18 El sonido de... la navidad

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El momento había llegado. Por fin era el día, navidad estaba aquí, y Elizabeth se encontraba a punto de salir con su mejor amigo en una cita. Pensó mucho a donde llevarlo, algún lugar donde pudiera vivir de verdad lo que era la navidad. Tras decidir que la mejor opción era un lugar donde pudiera "escucharla", se decidió por una feria. Supo que había tenido razón en cuanto vio el brillo en los ojos del rubio.

—Ellie, ¡escucha! ¡Hay tantos sonidos!

—Sí, cielo —comentó enternecida, viendo cómo prácticamente corría a la entrada, gustoso de pararse bajo una serie de campanas que, aunque metálicas, sonaban a cristal—. Y esto es solo el comienzo. Vamos, que la noche es joven y tenemos mucho que hacer. —Tomados de la mano como adolescentes enamorados, la pareja se adentró en la feria para disfrutar de la magia de la fiesta más luminosa del año.

Era asombroso ver la variedad de cosas que se ofrecían en los puestos. La sección de comida resonaba con las voces de los vendedores, deliciosos aromas inundando los sentidos, cargados de dulzura y sazón. Galletas de jengibre y pastel de arándano, chocolate y turrón, caramelo y sal. Había asados de todo tipo, pavo, cerdo y cordero, bebidas y licores que incluso tentarían a la persona más abstemia. Trataron de probarlos todos mientras escuchaban al coro, y luego descubrieron que los habían invadido, pues había uno en cada sección.

Las personas reían y charlaban, mil conversaciones sobre felicidad y buenos deseos desde toda dirección, y lo único que sonaba más fuerte eran las risas de los niños, que corrían de aquí para allá de las manos de sus padres disfrutando de los juegos. Eran muchísimos, pero solo se subieron a unos pocos esperando no marearse. Las luces eran deslumbrantes en ellos, pero la verdad, es que no había lugar al que miraran que no pareciera irradiar luz celestial. Adornos por doquier, juguetes aquí y allá, Santa Claus en cada esquina. Y entonces, Elizabeth notó que algo estaba saliendo muy mal.

—Meliodas, ¿qué tienes? —Él había comenzado a ponerse muy pálido.

—Nada, estoy perfecto —dijo intentando sonreír, pero había comenzado a tirar de su pelo como hacía siempre que se ponía nervioso—. Vamos.

—No tenemos que hacerlo. Está bien, podemos descansar. También podemos irnos, si quieres.

—¡No! —exclamó él, que se veía auténticamente angustiado de que pudiera tomar esa decisión—. ¡No me pasa nada! Solo quiero estar contigo. Quiero seguir disfrutando de la navidad. Puedo hacerlo, solo debo aguantar un poco... —Entonces, el sonido que por fin lo hizo llegar al límite de su resistencia estalló en el cielo. Habían comenzado los fuegos artificiales, y él se dobló de dolor mientras trataba de cubrirse.

—¡Meliodas! —se alarmó ella y, tan rápido como pudo, lo apartó del lugar tirando de su mano hacia el sitio más silencioso. Aquella gran sección del parque estaba vacía porque del otro lado de la calle había un cementerio. Ella trató de no pensar demasiado en los fantasmas de Un Cuento de Navidad de Charles Dickens, y trató de envolver a Meliodas con sus brazos mientras ponía sus manos sobre las suyas, cubriendo sus oídos. Cuando todo terminó y por fin se hizo silencio, lo primero que escuchó fue un sollozo.

—Lo siento —dijo él con lágrimas en los ojos—. Lo eché a perder. Arruiné nuestra cita, arruiné la navidad, y todo porque estoy roto.

—¡No! —refutó de inmediato—. No digas eso. Eres maravilloso, fue mi culpa por exponerte a tanto. Debimos parar, descansar un rato antes de seguir. Lo siento tanto, cariño.

—No lo sientas. Yo estaba muy feliz, esa era mi primera feria navideña.

—¿La primera?

—Sí. Mis padres no me dejaban ir antes porque no resistía el ruido. Eso fue antes de que conociera la música —explicó, y cuando parecía que no volvería a hablar, soltó una confesión que inflamó el corazón de Elizabeth hasta límites insospechados—. También fue mi primera cita real. No podría haberla tenido antes de conocerte a tí. Ellie, gracias. —Ya estaba. Oficialmente, no podía más.

—Meliodas... —jadeó, incapaz de seguir conteniendo sus sentimientos. Sin soltar sus orejas, le levantó el rostro y comenzó a acercarse lentamente al de él. Sus pupilas se dilataron, su respiración se aceleró.

—¿Vas a besarme? —preguntó con un hilo de voz.

—Solo si me dejas hacerlo —susurró ella con gentileza—. ¿Lo deseas?

—Sí —susurró él de vuelta—. Pero... no sé cómo —se disculpó, tan nervioso que había comenzado a temblar—. No sé por dónde empezar. Ni siquiera sé a dónde mirar. No creo ser capaz de verte directamente.

—Eso no importa. No tienes que mirarme a los ojos, solo... —rió, viendo cómo trataba de fijar algún punto de su cara—. ¿Qué te parece si simplemente los cierras? —Esa resultó ser la solución correcta. El joven autista bajó los párpados, inhaló con fuerza. Y entonces, ella lo besó.

Fue la sensación más indescriptible que cualquiera de los dos hubiera experimentado. Suave, apenas un toque húmedo y cálido. Antes de que Elizabeth pudiera retirarse, él se inclinó hacia el frente buscando prolongar el contacto. Ella le correspondió. Y aquello se volvió más. Un trino como de pájaros se elevó desde sus labios mientras la succión iba cobrando fuerza, sus cuerpos ondulando en la búsqueda de cercanía. Entonces él abrió ligeramente la boca. Y el sutil toque de su lengua contra la de ella simplemente desató algo en él que lo hizo olvidarse del miedo, el dolor y hasta el ruido. El beso era cada vez más apasionado, no podía parar. Fue el turno de ella para sentirse mareada.

Su forma de besar era... asombrosa. Apasionada. Honesta. Llena de ternura. Sintió cómo le echaba los brazos al cuello, pegándose a ella, y antes de darse cuenta estaban en pleno arranque, tratando de fusionarse con el otro. Siguieron hasta que el oxígeno comenzó a acabarse, hasta que vieron estrellas que cayeron del cielo para anidarse en sus pechos. Se separaron con un sonoro sonido de chupón boqueando por aire, y en cuanto la albina reaccionó, le sonrió más luminosa que cualquier árbol de navidad.

—Entonces, ¿qué opinas? ¿Crees que podamos ser una buena pareja?

—No lo sé. Pero eso no me va a impedir intentarlo con todas mis fuerzas. Feliz navidad, Ellie.

—Feliz navidad, mi amor. —Y así, en el día más hermoso del año, su relación romántica comenzó. 

***

Y con esta hermosa historia, nuestra celebración de navidad ha concluido UwU 🎄✨💕Muchas gracias por haber formado parte de ella cocoamigos, les deseo felices fiestas. Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos en año nuevo para más. 



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