Capítulo VIII

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Volví a respirar profundamente y sentí una presión cansada en mi cabeza.

Pude confirmar que estaba despierta.

—Comencemos.

Entreabrí los ojos.

Ya no me dolía tanto la luz. Podía ver más o menos bien.

Busqué al doctor y me encontré en frente de mí al hombre con bata blanca. Era él. Con el pelo canoso y el rostro envejecido, me miraba con unos afilados ojos marrones, y por la voz me lo imaginé diferente. Estaba escondido tras una gran mesa metálica.

Había un fuerte olor a alcohol etílico. Llegaba a ser desagradable.

—¿Cómo te llamas?

Estaba leyendo un papel. Esperaba mi respuesta para anotarla.

—¿Me oyes?

Sí, le oigo. Oigo perfectamente. El problema es otro.

—¿Es que acaso no tienes nombre?

—No lo sé.

Dije cortada forzándome para hablar.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Acaso no te acuerdas?

—No.

Habló de nuevo. Eso pareció sorprender al doctor. Se quedó pensativo.

—¡Está mintiendo!

De repente un hombre a mis espaldas apareció de la nada. Me agarró del hombro con fuerza, quiso amenazarme.

—¡Quieto!

Su compañero salió en mi ayuda. Yo no podía moverme bien. Aún no podía defenderme.

—¡Ella sabe su nombre! ¿Cómo no va a saberlo? No quiere decirlo porque sabe que está en problemas.

—¿Pero qué dices?

—Es un juego. ¡Y os la está jugando!

—Oye...

—No. Escúchame. ¡Esa zorra sabe que está jodida, por eso no quiere decirnos quién es!

—Cierra el pico, estás delirando. Necesitas dormir.

—No. ¡Ciérralo tu!

—Señor Jasper, llévese fuera a su compañero. Ahora.

El médico no soportó más gritos, y le agradecí que los echara. Pero en menudo lío me había metido.

¿En qué clase de sitio había pasado yo la noche?

Creo que esto me está pasando porque soy idiota.

Paradise [No corregido]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora