Capítulo 40: Cualidades sorprendentes

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Media hora más tarde mis pensamientos se volvieron aburridos. De tanto esperar comencé a odiar mucho a la humanidad.

El problema era que continuaba igual que antes, quieta y callada. Con ese espectáculo donde todos miraban mi supuesto cerebro y que nadie me hacía caso a mí.

Literalmente mi cabeza recibía más atención que yo, y no era algo de lo que alegrarse. Tanto misterio me estaba molestando. Y tanto desinterés hacia mi persona también.

Así que ideé mi plan malvado para tomar la justicia por mi mano. Si nadie me hacía caso es que ya no importaba si me movía o no.

Así que me propuse salir de ahí como fuera.

No obstante, segundos antes de hacer nada, escuché a Richard decir en alto que ya habían terminado y que podían irse, porque ahora necesitaba estar solo conmigo. Y rápidamente me sacaron.

Entonces pensé en quedarme ahí tumbada, ya para siempre. En huelga de ponerse de pie.

Ahora a joderse.

—A buenas horas, Richard. —dije levantando el brazo y mirando la muñeca como si allí tuviera algún reloj para ver la hora. El doctor se rió y se disculpó, alegando que necesitaba tiempo luego de ver lo que el ordenador mostró de mí.

Yo solté un “seh” y preferí no quejarme. Volví a la realidad cuando me levanté de la cama más incómoda del mundo. Me estiré porque había sido doloroso estar así. Todo con normalidad.

Hasta que al mirar al frente me encontré con la cara de misterio de él.

—Bueno pues… —murmuró. Tenía el gesto fruncido.

En esos momentos no podía saberse si estaba enfadado, preocupado, o solo asustado.

—¿Pasa algo, Richard? —pregunté al verle así.

—Eh… —pareció pensárselo. Hizo el intento de negarlo todo con la cabeza, pero su mirada se mantuvo firme y inexpresiva.

Observé el ordenador, en esos momentos apagado.

Dada su intranquilidad y el leve temblor de sus manos, no pretendía meterle más miedo en el cuerpo, pero la respuesta la sabía él y solo él.

Así que Richard, voy a sacarte la información a patadas si no me dices qué me está ocurriendo.

—¿Qué pasa? —pregunté con más de fuerza en las palabras.

—Es difícil de explicar.

—¿Un prodigio es difícil de explicar? —repetí lo que dijo antes. —Bueno, primero de todo. ¿Qué es un prodigio?

Ahora todo me parecían excusas para no decirme qué pasaba.

—Un prodigio es algo siempre muy difícil de explicar.

—¿Y puedo saber qué es eso tan difícil?

—Eh… —y murmuró otra vez.

Agachó la cabeza, mirando el suelo blanco, y poco después volvió a fijarse en mí.

—Vayamos a mi despacho. —y con los nervios a flor de piel, decidí seguirle.

No sé si el dolor de cabeza me iba a provocar una neurosis, pero necesitaba una solución o comenzaría a matar personas.

—¿Es algo malo? —pregunté.

Caminábamos a un ritmo enérgico, no había forma de que yo consiguiera ponerme a su lado. Cosa que pensé que lo hacía a propósito para evitarme. La respuesta parecía no llegar nunca.

Paradise [No corregido]Where stories live. Discover now