2

15 4 2
                                    

La noche pasó lentamente para todos, incluso para el propio oficial de policía. Los presos, cada uno en una celda separada del resto, no consiguieron dormir al estar pensando constantemente en lo que se les venía encima, incluso los más confiados que se habían mostrado el día anterior tuvieron problemas para tranquilizarse durante la noche. Finalmente, pronto, bastante pronto, el guardia abrió celda por celda hasta que tuvo a los diez fuera y en sus posiciones. Fue entonces cuando se dio la vuelta para comprobar de lleno que la persona que más esperaba que viese esto estuviese atento en todo momento. Exacto, el juez, desde una parte de arriba de una esquina, estaba mirando, sin llamar la atención. Intercambiaron miradas y el de abajo sonrió antes de girarse.
—Muy bien, escoria —empezó, caminando a su alrededor —Hoy será la primera y tal vez la única vez en mucho tiempo que abriremos esta entrada y será solo para vosotros. Todo es válido, podéis comer de todo un poco lo que hay. Si no os gustan las plantas por alguna razón, también se puede cazar. Se puede hacer fuego, ah, y por supuesto se puede hacer equipo con alguien, con cuantos queráis; no es necesario hacer todo por uno mismo.
Se quedó callado, pensando que tal vez dirían algo, pero realmente todos estaban concentrados, escuchando su misión sin levantar ni la vista. Algunos, en cambio, traían una cara más alegre que otros. Fue entonces cuando el mismo oficial sonrió de tal manera que incluso a ellos les pareció terrorífico, y es que faltaban un par de cosas esenciales en su juego.
—Todos vosotros sereis monitorizados para saber cuándo alguien muere o no, ya que, recordad, los inocentes no mueren —hizo otra pausa, como dudoso, o tal vez solo intentaba meter algo de drama, y lo consiguió, ya que la última frase, la última cosa que debía de decir era la más importante —Ah, y, para hacerlo un poco más divertido, hemos decidido que en toda la zona habrá una caja de madera con tres cerraduras. Encontrad las llaves y la caja será vuestra, pero no solo ella, ya que lo que hay dentro también. Quien consiga abrir la caja, y esto irremediablemente debe ser solo una persona, se quitarán inmediatamente los cargos de esta y será inocente durante el resto de la semana, lo que hará que, cuando volváis, se os perdone vuestro crimen y podáis volver a la sociedad como personas normales.
Mientras hablaba, pudo ver muchas emociones por parte de cada uno. Then, Tarou y Lora sonrieron, como gustándoles la idea al momento. A su vez, Bubble y Cheríl abrieron los ojos y pusieron una enorme sonrisa en sus rostros. Otros, como Loan, Bybe o Rope solo abrieron los ojos con un tipo de cara de preocupación. Pero dicho estaba y ya no se iba a cambiar, ni aunque lo dijese aquel juez. Aquello animaba a los participantes a sobrevivir, puesto que una semana allí sin hacer mucho más que caminar y descansar sería aburrido, tanto para ellos como para el policía.
Una vez dicho esto, a cada uno le fue entregado un arma, menos a Then, puesto que este ya tenía una pistola y no se iba a desprender de ella por nada del mundo. Dio a todos y cada uno una navaja, en caso de ser necesaria para la supervivencia, al matar otros bichos, cortar plantas, o directamente...
—Solo uno puede coger la caja, ¿eh...? —sonrió Bubble, subiendo los párpados.
—Exacto, es decir, también puedes usar tu cuchillo en caso de querer asesinar a alguien —lo dijo, dando dramatismo justo al final de la frase...
—¡Genial! —saltó ella —¡Esto será divertido!
—Súper divertido... —concluyó Teka, mirando su arma —Sobre todo cuando no sabes ni coger un cuchillo de cocina.
—Lo dices por ti, ¿verdad? —siguió ella, sonriendo —Porque yo asesiné a mucha gente con uno de estos...
