4

10 4 2
                                    

—¿Te consideras inocente...? —empezaba allí, la rubia de ojos morados, mientras tocaba con ligereza y suavidad las paredes.
Dentro de aquel lugar, lleno de hojas, ramas que se caían, árboles casi marchitos y poca iluminación, por no contar con los sucesos paranormales, se encontraba alguna que otra guarida. Metiéndose por donde habían entrado, girando por un par de árboles a los lados, una apertura un tanto oscura y rellena de hojas había llamado la atención de la chica, pero, en cambio, no era la única que se había decantado por aquella entrada.
—Oh, por supuesto... —respondió Lora, aquella mujer de pelo rosa y ojos caídos, con una sonrisilla poco forzada —¿Y quién no? Todo el mundo se considera inocente siempre y cuando su vida esté en juego... ¿O me vas a decir que tú no te lo consideras, señorita?
A Caro, la chica del pelo rubio, que llevaba la braga, color azul, sobre su nariz para no dejar ver a aquella mujer su verdadero rostro, pareció molestarle la pregunta. Se giró sólo para mirarle un momento a la cara, pero ver aquella cara tan despreocupada hizo que se llenase de ira inmediatamente. ¿Cómo había decidido formar una pareja con aquella persona, que ahora se pasaba la lengua, como saboreando, alrededor de los labios?
Fácil; ella simplemente no había hecho nada, solo aparecer en aquel lugar en aquel momento. Fue justo después cuando, de repente, una persona llegó justo detrás de ella para cogerla por el cuello con ambos brazos, a modo abrazo; pero lo que realmente intentaba Lora era algo más terrorífico.
—Cuantos menos enemigos, mejor —mencionó en aquel lugar, tumbada en el frío y duro suelo de piedra.
Exacto, pensó Caro. Siendo un asesino que quiere ser liberado es importante tener en mente que no siempre será fácil para uno librarse de la tortura, la muerte, el sufrimiento... Lo que fuese, pero, en aquel caso, había una forma de hacer que nada de aquello se hiciese realidad. ¿Cómo? Tal vez cooperando y buscando entre ambos la salida, es decir, las tres llaves.
Desafortunadamente, allí seguía, con su navaja, afilándola contra los muros de piedra con cada rasguño que hacía cada vez que recordaba lo ocurrido.
—Me consideraría inocente si no fuese porque estoy orgullosa de lo que he logrado —fue su clara respuesta, sin mirarla siquiera, aunque sabía que ella tenía un ojo sobre ella todo el rato.
—Orgullosa, ¿eh...? —pareció burlarse al ver su cara, la cual no quiso ni dirigirse la mirada —¿Te sientes orgullosa de haber matado a gente?
—Por supuesto —dijo, seria —Es el deber de un asesino, asesinar. Al igual que un maestro o profesor enseña a alumnos y demás, un asesino tiene una necesidad y, al cumplirla, no puede evitar sentirse orgulloso —y se quedó callada, como neutra, puesto que no había cambiado de expresión en toda la frase, ni una triste sonrisa siquiera.
—Ajá... —se fijó Lora, abriendo un poco los ojos con cuidado, dejando ver un brillo más, como pícaro, acompañado así por una sonrisa aterradora, con aquellos dientes perfectos y los labios grandes y rojos. Se había dado cuenta de algo —Pero tú no te ves orgullosa, ni feliz ni nada de eso.
Al momento, Caro detuvo su acción, abriendo todo lo que podía los ojos. Golpeó tan fuerte su arma contra la piedra que sonó un ruido estridente, como si se fuese a partir, pero no pasó. Giró lentamente la cabeza, abriendo cada vez más los ojos, dejando ver así un resplandor morado hermoso, pero verdaderamente terrorífico. Se quedó plantada, mirando a Lora como si de un gato se tratase; pero era un gato agresivo, un gato que saltaría en cualquier momento por cualquier cosa, un gato que no dudaría en sacar sus uñas si se sentía acorralado.
