5 El sonido de... una pelea

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—¡No es lo que piensas! Solo... necesito más tiempo para mí. —Aquello pasaba de vez en cuando. Al principio, Elizabeth creía que su sobreprotección era algo lindo, la forma en que su novio le demostraba el amor y preocupación que sentía por ella.

—¡Sales demasiado con tus amigas! Y no sé cuál de ellas te está cambiando, pero definitivamente es una mala influencia. ¿O acaso está pasando otra cosa? ¡¿Qué me ocultas?! —preguntó mirándola de forma acusadora.

Celos. Eran celos, pero aunque le hubiera gustado ver en eso la señal de que estaba profundamente enamorado de ella, en el fondo sabía que se engañaba. Ahí pasaba algo más, y la parte más fuerte dentro de sí misma se revelaba, negándose a renunciar a la persona que era solo para tenerlo feliz.

—No, claro que no. Y creo que debes irte. —dijo en un tono de voz tan duro que él no la reconoció.

—De acuerdo —cedió alzando las manos como si se estuviera rindiendo—. Me iré para dejar que te calmes y descanses. —terminó en un tono con el que claramente la culpaba por su discusión. Acto seguido cerró la puerta tras él con un azote. Y un minuto después, ella la volvió a abrir para salir disparada hacia el tejado.

Rompió a llorar con las estrellas sobre sí y los sonidos de la ciudad debajo. Se sentó contra la pared abrazando sus rodillas intentando contenerse, cuando el rechinido de las bisagras de la puerta la hizo levantar la vista de nuevo. Era Meliodas, quien se acercó con pasos dubitativos hasta pararse a su lado, y luego le ofreció su taza con estampa de cerdito llena hasta el borde con algo caliente.

—Té de camomila. —explicó.

—Gracias Mel. Pero, ¿por qué me la das? —sonrió disimulando que había llorado.

—Es viernes. —anunció su amigo con sencillez viendo hacia arriba.

—Claro. Nosotros tomamos té los viernes.

—Sí. También es para que te sientas mejor —Elizabeth volteó con los ojos como platos, y él agachó la mirada mientras retorcía la orilla de su suéter—. Cuando alguien se siente mal, le das té. Es lo que se hace.

—Oh, no. ¿Escuchaste nuestra discusión?

—No —respondió con franqueza mostrándole a la albina unos audífonos que sacó de su bolsillo—. No debía hacerlo. Y no me gustan las peleas.

—A mí tampoco —murmuró con un nudo en la garganta. Apenas dio un trago a la bebida con toque de miel, rompió a llorar otra vez. Meliodas se alarmó, y miró a todas partes como buscando algo. Estiró los dedos como si fuera a tocarla, se retractó, y luego volvió a acercarse, inseguro de cómo debía hacerlo—. No tienes que tocarme si no quieres, cariño. Con que estés a mi lado es suficiente. 

Entonces el rubiecito supo qué hacer. Se sentó en el suelo junto a su amiga, tan pegado como podía, la imitó abrazando sus rodillas... y se dejó caer, apoyando su peso en ella y recargando la cabeza en su hombro con un suspiro. Elizabeth le correspondió de inmediato, y se quedaron ahí, apoyándose en el otro mientras terminaba su té.


***

A veces, lo único que hace falta es estar ahí UwU ❤ Muchas gracias por acompañarme otro domingo mis coquitos, les deseo un fabuloso inicio de semana, unos hermosos días otoñales llenos de sol y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más. 



Sonidos del AlmaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant