Capítulo 59

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Horas antes de llegar a Rusia

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Horas antes de llegar a Rusia.

—¿Alexander? —pregunto con la voz entrecortada mientras abro la puerta que tengo enfrente. Al hacerlo, una fuerte ráfaga de viento me envuelve, haciendo que un escalofrío me recorra hasta la médula. Me abrazo a mí misma, intentando protegerme del frío, pero es inútil. —Al... —mi voz se apaga cuando lo veo en la cubierta del yate, sosteniendo entre sus brazos a... ¿Alena?

Ella está de espaldas a mí, pero reconozco inmediatamente su cabello, un rojo intenso que capta la atención de cualquiera al instante, incluida la mía. Bajo la mirada hacia mis pies descalzos y luego agarro con fuerza las puntas de mi cabello rubio.

—Te extrañé mucho, Bambi —la voz grave de Alexander eriza mi piel, incluso más que el gélido viento.

Me resisto a levantar la vista; no puedo soportar verlos juntos. Me siento como una intrusa, alguien que no debería estar aquí, pero mis pies parecen estar soldados al suelo, incapaces de moverse.

—No, mi amor, ella no es nadie, solo es un pálido recuerdo de lo que eres, Bambi —dice, y mis lágrimas de inmediato empañan mi rostro. Sé a quién se refiere y no puedo defenderme o decir algo, porque en el fondo de mi corazón, sé que es verdad.

Es una verdad de la que siempre he huido, una certeza cruda que siempre supe en lo más profundo: en cuanto ella regresara, yo me convertiría en una sombra para él. A pesar de saberlo, el dolor es insoportable, lacerante.

—Mía, mi mujer —continúa él, sacudo la cabeza, rechazando sus palabras, no quiero escucharlo, no puedo. —Solo tú, nena.

—Alex... —murmuro, suplicando que me oiga y se detenga. Pero no lo hace, no se detiene.

—¿Ya lo viste? —una voz suave me hace girar. La miro; es una versión mía, bañada en sangre.

—¿Fénix?

—Ella es la parte que él ama, la que le dio a sus hijos. Yo soy un arma letal, ama mi sadismo, mi independencia, pero ¿y tú, Vasilisa? ¿Realmente crees que él está enamorado de ti? ¿Piensas que va a olvidarla y te elegirá a ti? No lo hará. Eres solo un consuelo. No te engañes, de las tres, eres la más insignificante, la menos indispensable.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque te veo feliz a su lado y olvidas tu verdadero lugar. Vasilisa, céntrate. Recuerda que, apenas Alena regrese, tú desaparecerás. No te aferres a una vida que no es tuya.

—Pero es mi cuerpo.

—Lo era. Ahora ese cuerpo le pertenece a ella; él la pertenece a ella.

—¡No!

—Sí.

—¡No! —grito, despertando sobresaltada. Mi cuerpo tiembla y busco refugio en sus brazos, pero no está ahí. Su lado de la cama está vacío.

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