—¿A qué te refieres? —fue su pregunta, neutra, como antes.
—Nada, linda minina... —sonrió, poniendo sus dedos en sus labios —Solo me he dado cuenta que no pareces estar disfrutando esto de supervivencia —y buscó la mejor excusa posible, recordando lo que había pasado antes —Antes, cuando saltaste la primera después de ese hombre, pensé que debías de ser una gatita muy fuerte que podría con cualquier cosa, que habías venido simplemente para demostrar que eras inocente y que ibas a luchar contra cualquier objeto y ser de este lugar. En cambio... —dio dos golpes a la piedra donde estaba tumbada —Te ocultas aquí conmigo como una ratita asustada. Así que, se podía decir que, sí, has tirado mis expectativas sobre ti por la borda...
Justo cuando fue a continuar, se dio cuenta de algo. Caro, la cual se encontraba delante de ella, en aquella cueva encontrada por ambas a la vez casi, la cual golpeaba el filo de su navaja brutalmente contra las paredes de esta, ya no se encontraba ahí. Miró a un lado a otro; era imposible, no la había podido perder de vista. Solo había pestañeado... Y ni siquiera eso.
En cambio, cuando fue a voltearse, se encontró aquel filo magullado, casi roto, rozando lenta y ligeramente su cuello, más a fondo, justo en la aorta. Lo hacía como acariciando, dudando, lo que le llamó la atención.
—Te mueves bien para la edad que tienes... —sonrió Lora, sin moverse apenas.
—No me subestimes, abuela —apretó más fuerte su mango —Soy cinturón negro de kárate y tengo el récord en escalada; soy mucho mejor que tú y que muchos de los de aquí.
—Pero... —continuó, como si le hubiese dejado a ella el puesto a posta —Si me matas ahora, eso te enorgullecería más de lo que lo estás ahora, ¿no es así?
—¡Por supuesto...! —no lo vio, pero supo de lleno que Caro debía de estar sonriendo por la fuerza que estaba utilizando en el mango de la navaja.
Así pudo estar cerca de dos minutos, hasta que, lentamente, bajó de nuevo el arma hasta abajo, salvando la vida de Lora, o directamente evitando una tragedia. Después de lo que había pasado, a Caro no le apetecía continuar hablando y menos seguir con aquella que se hacía llamar "compañera" en aquel lugar. Fue entonces que decidió dar media vuelta y dirigirse a la puerta con paso ligero, pero con la mirada de la pelirrosa por detrás, como un búho. Pretende marcharse de aquí, supuso; su propia compañera se marchaba sin ella.
—No quiero tener un compañero —empezó, sin darse la vuelta —Vivo por mí sola, no necesito depender de nadie; no necesito ningún compañero.
—¿Y es por eso que te vas, minina? —preguntó ella, tratando tanto de molestar como de no hacerlo, pero sus intenciones parecían lo contrario solo con ver su cara.
—No me voy —soltó ella tras unos segundos en silencio y un largo suspiro —Esta es mi guarida; yo la encontré. No sé lo que hay fuera, y si es seguro o no, así que necesitaba una guarida para poder pasar las noches sin preocuparme por si me matan mientras duermo.
—Así que no eres inocente —remató Lora, mirándola, pero ya sin aquella sonrisa ni expresión en la cara.
La rubia suspiró, mirando abajo con los ojos cerrados y, ligeramente, negó con la cabeza, pero hizo una sonrisa final, como dando a entender que eso no era todo.
—Un asesino está orgulloso de lo que hace, ya que es su trabajo —dio media vuelta y se marchó.
Lora, mirándola hasta la salida, con aquellos enormes y cansados ojos de asesina, se quedó callada, pensando. Era bueno tener un compañero para guardarte las espaldas, pero era cierto que lo peor que podía hacer era depender de uno. Miró a Caro de nuevo, ya desaparecida del lugar. ¿Estaba dependiendo de ella de alguna manera? Puesto que ella no iba a salir del lugar, jamás encontraría por ella misma comida, agua y provisiones. ¿Y si se enfermaba? ¿O se hería? Todo aquello la carcomió hasta el punto de tener los ojos muy abiertos hacia el suelo y con un brillo espectacular. Acto seguido, se levantó a toda velocidad.
—¡Minina...! —la llamó, tirando de sus ropajes, todos cortos y color azul claro —¡Vuelve aquí!
Echó a correr tras ella y, una vez salida de la cueva, girando a la derecha, a unos cuantos metros, la silueta de Caro de espaldas fue lo primero que su ojo captó, haciendo así que brillase. Echó a correr hasta ponerse a su lado, con una sonrisa, una que pareció disfrutar. Puso su mano en el hombro de la chica, con sus ojos cerrados, pero sus cejas expresando sus verdaderas intenciones.
—Minina, puesto que ahora somos un equipo, y aunque no te guste, vas a tener que ir conmigo, ya que yo también me quiero arriesgar —y asintió dos veces.
Caro, sin dirigirle ni la mirada, sabiendo de sobra que estaba allí por su mano en su hombro, decidió sólo pestañear a lo que estaba en frente. Es más, hizo fuerza entre sus labios para darse uno con el otro, como pensando, justo antes de decidir acercarse a aquel lugar, bajo la vigilancia de Lora, claro está. Se trataba de un matorral en donde había varios colores que debían de tratarse de fruta. Cualquier tipo de comida sería buena para la situación, puesto que era más arriesgado esperar a que anocheciese para resguardarse que no buscar comida. La cueva la quería para eso, para poder quedarse allí por la noche y dormir; la habían revisado dos veces, bueno, solo ella, puesto que aquella mujer no se movería de su posición en la piedra ni en un millón de años. La cueva era segura, estaba decidida a pasar allí la noche, y qué menos ayudar a todo aquel que lo necesitase.
—Somos asesinos —le había explicado a Lora —Aunque por dentro nuestra sed de sangre se esté derramando, por fuera somos compañeros.
Aquello había sido hacía un par de horas cuando habían encontrado y revisado el lugar. A ella no le importaba compartir su guarida, siempre y cuando ningún asesino, a los que había considerado compañeros, fuese en contra de su ideología.
Volviendo al presente, acababan de encontrar unos frutos en un matorral, de muchos colores, incluso era difícil de elegir. Caro se propuso encontrar uno que no fuese venenoso y solo dos de ellos no lo parecían, sino que tenían un color más natural; se trataba de uno azul fuerte y otro rojo, puro rojo. Por lo que sabía, el azul debía de ser el malo, ya que el rojo parecía una verdadera fruta. Dudó, con su compañera de pelo rosa mirándola sin pestañear, en si coger la que quería o no. Tampoco tenía pruebas, solo era su instinto y ella contra todo. Finalmente, suspiró y se acercó rápidamente a la roja y, al borde justo de cogerla, algo la sorprendió.
Un movimiento en la arboleda hizo que pegase un salto atrás y abriese mucho los ojos. El susto se lo había llevado, pero, inmediatamente después, sacó su navaja mellada y apretó los dientes, poniéndola frente a ella y un brazo frente a Lora, como protegiéndola, lo que hizo que pusiese una gran sonrisa en su cara. Frente a ambas, el matorral se movía de lado a lado, lo que molestó a Caro.
—Sea quién sea o lo que sea, que se muestre ahora mismo si no quiere que le arranque los ojos y luego la lengua de cuajo —advirtió, sin moverse ni un palmo.
—Ya veo —dijo de repente una voz, justo detrás de Caro y aún más detrás, justo al lado de Lora.
Ambas mujeres pegaron un grito antes de darse la vuelta a toda velocidad para enfrentarse a aquello que acababa de aparecer tras sus espaldas. Lora, de nuevo, se puso tras la más joven, la cual mostraba su brillante navaja a pesar de sus rasguños y lo poco que quedaba de cuchilla como tal, apuntando justo en frente, lo que hizo que la tuviese que bajar lentamente al ver a una figura, no muy alta, pero que reconoció al momento.
