Capítulo especial: Mi adicción

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Muchas personas son adictas a las drogas, otras al sexo, otras a la comida... yo soy adicta a él.

Tal vez nadie me comprenda, ni yo misma lo hago muchasveces, pero es que no soy yo cuando lo tengo cerca.

Recuerdo cuando el padre de mi niña me dejó sola. Cuando murió, me sumí en la más profunda de las depresiones, me dolió demasiado su ausencia, y no, no fue un dolor emocional, me sentí llena de dolor físico. Tuve que ir con una terapeuta para que me ayudara a pasar por ese bache. Me diagnosticó como dependiente emocional y me aconsejó que me aferrara a mi Lily para olvidarlo poco a poco.

Lo primero que hice fue mudarme de casa. A pesar de que James, mi esposo me había dejado una herencia millonaria a mí y a mi niña, preferí renunciar a todo ello y, en su lugar, abandoné la casa y pedí ayuda a la municipalidad para que me permitiera vivir en una casa rodante mientras que yo lograba reunir dinero para comprarme mi propia casa.

No fue fácil, debo admitirlo. Saber que James me había dejado sola y con una chiquilla a la que cuidar y mantener me llenó de resentimiento en contra de ella. Hubo un par de ocasiones en que la castigué por alguna tontería que ella había cometido pero luego terminé arrepintiéndome, después de todo, ella era un regalo que Jamie me había dejado, ¿Cómo no amarla?

Las dos estuvimos juntas durante mucho tiempo, necesitando dinero pero llenándonos de amor y de complicidad. Muchas veces mi niña sufrió demasiado cuando en la escuela se burlaban de ella por ser pobre o por no tener padre pero eso fue algo que superamos, teníamos que hacerlo.

Pero un día todo cambió, el día que él apareció en mi vida.

Recuerdo como si fuera hoy ese momento.

Lily se había quedado en casa de una compañera haciendo una tarea así que no tuve que preocuparme en volver a casa cuando una de mis compañeras de trabajo me dijo que la cubriera pues iba a ir a la fiesta de cumpleaños sorpresa de su nieta. Todo en la noche transcurrió de manera normal hasta que, a eso de las doce de la medianoche y cuando ya me iba a dormir, sonó el timbre de la puerta de entrada, avisando la llegada de alguien.

Crucé los pasillos de la clínica, frustrada por ser la única persona que permanecía despierta. No me malinterpreten, me gustaba mi trabajo pero lidiar con personas adictas todo el día no era la labor más agradable del mundo.

En fin, cuando abrí la puerta, no pude dar crédito a lo que vieron mis ojos: el cuerpo de un hombre joven con evidentes signos de maltrato estaba recostado frente al umbral. En ese momento me di cuenta de lo horrible que es la humanidad, ¿Cómo pudieron maltratar a una persona de esa manera para luego abandonarla a su suerte?

Volví corriendo a la clínica y pedí ayuda para ingresar al malherido sujeto al interior. Una vez que ya estaba el hombre en la habitación, me dediqué a asearlo y curar sus heridas, rezando en silencio para que despertara, sentía que tenía toda la responsabilidad en la vida de ese sujeto.

Al despertar del día siguiente tuve que irme a casa a pesar de no querer hacerlo, no quería dejar a ese extraño solo. Tuve que pedirle a mi colega que lo revisara y que me avisará si algo ocurría.

Ese día, en casa, estaba distraída. Lily me contaba algo sobre un chico del equipo de baloncesto de su escuela pero no la escuché, estaba perdida en la escena del hombre malherido.

—Planeta Tierra llamando a mami, Planeta Tierra llamando a mami —bromeó mi hija sentándose en mi regazo.

—Disculpa, mi amor —susurré, sintiéndome extrañamente avergonzada— ¿me contabas algo?

—Nada importante, mami —afirmó ella—. ¿Sucede algo?

—No, hija, para nada —dije, tratando de quitarle tierra al asunto—, ¿por qué lo preguntas?

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