Narumi Ishikawa es una joven en sus 20's que ha tenido una vida llena de altos y bajos que soportó por su cuenta, solo ella. Siempre fue mala para expresar muy bien como se sentía, y nunca se sintió a salvo con nadie para hacerlo. Las cosas empiezan...
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Un mes y medio después.
Mitsuya caminaba en aquel lugar semivacío, lleno de obras en las paredes blancas, y un silencio que hacía que cualquier movimiento sonara con eco.
Observaba una obra a la vez, analizándolas con detalle, y una rosa en su mano derecha.
De repente, llegó a una que se trataba de un autorretrato. Su corazón se aceleró al instante al reconocer a la chica de la obra. Las pinceladas eran grandes y le daban una sensación de confusión al retrato, como abstracto. A pesar de esto y de que las facciones fueran para nada detalladas, pudo identificar en un instante a la mujer.
Su cabello era de un castaño claro y tenía una expresión que no podía descifrar; no sabía si era de felicidad o tristeza, pero era exagerada. Sus ojos estaban bastante abiertos, con ciertos destellos que los hacían ver llorosos, pero la sonrisa plasmada era una honesta y hermosa, aunque sus cejas estuvieran arrugadas, con nostalgia.
Era hermosa. Tenía solo colores claros, una paleta de colores que tenía azul claro, café claro, un rosa y sus subtonos, entre otros. Además, podía identificar el estilo de pintura de Narumi en cualquier lado. Definitivamente, había sido ella.
Se acercó un poco más para observar la placa de abajo que decía el nombre del artista y de la obra. "Ishikawa Narumi - My Dear Melancholy", su traducción, "Mi querida melancolía". Takashi sentía como su pecho subía y bajaba cada vez más rápido, su mano acercándose al rostro plasmado, como si así pudiera sentirla realmente.
—Disculpe, señor, no está permitido tocar las obras. —se acercó una joven de traje, la cual suponía que estaba de guardia.
—Ah, sí... disculpe. —se volvió a alejar y la joven igual.
Suspiró pesadamente al alejarse y observó nuevamente la obra. Dejó la rosa en el suelo, debajo de esta, y se marchó. Había llegado tarde a propósito, esperando no ver la ceremonia ni a Narumi.
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Narumi halló la creatividad y motivación para pintar su proyecto final. Se miró al espejo por largos periodos de tiempo, se hizo una sesión de fotos ella sola, y eligió la mejor fotografía para ocuparla de referencia en su autorretrato. Fue la idea que más la satisfacía, y no por tener un ego alto, sino porque en la obra reflejaba estados de ella misma que no se veían al público, y ahora lo podía hacer sin mostrarse explícitamente.