Con sus ojos verdes y aquel pelo dorado bajo la capucha que apenas asomaba, aquel muchacho se dirigió a ambas mujeres con un paso. En cambio, y para sorpresa de la rubia, enseñó algo que tenía cogido con ambas manos y una especie de sonrisa, bastante forzada, a su modo de ver. Entre sus dedos, ligeramente cogida, se encontraba una rama de las que estaba mirando hacía tan solo un par de segundos, aquellas con las frutas de varios colores. Ahí ya fue cuando bajó del todo el arma, viendo que no traía malas intenciones, sino que arrancó una de las frutas azuladas con algo de fuerza y, sin dudar ni vacilar, se la metió en la boca, la masticó y terminó tragando casi sin pestañear ante ambas mujeres. Después, habló.
—Las rojas, Caro, son de las mejores —empezó, casi haciéndose daño por mantener aquella sonrisa —Deliciosas, pero peligrosas.
—¿Peligrosas? —respondió ella, frunciendo el ceño y con la nariz bajo la braga.
—Por supuesto —continuó él —Dependiendo de el efecto que tenga esta en el cuerpo del que la consume, puede ser de lo más beneficiosa o mortal. Por ejemplo, si tú la hubieses probado, sabiendo que eres joven todavía, no has fumado ni tocado fuego en toda tu vida, tomado drogas, pero sí alcohol, que toma todo tipo de verduras para mantenerse activa y entrena todos los días, puedo asegurarte que nada te iba a pasar —dijo, ante la mirada atónita de Caro, pero continuó, refiriéndose a aquella otra mujer que estaba tras ella —En cambio, si tú las hubieses tomado, ahora mismo seguramente te encontrarías en un árbol y echando todo tipo de líquidos por todos lados —movió su cabeza a un lado, ante la mirada enfadada de Lora.
—¡Mira, niñato...! —empezó, dando un paso al frente —¡Si crees que puedes saber lo que pasa a la gente por tomar una fruta de nada, también sabrás lo fácil que es extirparte los pulmones para no dejarte flotando en el río, sino que tu cuerpo se sumerja hasta el fondo de este...!
—Por supuesto que lo sé —afirmó, entrecerrando sus ojos —Tampoco soy muy inculto, que digamos...
—¡Verás...! —se enfadó esta, perdiendo los nervios, cogiendo con rabia la chaqueta del chico, dejando caer su flequillo rubio por su cara, desordenándolo.
Mientras tanto, Caro se quedó congelada, pensando fríamente en lo que acababa de pasar. Sin duda, aquel hombre acababa de adivinar todo, o casi todo, sobre su vida. Se tocó el pecho, como con dolor, apretando sus labios uno contra el otro, cerrando sus ojos fuertemente, nerviosa, oyendo los gritos de la pelirrosa por detrás.
—Lora —empezó de nuevo, subiendo la cabeza —Detente, por favor.
—¡¿Ah?! —se molestó, pasando su lengua por los labios, ya que estaban secos del enfado —¿Por qué?
—Teka... —susurró, mirando a otro lado —Tú eras el científico, ¿verdad? Aquel al que Tarou no dejaba de molestar —recordó su primera vez, y aquel chico les miró con pena.
—Así es —se reafirmó a sí mismo con otra fruta en la boca —No soy biólogo, pero sé de esto también un poco. También de medicinas.
—Es decir... —se volvió a enfrentar Caro, subiendo la mirada hacia Lora, como muy segura de sí misma —Teka te acaba de salvar la vida, Lora. Si me hubieses hecho caso a mí, ahora mismo no sé qué te estaría pasando... Me disculpo...
Y se agachó, lo suficiente para que Lora se diese cuenta de que no lo estaba haciendo bien del todo. Miró a Teka, el cual no había decidido oponerse a ella, ni siquiera había levantado sus puños, sino que se había quedado paralizado, como con miedo en la cara, mirándola. Le recorrió un escalofrío por la espalda, decidiendo, casi al momento, que debía de soltarlo y dejarlo libre. Una vez de nuevo con los pies en el suelo, aquel chico se metió la mano en el bolsillo, como buscando algo y, después, ante la mirada de duda de Lora, le tendió un caramelo envuelto en un plástico de colores blanco y rosa. Volvió a forzar la sonrisa, como si le doliese.
—Todavía me queda alguno; para ti —y se lo dejó en la mano, como si supiese del tema —¿Cuánto llevas sin comer? Esa cara demacrada y pálida no da buenas señales... —y dejó la sonrisa forzada para abrir la boca, como con asco.
—No me analices, guapo —dijo, poniendo su mano frente a aquel chico.
Aunque no negaba que aquel chico de pelo rubio, ojos color bosque y cara de niño pequeño, con la nariz hacia arriba, los mofletes regordetes y los labios ligeramente abiertos para ver sus dientes, mentía, no quería mostrarlo a la luz. Su aspecto pálido, con los pómulos muy notados, con sus ojos grandes y decaídos era bastante preocupante, pero no era hora de hablar de eso, sino que giró su mirada una vez más para ver la hermosa cara del más joven de allí.
—¿De dónde los has sacado? —dijo, aceptando por fin el caramelo y abriéndolo por un lado.
—Larga historia —resumió él, con la mano en el bolsillo, como contando —Tengo cerca de diez o así.
—¿Diez? —se sorprendió entonces Caro, volviendo a la conversación —Apenas hace dos horas o tres que estamos aquí; es imposible que los hayas encontrado sin buscar apenas...
—Es que no los he encontrado —admitió, cambiando la cara de repente a una dura de ver —Sino que...
En ese momento justo, se detuvo. Pero aquello no fue a causa de un gran impacto, un ruido, un monstruo, una disputa o qué alguna de aquellas mujeres había interrumpido, sino que, de repente, allí, a lo lejos, una vocecilla chillona se escuchó, cada vez acercándose a más velocidad hacia su lado. Al principio, parecía estar gritando de dolor o de alegría, pero realmente decía un nombre, y aquel nombre no era otro que el de...
—¡Teka, mi amado...! —gritó de repente la voz, saltando algo justo al mismo tiempo sobre el científico.
Las dos chicas bajaron la mirada. ¡Un monstruo, pensaron...! Debía de tratarse de un ser muy aterrador tras escuchar las quejas del chico, tal vez de agonía, o de algún ser de los de allí. En cambio, un paso adelante hizo que se detuviesen, ya que Caro ya había sacado la navaja a una velocidad impresionante y Lora contaba con una piedra. Aquel ser que se movía sobre Teka, que parecía ahogarle, que  agarraba fuertemente su cuello, que lo abrazaba... Y luego se fijaron en sus dos coletas, en su hermoso vestido azul que le caía por las rodillas, en su cara redonda y rechoncha, en sus enormes y preciosos ojos de color azul, como ese azul del cielo en las noches que se ven en las estrellas. Ese, ese era el reflejo que tenían aquellos ojazos. Las dos se detuvieron en seco, oyendo al chico gritar con sus ojos cerrados.
—¡Por favor, Bubble...! —terminó, molestándose —¡¿Por qué tienes que hacer eso cada vez que nos separamos...?!
—¡Eres un mentiroso...! —se hizo justicia, golpeando su cabeza con una patada —Prometiste esperarme y te has venido aquí a comer de las frutas de caramelo...
—Lo siento, pero no es mi culpa que no quiera ver a una chica que apenas conozco de hace tres horas detrás de un árbol mientras...
—¡Ah, no lo digas! —y le golpeó la boca, callándolo tras el puñetazo al momento —¡Pervertido, pervertido...!