Fue entonces cuando, por primera vez, Bubble le echó una miradita a aquel chico, que se puso la capucha mientras observaba con cuidado su cuchillo. Inmediatamente después, sus ojos brillaron con incluso un nuevo brillo más del que ya tenían y se quedó como sorprendida, sin pestañear siquiera. Teka, que devolvió sus ojos hacia la chica, tuvo que entrecerrarlos al ver la cara de entusiasmo que traía.
—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —empezó él, con ganas de que le dejasen en paz.
—No me había dado cuenta... —susurró ella —¡De los ojazos que tienes!
—No, puaj —dijo él inmediatamente, levantando su mano hacia ella —No vuelvas a decir nada de mis...
—Claro, porque tendré que decirlo de tu cara ancha... O tu nariz fina —continuó, abrazando más fuerte su arma.
—Está bien... —interrumpió en ese momento el oficial, viendo que todos se habían quedado mirando a aquellos dos —Es la hora, voy a abrir la entrada.
Frente a ellos, una puerta normal, marrón, con un pomo corriente fue lo que les dio la bienvenida. Era igual que cualquier puerta, a excepción de unas marcas que salían de allí con un dibujo de muchos círculos y espirales. Todos se quedaron mirándola cuando el guardia dio un paso hacia adelante, sin quitar el ojo de encima a ninguno, dispuesto a empezar con su apuesta y, sobre todo, a ganarla. Bajó lentamente el pomo y, por fin, abrió. Frente a ellos, una vista hacia la oscuridad máxima fue lo que más llamaba la atención, más que nada porque no se veía nada más. El oficial dio un paso atrás, esperando, con su cabeza girada a un lado, el paso de aquellos diez. Ninguno de los de allí se quiso mover de buenas a primeras, por lo que el policía sólo pudo sonreír forzadamente y caminar hacia ellos.
—Venga... ¿Quién primero? —y quiso reírse, pero se aguantó y se quedó en sonrisilla.
—Bueno, como dicen siempre... —empezó Teka, bajando la mirada, justo antes de plantar su pie en el de Bubble —Las mujeres primero...
La chica, en cambio, al notar el pie del rubio tocándole, se puso colorada. Y, justo después, se giró a toda velocidad al escuchar la frase, poniendo su dedo índice para señalarse a sí misma.
—¡Por supuesto! —dijo, animada —Iré yo primero y...
—A ver, niñita —la detuvo justo en el borde aquel otro chico, de pelo morado y largo; Tarou —Los hombres van siempre antes que las mujeres, así que aparta.
—Sí —reaccionó ella, con una sonrisa un tanto tétrica —Creo recordar que a quien maté primero se trataba de una mujer.
Tarou, por el contrario, no dijo nada, pero también acompañó su sonrisa. Justo después, plantó un pie delante del otro, dejando a los otros nueve justo detrás de él. Incluso miró una vez más al oficial, que parecía estar disfrutando con aquello. Acto seguido, dejó un pie fuera y, después, se dejó caer hacia adelante. Increíblemente, allí no había suelo, por lo que Tarou dio una voltereta y cayó al vacío entre la oscuridad. Al momento, todos sintieron una enorme curiosidad y temor que hizo que se acercarsen rápido a la puerta. En cambio, el oficial negó.
—Por supuesto que está bien, ¿veis? —se buscó algo entre uno de los bolsillos y, justo después, mostró una tableta digital en la que se veía un pequeño dibujo de cada uno de ellos con su nombre.
Justo debajo, había un tipo de línea en rojo, justo al lado de un corazón. Todos se vieron a ellos mismos, viendo así y comprobando de que seguían vivos todos y cada uno de ellos, incluido Tarou, encontrándose justo en el medio, en el número cinco. Si su corazón parecía estar latiendo en aquel momento, el mismo Tarou debía de seguir vivo, haciendo así que se concienciasen de lo que ocurría y muchos de ellos perdiesen el miedo al instante. Tanto fue el caso que la siguiente en dar un paso no fue otra que Caro, la cual llevaba puesta la braga y la capucha, con una sonrisa de triunfo en su cara. Ante la mirada de duda de todos, ella sólo giró su cabeza.
—Si soy culpable, no tengo miedo a morirme ahora —y se lanzó al vacío la siguiente.
