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La mañana amenazaba con sus tormentas, puesto que la luz del día anterior que entraba por la cueva había desaparecido para ser de un tono más azulado. El hecho de despertar a Caro no cambió, ya que notó la poca luz proveniente de fuera en sus ojos, así que, lentamente, fue abriéndolos hasta recordar dónde se encontraba. Estaba acostumbrada a dormir en suelo, así que la piedra apenas le había hecho daño en su pobre, pero fuerte cuerpo: se estiró y miró a todo su alrededor. El fuego estaba apagado por fin, después de haber estado  chispeando casi toda la noche, y ahora solo quedaban cenizas alrededor de este. Primero de nada, notó unas piedras alrededor de estas que llamaron su atención, pero después se centró más en las personas del lugar. En cambio, una mirada rápido hizo que empezase a dudar de algo: juraría que eran más. Pensó que, tal vez, al estar aún medio adormilada, era normal pensar en aquello, pero, entonces, recordó algo que hizo que girase la cabeza a toda velocidad. Aquellas piedras que acababa de ver... De repente, sus ojos perdieron la luz y el brillo, y apretó los dientes. Recordó todo al momento.
Cuando Rope y ella habían vuelto a entrar hacía unas horas, Bubble y Teka observaban algo en el suelo con duda extrema. El chico pasó del tema; estaba cansado y sólo le apetecía descansar en el frío y duro suelo junto a su compañero, el cual seguía allí, tumbado en el suelo tras el golpe que se había dado, como esperando a algo. En cambio, Caro se acercó hasta donde ellos estaban, notando antes un pequeño cambio en el comportamiento de Tarou, el cual ahora parecía importarle entre nada y menos lo que ocurriese entre aquellas personas, sino que había cerrado los ojos con fuerza para mostrar su desinterés. Fue entonces cuando llegó al lado de aquellos dos; Bubble le echó una mirada de odio y Teka una de interés.
—¿Qué es? —preguntó, agachándose.
—No lo vas a creer —sonrió el científico —Pero Tarou nos ha dibujado el mapa con las piedras sobrantes del juego de Cheríl.
—¿Cómo? ¿Eso es el mapa? —y se interesó aún más, mirándolo y analizando al momento.
Al segundo siguiente, Bubble se levantó y se marchó de allí, sin contar con ninguna de las miradas de los rubios. En cambio, el hecho de que Tarou hubiese dado la localización exacta de la primera llave abría tanta confianza entre ellos y él que ni Caro se lo esperaba. Después del pequeño discurso que le había dado a Rope... Daba igual, el chico no estaba atendiendo en aquel momento, sino que él ya se sabía el mapa de memoria, supuestamente.
Tras eso, ella se había marchado a dormir y aquello era lo que recordaba sin duda. Sin embargo, las piedras que acababa de ver le habían congelado la sangre, y es que alguien, o algo, había destrozado la localización de la llave. Ahora, solo la sabían cuatro personas... Probablemente, tres ya que había comprobado que el chico de la pistola, Then, nunca estaba en la misma línea que ellos, sino que se la pasaba en su mundo, paseando con su querida y robada pistola.
Daba igual, quién sabía el mapa o no no era lo que importaba en aquel momento, sino quién había sido aquella persona, o personas, que lo habían destrozado. Antes de nada, una ira se apoderó de todo su cuerpo al pensar que debía de haber sido Tarou: ese hombre que haría todo siempre y cuando saliese de allí debía de ser capaz de todo, pensó; incluso de haber huido allí, dejándoles tirados con su destrozado mapa y muy confundidos. ¡Claro, debía de haber sido él! Por algo debía de haber compartido su mapa, ¿si no por qué?