Mientras le golpeaba sin que él pudiese ni quisiese defenderse, Caro y Lora miraban desde atrás con cara de no entender absolutamente nada, y era normal. Mientras la segunda masticables ruidosamente el caramelo duro, la primera se metió una fruta de las azules, las seguras que había visto comer a Teka, en la boca, mientras presenciaban el espectáculo. Así fue unos segundos más, hasta que Bubble se calmó poco a poco y fue subiendo la mirada lentamente, pero respirando rápido. Lora subió la mano para saludar.
—¡¿Y esas?! —gritó furtiva Bubble.
—Y yo que sé... —susurró Teka, respirando con los ojos cerrados y con pena —Son amigas... Amigas nuestras...
—¿Amigas dices? —giró su cabeza la pequeña, pero abrió sus ojos rápidamente, devolviendo su brillo —¡Ah, amigas! —y se giró a ellas con una sonrisa de oreja a oreja y cara de buena persona —¡Hola, soy Bubble...!
Al saludar, mostró todos sus nudillos con la sangre que le caía a Teka por la nariz, por no incluir que sus ojos verdes se entrecerraban mientras miraba a Caro sin quitar la vista. Después, los cerró cuando Bubble se levantó, no sin antes presionar fuertemente su tripa con todas sus fuerzas sin querer. Se acercó entre saltos a Lora y, con una sonrisa, le dio un caramelo en la mano; después, se pasó a Caro, la cual lo rechazó sin mirarla.
—Lo siento, niñita —dijo, bajo la braga —No tomo chuches.
—Jo... —bajó sus hombros, como con pena.
Con la braga en la boca, se acercó con cuidado hasta el chico y le tocó la cara mientras abría un poco los ojos. Tuvo claro desde un principio que aquella chica era un monstruo, aunque pareciese más humana que muchos de los de allí, pero la verdad acababa de romper la nariz al chico en un ataque de ira... O casi.
—Toma la braga —susurró, con pena por desprenderse de ella —Debe haber una forma de parar la hemorragia.
—La hay... —susurró también este, pero cuando la fue a decir, le cortaron.
—¡Oye...! —gritó, alargando las palabras Bubble, hasta plantarse justo en medio de ambos —¡Teka es mi chico!
—Sí, todo tuyo —levantó con pena las manos Caro y se detuvo justo al momento de chocarse contra Lora, que disfrutaba sus caramelos —Si yo solo...
—Cállate —dijo sin escuchar, pero girándose muy rápidamente a Teka —¿Sabes, cielo? ¡He encontrado algo increíble y súper sorprendente!
—Bubble, por favor... —le detuvo él, pero ella no se calló.
—¿Recuerdas aquel hombre fortachón de pelo largo? —continuó, sin dejarle ni expresarse —¡Pues está encerrado con el chico de la pistola! —y se rio como una loca, como si no pudiese aguantar más la risa.
—Espera, ¿qué? —la detuvo Caro, entrando en escena.
En uno de los lados, teniendo a su amado con la sangre hasta la barbilla y tosiendo y al otro a aquella chica rubita tan guapa y tan buena persona... Aquella situación no le gustó ni un pelo, por lo que, inmediatamente después, obligó, más que pedírlo, a Teka a levantarse para caminar hacia el lugar. Lora, que también le había gustado mucho su compañía, fue llamada para acompañarles. Lo que no le gustó, en cambio, fue el momento en el que Caro se ofreció a ayudar a Teka a caminar, puesto que había perdido algo la consciencia tras los golpes de aquella pequeña chica. La miró, recelosa, pero sabía que era lo mejor para su amado y no podía negarse cuando él se lo pidió por favor. Agarró con cuidado al científico y, con ambas mujeres delante, comenzaron a caminar. Por suerte, pillaba justo al lado, solo girando un par de veces y poco más. Al parecer, tanto Tarou como Then habían caído en una extraña trampa que les había subido hasta lo alto y estaban desesperados por salir. No debían de llevar demasiado tiempo allí, tal vez una hora o así, pero, en cuanto vio a los cuatro allí, los nervios volvieron a su cuerpo, el cual ya se había tranquilizado tras gritar de rabia un rato y maldecir a aquellos dos chicos. Bubble miró arriba, con una sonrisa.
