Capítulo 18: Por qué ocultar el pánico

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Creo que la mejor palabra para describir cómo me sentía al ver esa escena era la incerteza. La incerteza y el miedo, junto con el pánico y ahora la duda, me dejó sin apenas saber cómo actuar delante de ella.

Ella.

No te reconozco. Maldita sea, yo sabía que eso iba a pasar. No sé quién eres.

No sé si me conoces.

No sé si me engañas.

¿Pero de verdad has dicho lo que has dicho? ¿Me buscabas? Luego... ¿me conoces?

—Yo... —murmuré. Noté como el ambiente dejó de ser agradable. Aunque nunca antes había sido agradable.

En fin.

—Sky, ella será tu asistente. —dice Richard, igual de feliz que antes. ¿Por qué no se me contagia su felicidad? Maldito doctor.

Le observo sonreír inocentemente. A él de verdad le hace ilusión todo eso.

Mis pensamientos se turban, y si antes me sentía perdida, ahora aun lo estaba más.

Vuelvo mi vista hacia delante otra vez. La miro de arriba a abajo, otra vez. Y vuelvo a pensar que no es ella.

Otra vez.

Es que no entiendo por qué sé que no eres tú. Porque seguramente sí que lo eres, porque me acuerdo de que no recuerdo nada, pero es que mi cabeza aparte de ser lenta es tonta y cree saber cosas que no sabe.

Soy increíble.

—Hola... —me limito a musitar, mientras la sigo observando.

No tienes los ojos azules, no tienes su voz.

Y no sé por qué, pero aunque yo sepa que no eres tú, me parece haberte visto antes. ¿Nos conocemos de algo?

La chica debía ser unos cuantos años más grande que yo. Unos cuantos bastantes, pero sin ella llegar a ser de mediana edad. Suponiendo que yo tengo 18, 19, 20 o como mucho 21, ella debería tener unos 10 más.

Ciertamente no tuve mesura en mirarla como una completa obsesionada, ya que precisamente no era fea. No negaba que fuera atrayente, incluso. Pero me sentí mal por mirarla con esos ojos. Mi corazón lo repulsaba. Quizás fuera por algo.

Al yo llamar su atención con mi soso saludo, sus ojos fueron a parar donde los míos. Comprobé de nuevo que no eran celestes, sino de un marrón mate rasgado y mezclado con uno de más oscuro, llegando a ser un iris atigrado de varias tonalidades.

Destacaba mucho ese color, sus ojos quedaban perfilados en su piel levemente bronceada. Sonrió con tranquilidad y se apartó los largos mechones castaños que le caían por el rostro.

Dios, no entiendo. Todo el mundo en calma y yo de los nervios.

Es que por un momento intentad entenderme. Era agobiante no saber si era otra persona, si era ella o si solamente era una conocida de vista.

Y encima ella me observaba casi o igual que como yo la observaba a ella. Miradas obsesionadas mutuas.

—¿Nos sentamos?

Suerte de Richard, siempre atento a desviar el rumbo cuando no parece haber salida.

—Por qué no. —respondió ella.

Pero no eligieron sentarse en las mesas que había disponibles en la sala, solo nos desviamos por un lado, siguiendo la pared. Entramos en una habitación pequeña, una de las muchas que había habilitadas para estar más separados del resto.

—Aquí estaremos más tranquilos. —dijo después Richard, luego de cerrar la puerta tras de si.

Y, por cierto. Hable por usted, doctor. Porque yo no creo poder. Aunque lo quiera, aunque lo desee, no puedo.

Paradise [No corregido]Where stories live. Discover now