Todos la miraron en silencio, pero aquella chica había levantado los ánimos a muchos que, al ver que ambos estaban vivos tras la caída, se confiaron tanto como para saltar dentro. El último, en cambio, era el que se encontraba último en la lista que les había mostrado el policía. Este era el más pequeño, ya que sólo contaba con diecisiete años de edad, sus ojos verdes, casi sin vida, los mechones del mismo color que le caían hacia abajo, contrastando así con su gorro, del cual no había querido ni desprenderse. El oficial le echó una última mirada antes de bajar los hombros con un suspiro.
—Venga, chaval —le animó, golpeando su hombro —Todos ellos lo han conseguido, ¿por qué tú no?
—No lo sé exactamente... —susurró Loan, sin siquiera mirar a aquel hombre a la cara—Siento que apenas podría durar vivo lo que queda de día.
—Me estás diciendo que eres inocente, ¿no? —resumió este, pero negó.
—Yo no creo que la historia de los monstruos que nos has contado sea cierta... Pero, de un modo u otro, si el destino lo ha querido, yo tendré que saltar ahí adentro para demostrar que puedo sobrevivir por mí mismo... Y demostrarte lo inocente que soy.
Y, tras eso, le echó una última mirada de odio antes de dejarse caer por la entrada. Inmediatamente después, el oficial cerró la puerta, dando dos palmadas. Después, se dirigió al juez, sonriente, como pensando que su victoria estaba próxima.
A su vez, el chico de pelo verde, rodó durante un rato en el aire, como dando vueltas sobre sí mismo. Apenas tomó un par de minutos hasta que tocó el suelo. Al principio, sólo se veía oscuridad a su alrededor cuando se sentó al final del oscuro túnel. Pero, cuando movió un poco sus pies de lado a lado, consiguió que la oscuridad de la sala desapareciese. No se negó a sí mismo que estaba algo asustado, o incluso ansioso por saber qué había tras aquello, pero se descubrió al momento. Frente a él, un sonido de cómo el viento movía las hojas con calma y, a su vez, otros cuantos ruidos se unían al principal. Revoloteos de animales, gotas cayendo sobre superficies poco húmedas, el crujido de cuando una rama era pisada o directamente caía al suelo. Loan, con cuidado, abrió sus ojos para descubrir que se encontraba tumbado sobre un montón de hojas de colores oscuros y, justo sobre él, lo que le daba la bienvenida eran millones de ramas y árboles de colores muy llamativos, sobre todo verde, pero también variaba.
Se levantó del suelo, incorporándose al momento, poniendo sus rodillas juntas y recogiendo su gorro. Aquel bosque parecía no tener cielo, pero había luz; no parecía tener final, pero parecía poder salir de allí fácilmente; no tenía nada cómodo, pero realmente se sentía como en su casa en aquel momento. Aquello fue como un pequeño golpe de sorpresa y alegría, que se fue transformando poco a poco en una cara de tristeza, como decepción, y terminó en una de temor al notar un escalofrío por todo su cuerpo. Bajó los ojos, antes de darse cuenta de algo. Dio dos vueltas con su cabeza rápidamente, abriendo sus ojazos, color verde, y levantándose rápidamente. Estaba solo.
—¡Oye...! —se precipitó —¡¿Dónde estáis todos?! ¡No me dejéis solo...! —esperó, nadie contestó, por lo que golpeó el suelo —¡Maldición!
Supuso rápidamente que los habían debido de separar por alguna extraña razón que desconocía. Le recorrió más de un escalofrío a la vez, pero solo se pasó las manos por los brazos y suspiró. Estaba solo. Exacto, estaba solo. Se mordió los labios y miró por encima de su hombro con mala cara, como esperando a algo. ¿Qué era lo que debía de hacer exactamente? Ah, sí, encontrar una llave para abrir una caja, ¿no? Difícil tarea, supuso ya de buenas a primeras, y sin contar la pereza con lo que lo hizo. Miró a otro lado, replanteándose a dónde debía de ir primero. La llave, ¿verdad? La llave debía de estar escondida no muy lejos, pero... ¿Y la caja? ¿Dónde estaba? Suspiró más fuertemente y golpeó el suelo, como estresado. Apretó los dientes mientras lo pensaba, sujetando su cabeza, como con dolor. ¿Qué debía de hacer? Estaba solo, debía de buscar una caja con tres cerraduras y encontrar así las tres llaves también, ¿no? Parecía difícil, pero él lo veía como un reto mucho peor que aquello. ¿Qué se suponía que debía de hacer...?
En aquel momento, en el silencio que había creado entre la concentración y el estrés, notó cómo era que había una nueva presencia, como acechando. No supo decir de dónde venía, pero estaba seguro de que alguien lo estaba observando... O tal vez algo. Se dio la vuelta lentamente dos veces, pero peor fue el sobresalto al escuchar cómo crujía una de las ramas que habían caído anteriormente al suelo, justo a su lado. Estaba claro que había algo allí, justo detrás de él. Pensó en lo que el oficial había dicho; dijo que no todo lo que había tras la puerta era humano necesariamente, ¿no? Suspiró, notando cómo era que el aire de sus pulmones disminuía radicalmente. Allí, tras él, debía de haber una criatura a la que temía, y por eso no quería darse la vuelta... Pero si quería demostrar su inocencia y sobrevivir, debía darse la vuelta, por lo que cogió aire y a la cuenta de tres decidió girarse, justo antes de que recibiese una agresión por la espalda... Más o menos.
—¡Hola, chaval! —gritó de repente alguien tras él, saltando para poner hombro con hombro, rodeándolo.
El pobre Loan no tuvo de otra que paralizarse si no quería pegar un grito ensordecedor. A su lado, Cheríl, el chico albino de las cerezas en su pelo le sonreía con una cara de buena gente increíble. Suspiró, apartándose de su abrazo y bajando la cabeza.
—Pensé que estaba solo... —susurró, pero realmente se alegraba de la presencia del chico, que sonrió aún más, acercándose.
—¡Magia! Yo he venido a rescatarte, chavalín —y se rio entre dientes —Venga, no me digas que este sitio no da escalofríos.
—La verdad... —se sinceró, aún sin levantar la cabeza. No sabía cómo continuar la conversación...
Se mantuvo en silencio durante unos segundos más, hasta llegar a pasar cerca de un minuto, que fue cuando Cheríl se dio media vuelta para mirarle de frente, como esperando o analizando. Estaba acobardado, la verdad; dudaba de sus movimientos y decisiones en aquel momento. Era bueno tener a aquel chico cerca, ¿pero cómo de bueno? De un modo u otro, agarraba, en su bolsillo, con fuerza su navaja. Al menos no fue tan malo cuando el chico de las cerezas giró sus rodillas para poner ambos pies juntos y sonreír de nuevo.
—¿Formamos equipo, Loan? —y esperó con los ojos cerrados y una sonrisa preciosa en su rostro.
—¿E... Equipo...?
—Sí, claro —cambió un poco de expresión —Se podía, ¿no? —hizo como si supiese, pero realmente no recordaba bien aquello.
Loan, por su parte, dudó durante unos segundos, bajando la cabeza. Dio dos vueltas con los ojos, como esperando una mejor propuesta. Aunque, ¿qué mejor propuesta que hacer alianza con un chico que parecía de los más confiados de todo el lugar? Pero tampoco parecía muy fuerte, con sus tirantes de camiseta y una chaqueta enorme que la llevaba caída por los hombros. Suspiró, devolviendo su mirada a los enormes ojos rojos de aquel chico, y su sonrisa aterradora. No, no le había convencido.
—La verdad, tú y yo no... —empezó, pero se detuvo.
Y es que fue en ese momento cuando notó cómo algo se agarraba fuertemente a su tobillo. Se giró lentamente y con cuidado, notando un escalofrío, pero se hizo mil veces peor cuando se dio cuenta de que lo que tenía detrás esta vez no se trataba de un compañero, sino de cualquier otra cosa que no era humana, como bien había dicho el oficial. Una criatura enorme, oscura, tan oscura que no se le veían los rasgos faciales, sino sólo unos ojos enormes y blancos, que mostraba poco más que su cabeza y cuerpo, teniendo así unas patas, dobladas, como si estuviese arrodillado con las de atrás, e incluyendo que tenía unas extrañas bolas, como humo, subiendo por su cuerpo, pareciendo así que se evaporaba. De su morro salían un par de látigos y era con uno de ellos con el que tenía sujeto el tobillo de Loan. Cheríl sólo sonreía con los ojos muy abiertos, como congelado.
Apenas pudo hacer poco más de girarse antes de que aquella extraña criatura girase radicalmente su cuerpo a toda velocidad para lanzar a Loan por los aires, solo cogido por su tobillo. No tuvo de otra que gritar mientras iba a toda velocidad, cogido única y exclusivamente por el tobillo. Tampoco pudo evitar soltar su navaja de su bolsillo y agarrarla al aire, pero sin posibilidad de girarse para desatar aquel látigo monstruoso.
—¡Cheríl...! —gritó cuando recordó que aquel chico estaba allí con él —¡Por favor, ayúdame...!
Siguió gritando mientras el albino con las cerezas en el pelo analizaba la situación sin moverse de su sitio y sin bajar su sonrisa de pinchos, ya que tenía más colmillos que dientes normales. Era una criatura enorme, jamás podría con ella con un pequeño corte o si trataba de darle con una piedra. Fue entonces cuando recordó que tenía una navaja a su disposición, pero era inútil, él no sabía utilizar un objeto punzante corriente, sino que sabía otros métodos de tortura que no fuesen con cuchillos. Su consciencia volvió al lugar al ver cómo el látigo pasaba con su nuevo compañero de equipo a tan solo unos cuantos metros de su cara. Incluso dio un salto atrás, cogiendo aire, en parte molesto y por la otra pensativo. ¿Cómo podría actuar si...?
—¡Ayúdame, ayúdame...! —le gritó de nuevo el chico, es más, no dejaba de gritar, pero aquello sí que lo escuchó.
Fue entonces cuando abrió sus preciosos ojos rojos al darse cuenta de algo. Había algo en sus pies que ahora le molestaba para caminar. Miró abajo para ver de qué se trataba y por fin tuvo una idea...
—¡Cheríl...! —gritó, desesperado, Loan, después de ver que era imposible deshacerse del látigo por uno mismo.
Aun teniendo su arma en mano, darse la vuelta, esquivando su tobillo y asestar el golpe para partir aquel tentáculo parecía una tarea imposible. Ya lo había intentado y solo había conseguido hacerse daño; pero, de repente, notó una extraña sensación; se había detenido. Miró abajo para ver el suelo a sólo un par de centímetros de su cara, tocaba el suelo con sus brazos, los cuales llevaba sueltos. Pero el por qué no lo sabía. ¿Acaso se había cansado? ¿O simplemente ya había terminado aquel terremoto de emociones? No importaba, usó ese tiempo extra para lograr darse la vuelta y, con la navaja en mano, pretender romper el látigo. En cambio, al conseguir una de las dos tareas, el látigo decidió volver a moverse. Ahora, su posición era horrible, le dolía su tobillo e iba al revés, por lo que el suelo lo tenía perdido. En cambio, el viaje duró poco aquella vez, ya que se detuvo de nuevo, pero no fue a unos pocos centímetros del suelo, con los brazos tocando. No, así no fue, ya que esta vez, dado la vuelta, podía ver el suelo por su cuello totalmente girado hacia atrás y sus brazos solo rozaban el aire. Se había mareado, por lo que tardó unos segundos más en recordar dónde se encontraba y por qué. Entonces, al tener los ojos más abiertos y la consciencia de nuevo donde debía de estar, se dio cuenta que estaba en lo más alto posible, es decir, a unos veinte centímetros de la boca de aquel personaje de negro, que había aparecido frente a ellos. Se alteró, cogió aire rápidamente y pensó a toda velocidad. ¿Cómo podía librarse? Entonces recordó en aquel momento su navaja, pero, al tratar de buscarla, se le encogió el corazón. Al haber estado unos segundos sin reaccionar, el arma había resbalado de su mano hasta caer hasta el fondo de la garganta de aquel monstruo. Genial, ¿y ahora qué?
—¡Pero si yo soy inocente...! —gritó con sus últimas ganas —¡Sabía que no debía de escuchar las palabras de ese tipo...!
Poco a poco, el monstruo fue introduciendo a aquel chico en su boca mientras él solo gritaba para poder ser salvado. Qué juego tan estúpido, ¿no? Supuestamente, a los inocentes no les mataban, y allí estaba, a punto de morir. Sin arma ni nada ya, solo pudo rendirse. Bueno, ser el primero en caer no estaba tan mal si solo tenía diecisiete años, ¿no...?
—¡No temas, Loan! —escuchó de repente, haciendo que sus ojos se abriesen todo lo posible —¡Menos mal que tú tenías mi solución!
¡Cheríl...! Aquel muchacho albino de cerezas en la cabeza había vuelto a por él, y eso que no le gustaba ni un poco eso de formar equipo con él... ¿Su solución había dicho...? No entendió de buenas a primeras, es más, ni siquiera sabía dónde se encontraba. Buscó con sus últimas fuerzas para ver su localización... ¡Y finalmente lo encontró! Aquel chico estaba...
—¡¿Qué haces subido al lomo del monstruo, idiota...?! —gritó, ya desesperado.
—Ya verás, ya verás —se rio, sacando sus dientes.
—¡¿Qué pretendes?! ¡Apenas medirás un décimo de lo que mide él; no puedes atacarlo solo con una navaja...!
—Con una navaja, no, amigo mío.
Pero lo dejó en el aire. Sus brazos ya estaban metidos dentro de la boca de aquella bestia, rezando a todo ser celestial para que aquel chico no fuese un asesino idiota que también desperdiciaría su navaja como había hecho él. No le había visto sacarla de su bolsillo, es más, solo llevaba una cosa en la mano. Algo pequeño, rojo y suave...
—¡Mi gorro...! —se molestó —¡¿Por qué tienes mi gorro?!
—Ay, qué chaval tan impaciente... —suspiró este, pero sonrió —¡Ya verás...!
—¡No, no quiero ver...!
Justo en ese momento, metió su cabeza en la garganta. Cheríl, con una mirada juguetona, estiró aquel gorro del chico con sus brazos. Era cierto, comparado con aquel ser de ultratumba era alguien insignificante y diminuto, pero no importaba. Una criatura pequeña puede acabar con una enorme si sabe cómo, ¿no era así...?
Sonrió y al mismo tiempo se movió rápidamente hasta el cuello de la bestia. Con aquel objeto en mano, se lanzó al vacío, haciendo así que el gorro rojo de Loan cubriese toda la espalda de la bestia, ya que no tenía problema en estirarlo, y menos en romperlo.
—Si sigue siendo un simple gorro..  —y se rio, ya que no era de su propiedad.
Una vez en el lugar perfecto donde se encontraba, la parte baja de la garganta del monstruo, estiró lo suficiente como para hacer una especie de bufanda. Los hilos saltaban uno detrás del otro; se estaba rompiendo, pero solo debía de aguantar un poco más, y Cheríl lo sabía. Se mordió los labios, sonriendo, hasta que empezó a hacer fuerza hacia dentro con sus brazos. Una vez hecho esto, aquella criatura debía de empezar a ahogarse, aunque no lo pareciera por el momento. En cambio, al estar unos cuantos segundos más así, el propio chico se dio cuenta de que la criatura parecía empezar a cansarse, como estresada o ansiosa. Decidió hacer más fuerza, retando al gorro a romperse, pero sin quitar su sonrisa del todo. Fue entonces cuando decidió usar sus látigos negros, el que le quedaba, contra él. Sólo pudo subir y bajar las piernas para evitar el golpe, pero solo fueron dos intentos hasta que decidió soltar el tobillo de Loan para usar el otro. En cambio, tan solo al intentarlo, hizo que perdiera el equilibrio y, de repente, se cayó a uno de los lados del suelo a una velocidad aterradora, haciendo un ruido, como un estruendo, demasiado alto para su parecer. Cheríl rodó como pudo para evitar el golpe y, a su vez, Loan salió de su garganta, puesto que no había llegado a tragarle del todo, pero sí estaba cubierto de babas. Cuando se vio fuera, esa fue su primera preocupación.
—¡Puaj...! ¡Qué asco, jo...! —dijo, con pena, agitando sus brazos.
Se quitó un poco aquellas tonterías transparentes que, para rematar, olían fatal. Sacó su lengua con asco, entrecerrando sus ojos. Después, subió la mirada para ver su querido gorro rojo en el suelo, casi al borde de romperse y más grande de lo normal, y a su lado al albino, bajo el cuerpo del animal, solo la parte de abajo. Abrió sus ojos y echó a correr hacia aquella dirección. Primero de nada, su gorro; después, miró al chico.
—¡Cheríl! ¡Oye, Cheríl...! —le meneó su hombro, tratando de que respondiese —¿Te encuentras bien?
—Ja... —se rio, con su ojos rojos tan abiertos que apenas se veía la zona blanca —¡Esto no es nada! ¡Estoy perfectamente...! Aunque, tal vez, sí que estaría bien si me ayudases a salir de aquí...
Loan suspiró, pero sonrió. Puso su espalda y brazos contra la criatura e hizo toda la fuerza que pudo contra ella. Así, poco por poco, Cheríl fue liberado al estar él haciendo fuerza para poder salir de ahí. Finalmente, quedó libre y el chico de pelo verde recogió su gorro, sentándose a su lado.
—¿Te duele el tobillo? —preguntó, sabiendo cómo lo había atacado.
—Un poco, pero estoy bien... —sonrió él, bajando los ojos.
—¡Genial, porque yo tengo las piernas súper doloridas...! —terminó, echándose hacia atrás.
Loan también se encontraba algo cansado, después de toda aquella aventura que no debía de haber durado mucho más de quince minutos, pero la adrenalina había acabado con sus energías y las de Cheríl, que cerró los ojos con una sonrisa en el suelo. Fue entonces cuando se levantó rápidamente, sentándose primero antes de tocar de nuevo el suelo con ambos pies. Echó una miradita nerviosa a Loan, como obligándole a levantarse.
—Acabo de recordar que la bestia no se ha muerto, sino que solo la he dejado inconsciente... —y sonrió un poquito más.
—¡¿Qué?! —se incorporó Loan, rápidamente y como enfadado —¡¿Pues a qué esperas?! ¡Vamonos corriendo de una vez!
Cuando empezó a mover sus pies a trote, esperando que aquel chico le persiguiese, se dio cuenta de que estaba con la cabeza baja, mirando al suelo, pero mirada inocente. Tenía las manos en los bolsillos, sujetando su navaja, la cual no había utilizado. Apenas fueron unos segundos hasta que Loan volvió atrás para coger su manga y mirarle a la cara, dispuesto a escapar de allí con él.
—Puedes caminar, ¿no? ¡Pues vamonos...! —continuó, recordando la pregunta que le había hecho antes.
—Loan... —susurró, como todavía nervioso —¿De verdad quieres hacer un equipo con alguien como yo? —le miró, con pena.
—Por supuesto —se plantó el otro, haciendo que sus ojos se agrandasen, como sorprendido —Creo que puedo confiar en ti después de haberme salvado de ser la comida de algo enorme, que ni siquiera se puede describir con palabras.
Ambos se miraron durante un segundo, antes de que el albino sonriese, cerrando los ojos. Con la mano que no tenía sujeta Loan, se tocó con cuidado el pelo, observando así que su orquilla de cereza seguía allí. Después de eso, volvió a abrir los ojos.
—Vamos —sonrió más.
—¡Por favor...! —dijo con pena, marchándose de allí de la mano de Cheríl, puesto que temía encontrarse solo si algo así volviese a aparecer frente a él...

Entrada de los Pecadores Where stories live. Discover now