—¡Hola, chico fortachón! —movió su mano de lado a lado.
—¡Tú, niñita...! —se enfadó, moviendo su celda de nuevo de lado a lado y golpeándose con la cabeza de Then al momento —¡Bájame de aquí ahora mismo si no quieres que te estrangule...!
—¡¿Estrangular?! —pareció ofenderse, pero saltó de la alegría —¡Eso es súper divertido y recomendado! Venga, vamos a bajarlos —y se fue riendo como una niña pequeña.
El problema venía en cómo bajarlos. La cuerda estaba completamente atada a una rama de uno de los árboles más altos, como si alguien lo hubiese puesto aposta para que nadie pudiese rescatarlos. Bubble entrecerró sus ojos mientras Tarou respiraba rápido.
—Maldito chico de los ojos celestes... —se refería a Bybe, pero no recordaba ningún nombre.
En cambio, de repente, la cuerda se destensó y, con cuidado, esta bajó de nuevo hasta tocar al suelo. Rápidamente y muy sorprendido, Tarou subió la mirada para ver, colgada del árbol, sobre uno de sus brazos únicamente, a aquella mujer rubia de ojos morados, ya sin tapar sus labios, finos y rositas. Pegó un saltó y bajó, teniendo cuidados al apoyar sus rodillas.
—Gracias, como te llames —dijo, sin mirar.
—Soy Caro, te recuerdo —pero le había dado las gracias, que era algo importante.
Subió sus hombros; no le importaba. Por otro lado, Then, con su pistola en mano, estiró las piernas tras casi una hora de encierro, y lo hizo corriendo de lado a lado con una sonrisa. Aquel chico también le cayó bien a Bubble, nada que ver con la rubia que solo quería preocuparse por su novio, la cual... ¡Volvía a estar a su lado! Apretó todo lo que pudo sus dientes.
—¿Se te pasa? —le susurró, sentándose a su lado, viendo que tenía puesta la mano fuertemente en su cabeza.
—Creo que necesito descansar un poco más... —dijo, justo antes de recibir un tirón por parte de quien ya se sabía.
—Vamos, Teka —y casi lo lanza de la fuerza que tenía aquella chica de pelo azul y ojos resplandecientes, los cuales, al mirar a Caro, eran negros puros.
Tarou, con sus puños apretados y suspirando fuertemente, agarró a Then de la camiseta y tiró también de él en dirección opuesta, pero con la mirada de todos encima. Cuando le preguntaron el por qué de aquella situación de la cuerda, no tuvo de otra que contar la verdad, puesto que no se le ocurrió ninguna mentira en aquel momento y el pelirrojo de ojos bonitos no ayudaba.
—Ese imbécil del pelo negro y su amigo el flacucho tienen el mapa de la primera llave —y se molestó consigo mismo por haberlo dicho, pero no tuvo de otra.
—Espera, ¿la primera llave? —llamó la atención de la rubia.
—Sí, sorda, sí —se molestó una tercera vez, mirándola con asco —O vamos o se la quedan esos dos.
—¡Espera, Tarou! —le volvió a parar, lo que le molestó una vez más —Podemos agruparnos todos nosotros y colaborar para detener a esos dos. ¿Te parece?
—Mucho trabajo, minina... —suspiró la pelirrosa.
—¿Así podemos pelear? —preguntó Then, sin que nadie lo entendiese.
Tarou se detuvo, miró al suelo, pensó críticamente, suspiró rápidamente y se golpeó finalmente la cabeza. Sin duda, aquella era la mejor idea de todas las que tenía en la cabeza y no podía arriegarse para que aquellos dos cogiesen la llave antes que él. Ya, si eso, más adelante, se desharía de todo el grupo, aunque no parecía muy difícil hacerlo. Se dio la vuelta, con una sonrisa pícara y entrecerró sus ojos.
—Vamos —terminó y todos le siguieron.

Entrada de los Pecadores Donde viven las historias. Descúbrelo ahora