Capítulo 25

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—Su alteza ¿La están tratando bien? —pregunto haciendo que Narel voltee a mirarme

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—Su alteza ¿La están tratando bien? —pregunto haciendo que Narel voltee a mirarme.

—Sí señor Hoffmann, Viktor está siendo un buen empleado. —dice tensándome por escucharla llamarme "señor" pero haciendo que el coreano se ria.

—Es un placer complacerla su majestad. —agrega el coreano haciendo una reverencia, como ya lo suponía mi hija no tardaría en tenerlos a todos de rodillas dispuestos a servirle, sonrío ya que si ahora la adoran cuando se muestre como es la van a idolatrar.

—¿Me acompaña? —le pido y asiente bajándose de la silla con ayuda del coreano.

—Le dire al señor empleado que te mande la lista con el equipo que voy a necesitar, nada de esto me sirve. —le dice y Viktor asiente.

—Todo estará aquí cuando regrese su alteza. —le asegura volviéndose a inclinar.

Narel me extiende la mano y se la tomo, odio tener que fingir que no es mi hija, si por mí fuera le habría reunido a todos mis hombres y ella los hubiera encontrado de rodillas ante ella, pero trato de ir al tiempo de Alena, de no presionarla a pesar de las ganas que tengo de que libere a ese fénix que tanto me enloquece.

Camino con Narel, la niñera y la jaguar avanzando hasta el elevador, hombres que me encuentro hombres que me bajan la cabeza, ninguno se atreve a mirarla sabiendo perfectamente que no son dignos.

—Te quedas aquí. —le ordeno a la africana y asiente cuadrándose.

Bajo con Narel hasta llegar a mis calabozos, los gritos de las ratas no sé hacen esperar, determino a Narel pero esta solo sonríe ignorándolos, caminando como si caminara en un parque de diversiones.

—¿Esta es la madriguera de ratas? —me pregunta mirándome con ese brillo en los ojos, ese brillo que le vi la primera vez que la vi, sabiéndome perfectamente que nació con el instinto asesino, viendo el sadismo en cada gesto infantil que hace.

—Guarden silencio que me desesperan. —ordena imponiéndose a la ratas que se callan al oírla, soltando solo pequeños sollozos, algunas quienes se encuentran fuera de sus jaulas se abrazan las rodillas conforme ella pasa.

—Lo prometido es deuda su alteza. —le digo llegando donde están siendo azotadas las sumisas, ella las mira y les sonríe ladinamente, burlándose de ellas, el ego se me dispara cuando veo como sus ojos se expanden a la hora en que mis hombres le muestran las espaldas destrozadas, la carne les cuelga dejando ver el rojo vivo.

—¿Estas son las ratas que se te acercaron? —me pregunta y asiento.

—Prometí que usted misma le sacaría los ojos su alteza. —le digo y salta emocionada, veo el carmín en sus mejillas, adorando la sonrisa de su madre en ella.

El esclavo se aproxima con una reverencia, sosteniendo en sus manos una caja tallada meticulosamente en madera de sequoia, abre el cofre ante ella, haciendo que los ojos de mi hija se expandan al ver la deslumbrante creación que descansa en su interior.

AnheloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora