Capítulo 50

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—¡Maldita sea, súbete ya! —le grito, extendiendo la mano para que la tome

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—¡Maldita sea, súbete ya! —le grito, extendiendo la mano para que la tome.

—¡No! ¿Para qué me pegues como el gilipollas ese? ¡No me subo! —me brama la maldita.

Las manos me sudan, el corazón me sigue latiendo con fuerza y apenas logro respirar con normalidad.

«Está bien, ella está bien»

—¡No te voy a pegar! —le aseguro.

Nunca podría volver a poner una mano encima, ya no, y menos después de lo que sentí cuando la vi saltar al vacío.

—¡No te creo!

—¡Maldita sea, deja de comportarte como una cría, dame la mano! —le grito; ella vuelve a encogerse, y el que sus ojos se cristalicen de nuevo me hace querer romperme la cara.

«Si sigue comportándose así, hará que pierda la razón»

Es tan jodidamente caprichosa que me la imagino tragándose la maldita dureza que provoca. Sus pucheros me excitan tanto que estoy a punto de mandar todo al carajo y follármela duro para enseñarle quién manda.

—¡Deja de gritarme!

—¡Y tú deja de provocarme el carácter! ¡Súbete ya!

—Solo si te disculpas por gritarme. ¡Hazlo y promete cumplirme tres deseos! Si no, me quedo aquí, y si me enfermo, será culpa tuya —suelta la infeliz, soltando pequeñas tosiditas que hacen palpitar mi polla con ansia.

—No te voy a cumplir nada —espeto molesto. —¿No entiendes que no eres nada para mí? Deja de tratar de manipularme que conmigo te topaste con pared. No soy como tu maldita sombra, a la que puedes pisotear a tu antojo —termino fastidiado, me incorporo; ella no dice nada más, se cruza de brazos y vuelve a sentarse.

«Que le ruegue su puta sombra»

Paso mis dedos por mi cabello y me regreso por donde vine. Si se enferma o no, eso ya no es mi asunto. Entro a la recámara azotando la puerta. La maldita sangre me hierve, no he dormido nada y todo por andar investigando pendejadas.

«¿Cómo pude pensar que Alena reencarnó en esa maldita malcriada?»

—El encierro me dejó pendejo —suelto entre dientes, tomando la tablet. Mis ojos se posan en el artículo. Según esta basura, el alma o el espíritu de una persona puede renacer en un nuevo cuerpo físico después de la muerte. Incluso muchos sostienen que, en efecto, una persona reencarnada puede tener similitudes en gustos, comportamientos o habilidades que tuvo en su vida pasada, formando así un ciclo que no termina hasta que el individuo alcanza un estado de iluminación, liberación o cumplimiento kármico.

«¡Estás enloqueciendo, Alexander!»

Aunque lo anhele con vehemencia, aunque cada fibra de mi cuerpo y cada latido de mi corazón me griten que sí lo es, no es ella. La imagen de su rostro ensangrentado sigue atormentándome, recordándome lo que perdí. La enterré, supervisé cada estudio que mis científicos realizaron en su cuerpo, y los resultados eran claros: Alena, así que aunque me joda, debo ser realista, los muertos no pueden regresar a la vida, ni mucho menos pueden reencarnar.

AnheloΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα