xxᴠɪ. ʏᴏᴜ ʟᴇᴀᴠᴇ ᴀɴᴅ ʏᴏᴜ ʟᴇᴀᴠᴇ ᴀɢᴀɪɴ

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—Traje todos estos pinceles, pueden ocupar el que quieran ¿Sí? —Narumi desarrolló una bolsa que tenía un montón de pinceles de distintos tamaños y texturas

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—Traje todos estos pinceles, pueden ocupar el que quieran ¿Sí? —Narumi desarrolló una bolsa que tenía un montón de pinceles de distintos tamaños y texturas.

También había llevado cuatro lienzos medianos para cada uno. Las pinturas ya estaban ordenadas y a la disposición de las niñas, junto con unas tablas para mezclar.

Las niñas estaban fascinadas.

—¡¿Tienes todas estas pinturas y pinceles?! —preguntó Luna emocionada.

—Esto no es ni la mitad de lo que tiene en su departamento, Luna. —dijo su hermano mayor con una risa ante su emoción.

La mandíbula de ambas niñas cayó. No lo podían creer.

La chica rio con sus ojos casi cerrados. —¡Si gustan, pueden ir y pintamos todas juntas! —les sugirió.

—¡Sí! ¡Quiero ir! ¡Hermano, quiero ir! —soltó Mana.

Mitsuya acarició su cabeza. —Algún día iremos, Mana, lo prometo.

—Qué injusto... tú vas casi todos los días. —se quejó Luna.

—Bueno, es mi novia, Luna.

La niña rodó los ojos y no dijo nada.

—Bueno... ¡Empecemos! —dijo la castaña.

Las niñas muy emocionadas empezaron a agarrar pinceles y pinturas. Descuidaron un poco la pintura ante su emoción, echaban demasiado de cada una y Mitsuya miraba a Narumi ante el desastre que tenían, pero a ella no parecía importarle.

Después de todo, era verdad que esos materiales eran un porcentaje mucho menor de todo lo que tenía en casa.

La castaña fue sacando de la pintura que ellas echaron en el mezclador, para aprovecharla y que ojalá no se perdiera.

Luna empezó a pintar su nueva casa, trató de poner los menores detalles, como el jardín, la forma de la puerta y las ventanas, y a un lado su familia junto a Narumi. Su pintura era equivalente a la de una niña de su edad, al igual que Mana. Mana intentó hacer un arcoíris entre unas montañas, junto a un río y lo que parecía ser un unicornio. Mitsuya empezó a pintar un paisaje de un bosque y el atardecer, era lo más simple que podía hacer en pintura. Y finalmente Narumi, estaba trabajando en un retrato de ambas niñas. No era realista, ya que no tenía tiempo, pero se entendía claramente y se identificaban fácilmente a las niñas.

La madre del chico se iba a pasear y observaba las pinturas mientras les llevaba jugo y galletas.

Sonrió dulcemente al ver el retrato de las niñas. Sabía que ese lienzo estaría colgado en su casa.

—¡Terminé! —dijo Narumi.

—¡Qué rápida! —dijo Luna, ya que a ella le faltaba harto aún.

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