MEMORIAS ROBADAS

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16 de abril, 2004 (Diana tiene 6 años)

NARRADORA

En la casa verde, siempre era primavera, y eso se debía a su extenso jardín trasero, cada metro estaba cubierto por flores de todos los tipos, claveles, lirios, margaritas, rosas de únicos colores. Un paraíso de buen olor y deleite a la vista.

A pesar de todas esas bellezas, aquella pequeña niña de cabello rojo y mejillas rosadas, elegía siempre la planta más simple para admirar por horas: El girasol.

Pero hoy era diferente, su rostro de fascinación se cambia a una mueca de tristeza. El más grande de los girasoles, estaba cayendo, al punto de que en poco tiempo sus pétalos tocarían el suelo.

—Debes levantarte, por favor—Pide ella, con los ojos cristalinos. —Aquí no te llega el sol y te hace daño.

Acaricia sus pétalos amarillos con delicadeza, esperando que eso le diera ánimos de volver a su postura imponente.

—Diana…— Un hombre se acerca a ella, y se inclina para intentar quedar a su pequeña altura. —¿Qué pasa?

Ella mira a su padre con sus enormes ojos pardos. El castaño toma a su hija en brazos, era extraña para él llamarla así: mi hija. Pero simplemente no lo puede evitar o negar que lo era, porque de él había sacado su cabello con rulos y su nariz.

— Es él—Señala el girasol con pesar —Está a punto de rendirse, papá, tocará el suelo y deberemos cortarlo, se lo dije, pero no quiere escucharme.

Peter mira la flor, y luego a su hija, que estaba al borde de las lágrimas. Eso era lo que más le intrigaba de su niña, para todo, aunque sea lo más mínimo, tenía una reacción y no temía en mostrar sus sentimientos a flor de piel.

Él había olvidado como sentir, porque en la magia que practicaba no había tiempo para cosas banales e inservibles, como él pensaba. Pero esta pequeña humana, le recordaba todos los días que a esta tierra, se viene a vivir con llanto, risas y sonrisas.

—Está bien. —Dijo él, tomándola con más fuerza. — Nosotros lo ayudaremos.— Diana asiente, con alegría. — Pero debes cerrar los ojos para pedirle a la Diosa Luna, con todas tus fuerzas, que se mejore.

Obedece, y comienza a hacer una oración.

«Querida Diosa Luna, no dejes que se rinda, que sus pétalos vuelvan a ser bañados con la luz de sol, si muere, yo estaré muy triste para seguir orando y agradeciéndote. No lo permitas.»

Peter alza su dedo índice y el del medio, en dirección de la planta, y los levanta lentamente. La planta comienza a erguir su postura con lentitud, hasta quedar más grande de lo que era.

Diana abre sus ojitos.

—¿Lo ves? La Diosa Luna te escuchó—Le dice su padre. La niña soltó un chillido de emoción, y abrazo el cuello de Peter. —Debemos entrar, ya llegarán las visitas.

Ella arruga su nariz, no le gustaba que ellos vinieran a su casa, sus padres se comportaban extraño, fríos y distantes con ella, pero debía de soportarlo, porque mamá dice que era cosa de trabajo y si ellos los despedían no podía seguir viéndolos, eso la llenaba de miedo.

Al entrar a su casa, su nariz se inundó del olor a su comida favorita: pastel de chocolate. Judith, su madre, preparaba los últimos detalles para el almuerzo de hoy, cuando Peter entra con Diana en brazos.

—Mi vida. — La saluda ella, con un beso en la frente y sé la quita de los brazos de su esposo.— ¿Recuerdas qué todo lo que pasa cuando ellos vienen, solo es una actuación?

—Sí —Contesta, cabizbaja. —Solo espero que ese tal John mantenga la boca cerrada porque, cuando habla, suelta pura mierda.

—Diana Ayleen—Exclama Judith, escandalizada.

Sword Onyx [3]Where stories live. Discover now