Se dio la vuelta a toda velocidad, pero sus ojos se abrieron muchísimo más que antes, ahora más preocupada que sorprendida y todo ella confusa, puesto que Tarou, aquel hombre del que dudaba, aquel hombre que debía de haberlos abandonado, aquel hombre egoísta que quería el mapa para sí mismo, dormía en la esquina con la que se había quedado el día anterior como si no estuviesen en una cueva. No podía ser, pensó; aquel hombre no debía de estar allí, ¿no? Debía de haber sido el que había robado el mapa y demás... Entonces, cambió de parecer: si no era él, debían de haber sido ellos, ¿no? ¿Para qué si no Rope había aceptado volver dentro de la cueva, si no era para aliarse con su compañero y marcharse? Sí, eso debía de haber pasado, pero el brillo volvió cuando vio al chico de pelo beige sentado con las piernas cruzadas y tumbado sobre él al chico de pelo negro; ambos con los ojos cerrados. Entonces, se quedó confundida, ya sin saber a quién mirar de todos los de allí. Quiso acercarse a Teka y hablar con él, puesto que un científico debía de saber del tema, como si fuera más un detective. En cambio, no quería mirar detrás, por si resultaban ellos, contando a Bubble, los impostores que habían robado y huido, por lo que miró abajo, cerró los ojos y cogió aire.
—¡Despertad todos, rápido...! —llamó sin mirar quién la miraba y quién no —¡Nos han robado, nos han robado...!
Fue entonces que notó movimiento y lo escuchó. No todos a la vez, pero sí se levantaron rápido al escuchar aquello. El primero en acercarse a ella vino por detrás, rápido, pero algo dudoso. Tenía puesta la mano en el hombro de Caro cuando ella se dio la vuelta, pero suspiró, con una sonrisa hacia sus adentros: estaba segura, pensó.
—¿Nos han robado el mapa? —concluyó Teka, mirando a sus ojos, y ella sólo asintió con decisión.
Las heridas de su cara ya se habían curado; las de Bybe casi lo mismo, el cual ahora miraba a los alrededores, como demasiado perdido para haberse despertado sobresaltado. En cambio, el que sí pareció perdido del todo no fue otro que Tarou, quien al levantarse fue corriendo hasta el mapa, la posición donde estaban aquellos dos observando la escena, y tuvo una simple reacción al instante. Como si de otra persona se tratase, apretó los puños, los dientes, abrió los ojos, justo antes de pisar con todas sus fuerzas en el suelo y coger aire, muy, muy enfadado.
—¡¿Quién ha sido...?! —fue su comienzo, mirando a todos y cada uno de ellos con odio —¡¿Quién se ha ido del dichoso grupo...?!
Todos se callaron, puesto que, si estaban allí, algo querría decir, ¿no? El primero al que le echó aquella mirada de rencor no fue a otro que a Rope, el cual le sacó el dedo de en medio al hacerlo. Miró detrás, buscando a su compañero, el cual ni siquiera de había levantado de su lugar, aún sabiendo la gravedad de la situación. Después, comprobó que aquella mujer del pelo rosa, de la cual no se sabía ni el nombre, se encontraba allí. Puesto que Caro estaba frente a él, no tuvo muchas más opciones, y casi lo mismo con Teka y Bubble, los cuales estaban reunidos frente a él directamente. Entonces, ¿quién quedaba fuera si parecían estar todos y cada uno de ellos en...?
—Cheríl... —dijo, de repente, Teka, muy serio, cogiendo aire.
—No me digas... Y Loan también... —se fijó Caro, en un suspiró y revisando bien la guarida.
¿Quién lo habría dicho? El niño bueno y el chico al que todos les había caído bien desde un primer momento. Pero, si allí no estaban, algo quería decir, y era justo en lo que pensaban. Tarou, por el contrario, golpeó el suelo con el puño, al borde de romperlo del impacto y haciendo volar muchas de las piedras que el propio albino había colocado. Después, apretó sus dientes todo lo que pudo.
—¡Maldito cerecitas...! —no tuvo de otra que gritar.
Por suerte y con suerte, allí todavía tenían a tres personas que habían visto el mapa y se lo sabían de memoria, ¿no? Al menos, esos eran los pensamientos de Caro hasta que Bybe se acercó por detrás con algo de timidez y negó haberlo visto, pero sí sabía que había uno.
—Juraría que habías sido tú quien había avisado a tu amigo sobre el mapa —intervino Then, pero sin mucha importancia.
—Déjale en paz, pelirrojo —suspiró Tarou, quitándose el enfado del cuerpo —Como si ese tonto hubiese visto algo, da igual; es un inútil.
—¡Oye, ni se te ocurra...! —empezó Rope, tocándose el bolsillo, pero se detuvo al recordar su promesa de no necesitarlo.
Todos detuvieron una mirada entre ellos, pero la situación siguió neutra cuando Tarou, siendo el primero de todos en moverse, salió del lugar a zancadas, diciendo que él los llevaría. Todos asintieron y le siguieron casi en fila, pero con velocidad.
Al otro lado, en otro lugar, justo donde habían estado hacía unas horas, cuando la noche se acercaba y el sol de la tarde les daba a todos en la cara, se encontraban, en aquel momento, dos chicos. El primero de los dos, albino, con cerezas en el pelo, con una camiseta corta, pero llevando chaqueta, con sus ojos enormes, color rojo, siendo muy pálido, miraba de lado a lado como buscando algo. Se había aprendido el mapa de memoria y se notaba por su gran sonrisa, cerrada, sin mostrar los dientes.
—Oye, ¿estás seguro de lo que hemos hecho? —preguntó el otro, que iba justo detrás.
Loan, con un brazo agarrando el hombro del otro, con algo de temor al estar caminando por allí, con sus ojos clavados en alguna parte de la zona de arriba de los árboles, no se encontraba seguro de lo que hacía en aquellos momento. Dejar y abandonar a todo su grupo para encontrar ellos la llave... ¿De verdad era lo correcto?
—Por supuesto —sonrió Cheríl, girándose un poco —Demostraremos que nosotros somos mil veces mejores que ellos, encontrando la llave los primeros.
—¿Eso no sería como traicionar su confianza?
—Mhm... —se calló, aún con su sonrisa —Por supuesto que lo es, pero, en teoría, no les hemos traicionado del todo, ya que, cuando tengamos la llave, volveremos con ellos, ¿no?
—Em... Sí, pero... —empezó, subiendo sus hombros y mirando a otro lado —Ellos ni siquiera saben nuestras intenciones. Seguro que se molestan si nosotros hacemos...
—Loan, Loan... —se dio la vuelta por fin, cogiéndole por los hombros con los ojos cerrados, pero bastante calmado —Eso, ahora mismo, me da igual. Tú y yo encontraremos la llave los primeros y nadie nos va a parar... ¡Porque ya estamos aquí!
Loan no se lo creyó a la primera, e incluso tuvo que echar una última mirada de incredulidad hacia su amigo, puesto que, al mirar delante, lo que él suponía que debía de ser una cueva, un pasadizo o una montaña, terminó siendo un río. Frente a ellos, la naturaleza se abría para dejar ver a ambos chicos, entre un par de árboles, un montón de agua corriendo de un lado al otro, color grisácea y casi blanca, puesto que las nubes del cielo no habían mejorado demasiado desde que se habían levantado, es más, habían incluso empeorado. Fue por eso mismo casi que Loan miraba con duda en su cara a Cheríl para comprobar que no se había equivocado, aunque, conociendo cómo era, una broma más no estaría de más para él. No supo si reírse o enfadarse, pero el propio albino comprobó que su amigo tenía levemente el labio levantado a uno de los lados, dejando ver un poco sus dientes, y a su vez los ojos entrecerrados, como aguantando pegarle un grito al chico. Supo inmediatamente que, tal vez, habiéndose levantado lo más pronto posible para ser los primeros en irse y habiendo estado caminando durante casi una hora entera hasta el lugar no era la mejor idea de empezar un día en aquel lugar, así que debía de estar ya cansado de todo lo que estaba ocurriendo. En cambio, y para la sorpresa de Loan, Cheríl le miró a los ojos con aquellos iris rojos tan grandes, de degradado de arriba a abajo, y sonriente, haciendo así su mirada más sincera, aunque no lo pareciese.
—Te lo prometo, así que no te enfades —estaba dando a entender al chico que no era una de sus bromas.
Entonces, suspiró. Miró de nuevo al río, justo en el centro; él también recordaba el mapa y sabía que debía de ser allí. Pero, refiriéndose a que este estaba en el río, ¿quería decir que, tal vez, aquella llave se encontraba justo en el centro de aquel lugar o...?
