no dejó de golpear el saco. De hecho, comenzó a darle patadas también.

-¿Qué te hace pensar que estoy enfadada con ellos?

-Jamás te había visto tan violenta -y Taylor tenía razón, Lauren golpeaba aquel saco rojo cada vez con más brusquedad. -No les culpes. Camila vino a casa esta mañana destrozada, quería verte. No paraba de llorar y de decir que no sabía qué te estaba pasando. Se sentía culpable por haberte dejado así anoche; si yo hubiera sido papá también se lo hubiera contado.

Lauren paró bruscamente. Se sacó el primer guante con la boca y lo lanzó lejos. Luego hizo lo mismo con el otro. Se giró hacia su hermana y, con la toalla que acababa de recoger del suelo, se secó el sudor de su frente y de su pecho.

-No estoy enfadada con papá y mamá -dijo Lauren. -Estoy enfadada conmigo misma.

-Y no me extraña -dijo su hermana cruzándose de brazos.

-¿Por qué?

-¿Y quieres hablar de ello?

-En realidad sólo quiero darme una ducha -Lauren le lanzó la toalla a su hermana. -Lleva esto a la cesta cuando bajes.

Taylor simplemente salió de la habitación, con la toalla de su hermana en la mano. Lauren se dio aquella ducha y se tumbó en la cama. Una parte de ella deseaba que su móvil comenzara a sonar, que la pantalla se iluminara con el nombre de Camila. De hecho, tanto deseaba aquello, que se quedó dormida con su teléfono en el pecho.

-Sh, por favor, no grites -una voz en su oído la despertó bruscamente.

Lauren dio un salto y se sentó en la cama, abrazada a la almohada y con el corazón hecho un nudo. Su teléfono cayó al suelo. Eran las tres de la mañana. ¿Quién coño estaba en su cama?

-Camz, ¿qué haces aquí? -preguntó en un susurro, aún con la espalda pegada a la pared.

-Me encanta cuando me llamas así, ¿lo sabías?

Camila gateó hasta llegar a la boca de Lauren, que no se resistió a besarla tanto como deseaba.

-¿Qué estás haciendo aquí? -musitó muy pegada a los labios de la latina.

-No voy a dejar que te vayas. Y si quieres morir, yo moriré a tu lado.

Y sin más, ambas chicas se fundieron en un beso que duró varios minutos. Ambas lenguas se golpeaban mutuamente, fuera y dentro se sus bocas. Las manos de Camila, más ansiosas que nunca, llegaron a la cintura de Lauren, que aún sentada y recostada contra la pared, abrió sus piernas para que la más pequeña se acomodara. Lauren comenzó a notar aquellos besos un poco más húmedos de lo normal, algo le decía que Camila estaba llorando.

El destino de la casualidad (Camren)Where stories live. Discover now