Mind control

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A los ojos de los demás Aioros era digno de la más grande admiración, un guerrero que puso su deber con Atena sobre su vida, que en toda su nobleza se negó a levantar su mano contra sus compañeros. Un héroe para su deidad, para el santuario e incluso para el mundo entero.

De esta forma nadie se podía oponer a que tomara posesión del cargo de patriarca, con sus ropas blancas como espuma de mar y aquel casco que lo hacía la mano derecha de la joven diosa, no había nadie más digno de aquel puesto que él. Todos lo sabían e incluso los traidores dieron su visto bueno para su ascenso, todos menos aquel español.

Aioros no lo entendía.

Era su amigo casi su hermano, entonces por qué seguía mirándole como si el no estuviera ahí, desviando su rostro de su figura, fingiendo que no existía. No negaría que se le rompía el corazón en trato distante que le daba el décimo custodio, cuando el esperaba que corriera a sus brazos en cuanto sus caminos se volverán a encontrar.

Entendía que el peliverde necesitaba espacio, que no debía forzarlo después de todo lo que había pasado, la culpa le había golpeado unos minutos antes de morir y apenas había tenido tiempo suficiente para asimilar todo lo ocurrido aquella fatídica noche. Sabía que de acercarse el español estaría más tentando a huir del santuario que a hablar con él, no quería arrinconarlo de aquella manera.

Solo quedaba esperar, ser paciente y confiar en que algún día el décimo guardia quisiera hablar con él, arreglar aquella relación que habían tenido cuando el peliverde era más joven cuando ambos se sentaban a hablar durante horas en las gradas del coliseo con el manto de estrellas sobre sus cabezas y sus ojos brillaban como los luceros en el cielo, se le removía el corazón ante los dulces recuerdos de los sencillos días del ayer.

...

El aire helado le mordía las mejillas mientras intentaba ver lo que las estrellas tenían para él, aún que los dioses estaban calmos eso podría cambiar en cualquier momento y ellos debían estar preparados. Sus ojos se perdieron en la constelación de Capricornio como atraídos por un imán, ahí justo al lado de la suya en el firmamento, suspiro al recordar a aquel joven de mirada huidiza, habría creído desde el momento en que lo encontró en los Pirineos que siempre estarían juntos hombro con hombro, compartiendo la misma lucha con aquel espíritu que parecía brillar con la misma intensidad.

Debió intentar explicárselo, se dijo mientras cerraba los ojos, estaba seguro de que si lo noqueaba podría haberle dado tiempo para explicarle todo y salvar a Atena, huir juntos. Aún que fuese un anheló ingenuo ¿Noquear a un santo dorado? Ja, era imposible y nunca se hubiera perdonado si hacía daño al menor, nunca.

— es inútil— dijo el nuevo patriarca arrojando su casco al suelo. No podía concentrarse en los caminos de las estrellas y tampoco podía volver a los viejos tiempos o recuperar a Shura.

Ya habían pasado muchos meses desde que la guerra contra Hades había terminado, días enteros desde que se había vuelto el sumo pontífice de aquel lugar y sin embargo el peliverde seguía rehuyéndole, había tomado misiones largas y peligrosas con tal de no estar junto a él, e incluso se había puesto la tarea personal de buscar un alumno digno de ser un santo a lo largo del mundo. Y no pensaba volver hasta el siguiente año, claro que se lo había permitido por qué Atena estaba de acuerdo, pero no porque le hiciera mucha gracia que el español se fuera por ahí.

— Aioros— la voz dulce de la joven le retuvo cuando estaba a punto de recoger su casco, esperaba que no hubiera visto aquel arrebato— podríamos hablar

— sí, señorita Atena— la joven le guío por los pasillos hasta la sala de trono dónde ella solía sentarse— ¿en qué puedo servirle?

— quiero que seas honesto conmigo— empezó con calma mirándole con detenimiento— estás bien con los viajes constantes de Shura de Capricornio

Los secretos de PanWhere stories live. Discover now