Capítulo 39

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Valeria.

Cierro los ojos apretando con fuerza el volante del auto, recordándolo, memorizando nuestros últimos momentos, sabiendo que muy posiblemente no salga viva de aquí, y precisamente por eso no podía despedirme de él, sabiendo que sufrirá.

«Pero lo va a superar».

Lo sé, podrá superarlo, ya que él mejor que nadie entenderá que antes de ser su mujer, soy madre, madre de una niña que no debía estar en esta guerra, que no debía caer en manos de esos malditos seres sin alma.

Tomo mi arma, ocultándola tras mi espalda y bajo del auto. El edificio abandonado se yergue frente a mí, emanando soledad y la promesa implícita de la muerte. Juré que esa maldita rata morirá hoy, así deba irme con él, por Jack, por Alex, por mí, a quienes nos vio la cara de estúpidos. Confiar en él nos costó muy caro, nadie imaginó que el maldito era un lobo disfrazado de oveja.

—¡Hijo de perra! —Doy un salto para atrás cuando el maldito me dispara cerca de los pies. —¡Déjate de juegos pendejos! —le grito con todas mis fuerzas.

Respondo cuando me llama.

—Desnúdate —ordena y aprieto los puños, observándolo en el último piso, tratando de ver a mi hija —No tengo todo el día.

Me trago mi orgullo, arrojo la maleta con el dinero al suelo y me quito la ropa sin apartar la mirada de esa maldita rata. Odio que me tenga que ver así, pero no me queda de otra, no hasta saber dónde tiene a mi hija.

El sereno cala mis huesos, pero me mantengo firme.

—Listo, entrégamela y llévate el puto dinero —le digo y este solo se burla.

—Pero si la función apenas comienza. Entra, deja el dinero donde está, al subir las escaleras encontrarás ropa para vestirte, te espero..., corrijo, te esperamos. —Cuelga la llamada y desaparece de mi vista.

Analizo mis opciones, pero no hay de otra, tendré que pelear con él cuerpo a cuerpo. Entro al edificio, me pongo rápidamente la playera blanca de tirantes y un short corto del mismo color, al terminar, subo corriendo las escaleras, escucho los chillidos de las ratas conforme avanzo, pero no me detengo, corro hasta llegar al último piso, camino por un amplio pasillo hasta llegar a la puerta.

El aire se me corta cuando entro —¿Némesis? —pregunto con un nudo en la garganta.

Las piernas me tiemblan al verla de pie junto a él en medio de varios botes con basura que se encuentran encendidos iluminando el lugar, trae un arma en sus manos y su mirada fría me traspasa, no está amarrada, no la está sometiendo, se ve claramente que está ahí por su voluntad.

«¿Por qué? ¿Sabrá ya, que comparte sangre con ese bastardo?»

Pensar eso me genera unas náuseas abismales, ya que no, ella es mía, solo mía, no importa quién la engendró, ni cómo fue, es mía solamente.

—Piraña —hablo con la barbilla temblándome, le sonrío, pero ella no me corresponde la sonrisa.

Solo tiene doce años, pero su mirada y semblante la hacen ver de más edad, tiene una cola alta, los ojos grises arden de odio, porta un conjunto de cuero que se le ciñe a la piel.

—De rodillas —ordena con un desprecio tan profundo que mis rodillas ceden ante su mandato. No porque me lo pidió, sino porque siento como si el suelo se desvaneciera bajo mí, como si la gravedad misma me hubiera abandonado.

—Cariño... —hablo, quiero decir más, pero su odio no me lo permite.

—No soy tu cariño, no soy tu piraña, no soy nada tuyo, Valeria, perdiste ese derecho cuando decidiste abandonarme, cuando no quisiste ni siquiera mirarme de recién nacida, ese día perdiste todos los derechos sobre mí —dice y juro por todo lo que soy, que jamás imaginé que la escucharía hablarme así.

AnheloWhere stories live. Discover now