2 El sonido de... un poco de azúcar

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La curiosidad mató al gato, ¿o lo salvó? ^u^ Fufufu ❤

***

El misterioso vecino ya llevaba una semana sin mostrarse, y Elizabeth estaba que se moría de curiosidad. ¿Es que nunca salía? ¿Hacía homeoffice? A lo que sea que se dedicara, parecía que lo hacía desde casa, y eso le había dado cero oportunidades de conocerlo. Cero para acercarse a él. Pero, ¿por qué quería verlo tan ansiosamente? Tal vez sólo para entender si en su último encuentro había sido tímido o grosero.

«Ya sé. Le pediré una taza de azúcar», pensó ladina. «Es la técnica más vieja del mundo, pero si se niega, ya sabré el tipo de persona es». Se armó de valor para ir a tocar su puerta, y tras arreglarse varias veces la coleta y el gloss, por fin golpeó tres veces con una enorme sonrisa.

—¿Sí? —habló una suave voz a través de la madera.

—Buenas tardes vecino, soy yo otra vez. Disculpe la molestia pero, ¿sería tan amable de regalarme una tacita de azúcar? —Dos segundos de silencio, dos para quitar cerrojos, y la albina casi salta de la felicidad al ver que le había abierto.

—Claro. Esto, ¿trae taza? —No la traía, y la pobre se ruborizó violentamente ante la falla de su plan. Entonces algo insólito pasó. Él rió. No burlón, sino como si encontrara aquello de verdad divertido. Luego se hizo a un lado para dejarla entrar—. También puedo prestarle una. Pase.

El lugar era verdaderamente hermoso. Todo blanco, limpio y ordenado, nada que ver con la espantosa casa embrujada que todos creían que era. Lo siguió hasta la cocina donde él se apresuró a atender su pedido, y en cuanto tuvo la taza llena hasta los bordes, se apresuró a dársela mientras miraba al techo.

—Si necesita algo más, no dude en pedirlo. —dijo sonriendo, pero en ningún momento volteó a mirarla.

«Qué extraño», pensó mientras le daba las gracias una y otra vez. Días después aún tenía la taza llena, y cuando se cansó de suspirar cada vez que miraba su estampa de cerdito, finalmente decidió poner manos a la obra. «Muy bien, ¡haré mermelada de manzana!», determinó. Unas horas después estaba de nuevo ante su puerta, y antes de tocar, él ya había abierto.

—Bue... buenas...

—Me alegra que sí haya usado el azúcar. —soltó con una expresión complacida.

—¿Qué? Pero, ¿cómo lo supo?

—Huele a manzana —contestó mientras tocaba la punta de su nariz—. Y me encanta el sonido del azúcar cuando la revuelven con cuchara —Aquella respuesta la dejó patidifusa—. ¿Es para mí? —preguntó señalando su espalda—. ¡Gracias Elizabeth! —exclamó tomando el frasco de mermelada y su taza. Y sin esperar respuesta suya ni mirarla una sola vez, de nuevo, la puerta se cerró.

«¿Cómo que azúcar con cuchara?», se preguntó la albina caminando como zombie de regreso a su departamento. «¿Insinúa que escuchó cómo preparaba la mermelada?». No sabía si eso era fascinante o aterrador. Tras días de procesar sus sentimientos, decidió que era lo primero, y así comenzó su inusual amistad con el chico de la puerta de enfrente. 

***

Fufufu, ya saben cómo es ahora. Una más, ¡una más y nos vamos! >u<



Sonidos del AlmaWhere stories live. Discover now