Capítulo 35 [2/2]: Otro pedacito de cielo

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Si de verdad existiera un castigo luego de la muerte para las personas malvadas, estas se quedarían condenadas a vivir en la Tierra, pues ese lugar sería mucho peor que cualquier infierno.

...

Juro que en esos momentos no me sentía nada bien. Apenas me sentía dentro de mi cuerpo. Me noté muy diferente.

Lo que acababa de pasar me había abierto los ojos. Quizás si hubiera pensado antes y mi mente hubiera sido más inteligente, no estaría lamentándome por la muerte de alguien tan desconocido e importante para mí.

La sensación era como estar soñando, pero a pesar de la intención de creer que era así, nadie podía decirme que era mentira. Mi corazón quemaba, era un sentimiento realmente horrible.

Ambas estábamos compartiendo sus últimos suspiros.

Quién diría que lograría hacerme sentir bien una chica que apenas me cayó bien la primera vez que la vi. Sinceramente debo admitir que es culpa mía que todo esto haya pasado, el juego era o morir yo o que muriese ella.

Su vida podría haber ido mejor. Alguien tan especial podía haber tenido cabida en algún sitio de este agónico mundo.

Aunque ella me lo había dicho, tenía que salvar a todos los que pudiera.

Yo contra todos. Y la norma es mentir, matar o morir.

Por entonces me di cuenta de que éramos presas fáciles para las personas que dominaban el paraíso. Eran nuestros dioses arrogantes que nos tenían encerrados entre realidades crueles y soluciones de broma. Su lema debía ser: tómate la pastilla y ven al paraíso, un lugar donde seguro que vas a estar bien.

Y normal eso de que seguro estarías bien, qué mejor sitio que una tumba silenciosa y cómoda para pasar el resto de tu muerte.

La ley del más fuerte, ahora ya lo sabía.

Y puedes optar no hacer caso y verte obligado a tener dos balas en el pecho y una mirada triste a tu lado. Quizás ese sea el caso de mi amiga. Pero no tengas miedo Andrea, siempre te tendré conmigo. No sé si hay alguien que pueda echarte tanto de menos como lo haré yo, pero por lo menos lo voy a intentar.

Estaba conteniendo unas lágrimas que no se podían controlar.

Solo cayó una, y a pesar de tener los oídos mal por culpa del disparo, pude oírla hablar.

—Vamos, no te me pongas sensible ahora. —me dice apenas sin voz.

...

Iba a echarla de menos. Odié que me hiciera sonreír a pesar de querer llorar hasta asfixiarme. No quise mirarla, me oculté en su cuello y puse la cabeza en su hombro. Aún notaba su brazo rodearme con fuerza, no quería mirar el daño que le habían hecho las balas a su perfecto cuerpo.

Y ya por entonces se me escaparon las odiosas lágrimas que quemaban mi piel. Desvié la mirada hacia el cielo, y sin querer vi que ella también había caído en el llanto.

Ninguna dijo nada. Era todo puro silencio.

Quise aproximar mi mano para limpiar la que sería su última lágrima, pero no la pude mover. Al intentar averiguar por qué vi que una bala perdida la había atravesado. Apenas me notaba el dolor que suponía que debía notar.

Se me quedó insensibilizada.

Y al ver la situación, decidí no moverla.

Tenía otras cosas que hacer, como por ejemplo poner en funcionamiento mi cerebro para que supiera qué decir en esa situación. Pero como era normal, estúpida de mí, tenía la mente en blanco.

—Veo que al fin te has quedado sin palabras... —se rió.

La miré sorprendida. Era demasiado adorable, incluso en situaciones extremas como esa. Era triste ver su alegría manchada con sangre, pero seguía siendo bello escucharla reír.

—No sé qué hacer. —le confesé.

—No te preocupes. —me dijo, ladeando la cabeza. No pude mirarla a los ojos, no pude hacerlo. —Solo quiero que me ayudes a ver el cielo azul por última vez.

Y intentando cumplir eso, miré arriba y comprobé mil veces que ya no era posible.

—Es de noche... —murmuré. Era negra noche, ni siquiera estaban presentes las estrellas. —El cielo ya no es azul.

Me sentí mal.

Y como siempre, ella hizo lo que mejor sabía hacer.

—No me refiero a ese cielo, Sky.

Costosamente, con la mano que tenía libre, movió mi cabeza hasta hacerla coincidir con su mirada. Me observaba tranquila, a pesar de todo. Y se veía hermosa.

Después de tanto dolor, ella siempre me tuvo en consideración.

—No te entiendo. —le dije un tanto avergonzada.

—Hablo de ti, de tus ojos. —respondió. —Nunca dejes que se haga de noche en tus ojos.

Eso era lo que ella sabía hacer.

...

Habríamos sido buenas amigas.

—Tienes un pedacito de cielo muy especial en ti, ¿lo sabías? —dice acariciándome la mejilla con el índice, limpiando una de mis lágrimas.

Muy buenas amigas.

—Solo espero que el lugar a donde voy a ir... —susurró cansada. —...sea igual de bonito que tu mirada.

Se me paró el corazón. Yo esperaba que sus sencillas palabras no acabaran nunca, y cuando la oí callar, entendí que nunca más la escucharía.

Tuve el arrebato de aferrarme a ella, no supe hasta el último momento que yo la quería demasiado, la abracé con todas mis fuerzas.

No pensaba que me fueras a abandonar, Andrea.

Siento decirte que me has dejado a merced del cruel dolor que ahora se apodera del interior de mi alma, dejada y muerta, que sin poder gritar para desahogar, sufre un mal tan intenso que siento que todo fue culpa mía por amar a alguien sin pensar...

Esto es culpa de mi corazón herido, por creerse listo y dejar entrar este sentimiento que resultó ser mi peor enemigo.

No es amor, es algo mejor.

Solo espero que nunca te atrevas a olvidarme, porque yo por mucho que lo intente no conseguiré hacerlo.

Te voy a echar de menos.

Paradise [No corregido]Where stories live. Discover now