—Justo, justo en el centro, yo no diría... —intervino Cheríl, acercándose para beber agua, puesto que era el único líquido que habían encontrado en dos días casi —¡Hala, no es salada!
—No podía serlo de todos modos... —suspiró Loan, pero también se acercó para llenar sus manos y llevarse agua a la boca —¿Me estás diciendo que hay que meterse al agua si queremos conseguir la llave?
—Es lo más probable —sonrió este, girando su cabeza —Tampoco debe de ser muy difícil, ¿no? No parece profunda y creo que puedo ver algo...
Gracias a las nubes grisáceas que había, ver algo en el agua era casi imposible, pero aquel chico parecía estar diciendo la verdad. Se acercó, entonces, al árbol más cercano sin llamar a Loan de buenas a primeras, sino que fue para otra cosa. Se quitó la chaqueta y las zapatillas, por lo que Loan entendió al momento lo que hacía: pretendía quitarse todo lo que podría molestarle para nadar, así que él también fue corriendo para hacer lo mismo, quitándose el gorro y las zapatillas, también los calcetines, como había hecho él. Después, se miraron cuando se acercaron de nuevo al agua, cogiendo aire, algo nerviosos.
—Sabes nadar, ¿no? —dijo Cheríl, con una sonrisa aún notando los latidos de su corazón en la garganta.
—¿Por quién me tomas? —se burló este —¿Sabes tú? Esa es la verdadera pregunta.
Cheríl amplió un poco más la sonrisa. Allí, los dos, frente al agua, con el frío que venía del aire por las nubes, no era muy apetecible saltar al río para bucear. Debía de estar congelada, además. En cambio, los dos cogieron aire, uno con los ojos cerrados, y saltaron a la vez para sumergirse a toda velocidad.
En cuanto estuvieron en agua, los dos abrieron los ojos y empezaron a patalear, abriendo y cerrando los brazos, hacia abajo para bucear. No tenían ni idea siquiera de a dónde debían de ir, pero confiaban plenamente en el mapa de Tarou, así que debían de ser pacientes. El río no era tan profundo como bien decía Cheríl, pero era cierto que tuvieron que estar un rato buscando el lugar por donde debían de ir, e incluso eso hizo que el aire de sus pulmones se fuese rebajando. Así fue hasta que, de repente, Loan abrió los ojos todo lo que pudo, pensando que se lo imaginaba. Allí, frente a él, había una cueva, como bien pensaba, sólo que debajo del agua. Cheríl se dio cuenta por sí mismo y se acercó a toda velocidad, para, así, meterse los dos a la vez dentro del lugar, solo dando una brazada. La cueva, compuesta por las paredes de uno de los lados del río, tenía una enorme y oscura entrada, la cual, nada más cruzarla, notaron algo raro, muy raro. Y es que, entrando, el agua se rebajaba a sólo caer hasta la cintura, pero después llegaba hasta solo sus pies incluso, es decir, cada vez había menos. Así fue cómo los dos llegaron dentro de aquel lugar, Loan sin dejar de mirar atrás. ¿Qué significado tenía aquello? Y lo más importante, si pasaba algo, ¿sabrían llegar el resto? No lo tenía muy claro, pero no le dio más vueltas.
—¡Hala, mira! —saltó Cheríl, llamando su atención.
Y es que, frente a ellos, aquel lugar oscuro que se veía desde fuera de la cueva pareció iluminarse de repente, dejando ver a ambos un pasillo eternamente largo, cuyo final era oscuro de nuevo. Loan no se fiaba ni un pelo de todo aquello, pero Cheríl fue delante de él como para protegerle, diciendo que todo parecía estar bien y que no había nada de lo que preocuparse.
—La llave está al final de esto, supuestamente —dijo, sin subir la mirada.
—Yo me fío del fortachón —señaló Cheríl, con una sonrisa —Seguro que no nos ha mentido.
—Mucha presión tenía para mentirnos.
Mirando a las paredes, todas cubiertas de barro y tierra casi húmeda, a veces incluso goteaban gotas de agua, pero, poco a poco, parecían ir secándose mediante caminaban. El suelo era igual, pero era liso. Miró adelante para comprobar que su amigo lo único que no había dejado allí arriba había sido su orquilla de cerezas; extraño, pero respetaba sus gustos. Pensando en los de arriba, le daba terror volver y que aquellos locos les hiciesen algo. Había visto en vivo y en directo cómo Tarou le daba una paliza a Bybe por solo mencionar lo del mapa, o cómo Rope sacaba su mechero sin apenas dudar un segundo. Miró con pena delante, a Cheríl, que parecía despreocupado a la hora de caminar por aquel lugar, aunque todo parecía bastante tranquilo, ¿no? Suspiró, sabiendo que le faltaba el aire tras el buceo.
En cambio, de repente, el pie derecho se le torció al ver que había una rendija en el suelo que no había visto siquiera, sino que parecía que se había metido al presionar sobre ella. Se había caído al suelo tras ella, a punto justo de que una flecha le atacase desde arriba. Lo entendió al momento, justo después de horrorizarse y quedarse con los ojos plantados arriba: debía de ser una trampa, en la cual, si pisabas una plataforma, algo malo ocurría. La flecha era la respuesta en este caso, ¿pero en todos? Ahora, esta estaba clavada en el otro lado de la pared y su tobillo palpitante después del golpe, aunque no le interesó lo más mínimo. Miró al suelo de en frente: recto y uniforme... Entonces, jamás sabría donde estaban aquellas trampas.
—Loan, eres un poco torpe, ¿no? —se burló Cheríl, riéndose al momento —Y a este lugar le gustan mucho tus tobillos.
Se acercó a su lado, a pesar de las insistencias de Loan de no hacerlo, y le ayudó a levantarse. Nada pasó, y menos mal. Apoyó el tobillo y justo tuvo que apoyar su otra mano en el hombro del albino al ver el dolor que le había producido, el cual se iba yendo ligeramente. Le explicó el funcionamiento de la trampa de aquel lugar mientras registraba el suelo.
—Mhm —sonrió este —Yo no creo en eso —y se sinceró.
—¿Cómo...? —giró su cabeza. ¿No creer? ¿Acaso se podía eso?
—Por supuesto, mira —y se acercó de nuevo a la que había pisado.
Inspeccionando un poco más de cerca, Cheríl captó algo que le hizo sonreír, pero sorprenderse a la vez, y es que la placa tenía un número escrito. Estaba húmedo, había barro y algo de polvo, pero se dio cuenta de que todo el suelo parecía estar lleno de placas y aquella había sido la primera en saltar, sin duda. En cambio, el número le desconcertó un poco.
—Pone uno —dijo, entecerrando su boca, dejando ver solo sus dientes juntos.
—¿Uno...? —preguntó él, acercándose rápidamente y mirando abajo por si acaso.
Todo el suelo estaba numerado con millones de números. Cheríl pensó en silencio, mirando todos los números de la fila: cero, uno, dos y tres. Entrecerró un poco sus ojos cuando vio que la placa que había pisado Loan había vuelto a la normalidad: de nuevo arriba. Con algo de duda en su cara, puso una mano en frente, haciendo así que Loan no pasase a donde estaba él.
—Voy a hacer una prueba —dijo, seguro de sí mismo —No te acerques, no quiero que te rompas otro tobillo más —y sonrió.
Loan asintió, dando un paso atrás y tratando de no pisar ninguna placa extraña. En cambio, pudo comprobar que los números a partir de la línea en la que estaba Cheríl no estaban claros, sino emborronados. Aquello no le importaba demasiado en aquel momento, ya que Cheríl se estaba jugando una flecha en la cabeza solo por hacer su prueba. Pensó en silencio y miró varias veces las placas, pero miró, con el ceño fruncido arriba. Pisó el número "cero", es decir, la primera de todas. En cambio, esta bajó a toda velocidad al notar uno de sus pies encima. No tuvo de otra que lanzarse al suelo por si la flecha, o lo que fuese, le daba en la cabeza y Loan se temió lo peor. No quería volver a quedarse solo, pero Cheríl se estaba jugando todo a aquello. Pero, de repente, cuando debía de aparecer un arma o una flecha, lo que apareció, en vez de aquello, fueron otros cuatro números frente a él. Es decir, de un modo u otro, Cheríl había acertado y se había salvado. Cogió aire más tranquilo y miró detrás con su sonrisa.
—Sigo vivo —se aseguró y calmó a Loan, que se estaba mordiendo las uñas con el pecho hinchado por el aire retenido —Tranquilízate, hombre —y se rio, burlándose.
Miró los siguientes números: uno, uno, cuatro, cero; su compañero hizo lo mismo. Apretó un poco los dientes y puso el pie en frente. No debía de fallar; ya habían adivinado uno y aquel tampoco lo fallaría. Según su lógica, no tuvo de otra que pisar el uno con toda su seguridad. Este bajó,  pero no pasó nada. Ni flecha, ni arma, ni números. Tragó saliva.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Loan, ya nervioso —¿Has fallado o no?
—No es solo uno, ¿eh...? —susurró para sí, pero levantó la mirada para hablar más alto —Loan, ¿confías en mí?
—Por supuesto... —asintió este, aunque no estuviese muy seguro de su respuesta.
—Entonces, ven —hizo una señal, perdiendo su sonrisa y solo dejando ver sus dientes, nervioso.
Tenía miedo de ir allí así como así, por si una flecha le daba y acababa en el suelo con ella clavada en la espalda. En cambio, en aquel momento solo podía pensar en que Cheríl tenía la respuesta, en que su amigo le sacaría de allí y juntos conseguirían la llave.
—Ponte en el otro uno —dijo, y, y viendo su nerviosismo, le puso una mano en frente —Tranquilo, sujétate a mí.
Le dio la mano temblando y, de un salto, se montó sobre la placa. Al bajar, Loan notó cómo se le paraba el corazón, por lo que él también se lanzó al suelo a respirar rápido, con los ojos cerrados y temblando. El tobillo le quemaba, pero no le interesaba en absoluto, puesto que temía por su vida. En cambio, unos segundos más así hicieron que se empezase a confiar y volviese la mirada al frente. Nuevos números habían aparecido: cuatro, uno, dos, diez; y, frente a él, estaba Cheríl riéndose con la mirada clavada en él. Se sintió un poco tonto cuando le ayudó a levantarse y se apoyó en él temblando.
—Pensé que iba a morir... —se sinceró.
—No te preocupes tanto, anda —sacó su lengua —Vas conmigo, ¿no? Pues dime; ¿uno más uno?
—¿Qué...? —dijo, mirándole con duda, pero no pensó demasiado —Dos.
—¡Exacto! —se soltó y saltó a la placa donde decía "dos".
Inmediatamente después de bajarse, nuevos números aparecieron frente a ellos, pero Cheríl hizo otro movimiento. Miró con una sonrisa inocente, los ojos cerrados y su orquilla colgando de un lado a Loan, haciendo así que se confiara en lo que estaba haciendo. Miró delante sin dejar de hablar.
—No soy bueno en matemáticas, pero espero que tú sí —se rio, saltando a la placa siguiente, la cual decía "tres" —Se suman los dos últimos números y la respuesta es la placa que hay que pisar —le miró, aún temblando, pero mucho menos y sonrió —Tranquilo, yo voy delante —y sonrió aún más.
Entonces, fue cuando Loan decidió seguirle. Si solo debían de unir los dos últimos números, no era demasiado difícil pasar al otro lado. Tras el cinco, vino el ocho, después el trece y siguiente el veintiuno. Cheríl había dejado de contar para dejarle todo a Loan, puesto que se había perdido entre tanto número. No había prisa por el momento, pero querían salir de allí en cualquier momento, puesto que sus vidas corrían peligro, y fue gracias al problema de la prisa que los ojos de Loan casi se salieron de sus órbitas y cogió aire a toda velocidad al notar que había contado mal cuando debía de sumar ochenta y nueve y ciento cuarenta y cuatro, puesto que no daba doscientos cuarenta y tres como había predicho en un momento, sino que había que restarle diez menos. Cheríl no tuvo tiempo de saltar al tocar con ambos pies la placa. Durante casi un segundo, a ambos se les detuvo el corazón al ver cómo la flecha salía a una velocidad impresionante hacia la cara de Cheríl desde la derecha para la izquierda. Justo estaba en la segunda placa, por lo que el impacto sería rápido, dolería, pero lo mataría al momento. Apretó los dientes sin quitar su sonrisa. Maldición, pensó; habíamos llegado tan lejos...
Y, de repente, un ruido fuerte, un golpe seco, y un chorro de sangre fue lo que salió de aquella mezcla. Y, al momento siguiente, Cheríl se encontraba tirado en el suelo tras dos o tres golpes más. Sus ojos rojos, lo más abiertos posibles, y sus dientes, casi colmillos, asomando por debajo, explicaban la cara de sorpresa que tenía. Con casi una lágrima en el ojo, miró con cuidado a su lado, notando cómo su cabeza estaba chorreando sangre. En la esquina, justo al final de aquel pasillo que parecía interminable, justo en aquel momento, aquel instante, todo pareció detenerse cuando vio a su amigo cubierto de sangre del hombro izquierdo hacia abajo. Se levantó a toda velocidad sin dudarlo apenas y se lanzó sobre él.
—¡Loan, imbécil...! —le gritó para darle un golpe en la cabeza, dejando caer las lágrimas con sus dientes lo más apretados posibles unos contra otros —¡Era mi flecha, no la tuya! ¡¿Por qué te metes en el medio?!
Su amigo, el chico de pelo verde, el más joven del grupo, tenía atravesada la flecha entre el cuello y el hombro, sangrando todo lo que podía sangrar. No le había llegado a dar en la cabeza por suerte, pero aquello estaba haciendo que el chico perdiese sangre muy rápido y líquido, puesto que no podía detener sus lágrimas.
—Me cago en... —suspiró fuerte —¡¿Qué demonios tengo que hacer yo ahora?!
—Me duele mucho... —susurró él, jadeando casi —Me duele muchísimo... —y llorando en silencio, moviendo sus pestañas a los lados, brillantes por el agua cayendo por ellos.
Acto seguido, los cerró y se dejó caer sobre los brazos del albino. Este, sin saber ni qué hacer, paralizado por el miedo, los ojos muy abiertos, las lágrimas al borde de derramarse, congeladas sus manos, le tocó el cuello. No podía detener el sangrado por sí mismo y ya no contaba con el gorro de Loan como la última vez, sino que aquello marcaba el final de su aventura. Se puso a su altura, de cuclillas, agarrando a su amigo.
—Maldición... —susurró, tratando incansablemente de detener el sangrado de alguna manera, pero era imposible —¡Maldición...!
Sus ropas y su pelo, todo blanco, se estaba tiñendo con el color rojo oscuro de la sangre del chico, el cual ya ni respondía. Arrancó la parte de la flecha de un lado, pero no llegó a sacársela, sino que se quedó allí, tratando de tapar la herida de cualquier manera. No había forma de salvarlo, solo podía resistir hasta que Loan dejase de sangrar o hasta que su corazón dejase de latir. Pedía con todas sus fuerzas que no ocurriese lo segundo, puesto que sus latidos se iban minimizando y cada vez eras más lentos y más tristes, y más...
—¡Loan...! —escuchó de repente, haciendo que subiese la cabeza rápidamente, dejando caer su última lágrima de sus ojos —¡Cheríl...!
Reconoció la voz al momento: era aquella chica, era Caro. Miró en frente, a la oscuridad del pasillo, cogiendo fuertemente la mano de Loan. En cambio, lo dejó a un lado con el mayor de sus cuidados para levantarse, quitarse las lágrimas de la cara, coger aire y cerrar sus ojos, sin evitar que las lágrimas se le cayesen por los lados.
—¡Caro...! —gritó hasta quedarse sin aire, para saber que le debían de haber escuchado, pero no dejó hablar, puesto que continuó —¡Ayuda, por favor...! ¡Por favor...! —y se quedó de nuevo callado, quitándose los mocos de la nariz y las lágrimas que le recorrían la cara.

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