Capítulo Veinticinco

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CHRISTIAN

—¡No seas ridículo, no sucederá nada! —mi novia reía desde el agua.

Me encontraba en un lago con Vera. Ella lo había descubierto sola en sus momentos de aventura, pero creía que sería mejor si me lo mostraba, así que ambos decidimos escaparnos un par de días y venir. Vera sonreía como nunca lo había hecho y supe que ella estaba hecha para descubrir las cosas mas hermosas y apreciarlas de verdad.

Su rostro mostraba felicidad y comodidad, lo que me hizo sentir en las nubes. Luego de tanto sufrimiento en su vida, ella me dio la oportunidad de hacerla feliz. Ambos estábamos enamorados y se notaba, podíamos gritarlo al mundo entero, pero no sería necesario, pues nuestros ojos hablaban por nosotros. Su mirada era de reto, y sabía que quería que la siguiera.

—¡Gallina! se rio de mí mientras chapoteaba.

—¡Ya verás! —tomé la cuerda, me impulsé y salté al agua. Vera soltó una carcajada

—Bien, bien. Ya no eres gallina —me abrazó y escondió su rostro en mi cuello.

—No podría ser cobarde cuando tú estás cerca —la abracé—. Debo cuidarte siempre.

—Christian... —su voz era casi un susurro.

—¿Hmmm?

—¿Crees que algún día nos separemos? —la miré a los ojos y vi que había miedo en ellos.

—Oh, preciosa —tomé su rostro entre mis manos—. Nunca, escúchame bien. Nunca nos van a separar, ¿entendiste?

Ella asintió y me besó.

Me levanté de golpe y froté mis ojos. No sabía por qué tenía que recordarla así, pero definitivamente era un modo de tortura horrible. Salí de la cama y caminé hasta el baño, me lavé el rostro y regresé a la cama. Mantuve mis ojos totalmente abiertos, observando el techo, cuando de pronto escuché que tocaron la puerta.

No me levanté, pero los toques no cesaron, por lo que tuve que levantarme y abrir la puerta. Mis ojos se encontraron con los de Mila y sentí que mi estómago daba un vuelco. No sabía que más hacer para alejarla de mí.

—¿Qué cojones haces aquí? —refunfuñé.

—Christian, sé que he cometido errores, pero te pido que no me alejes de tu vida —por un segundo vi un atisbo de arrepentimiento en su mirada, pero lo ignoré.

—¿Cómo esperas que no lo haga si solo sabes hacer daño? —pregunté.

—Ambos sabemos que no solo yo he hecho daño a quien amo —respondió en un hilo de voz— Christian, te necesito.

La miré detenidamente por lo que pareció una eternidad, hasta que decidí jalarla hacia mí y besarla desenfrenadamente. Necesitaba saciarme, y justo en ese momento ella estaba más que dispuesta a complacerme. Los dos retrocedimos, cerrando la puerta, hasta que llegamos a la cama. Mis dientes atraparon su labio y sentí como su cuerpo se estremeció ante esa acción.

—Christian —gimió mientras bajaba mis pantalones de pijama.

—Cállate —gruñí mientras terminaba por quitarle la ropa.

Desesperado por olvidar todo a mí alrededor, la lancé a la cama y la ayudé a abrirse de piernas, mientras besaba su pecho. Ella sonrió y supe que lo estaba disfrutando. Totalmente excitado, presioné mi erección contra su intimidad.

—¿Qué esperas para hacerme tuya, cariñó? —se arqueó—. Sé que quieres hacerlo.

Como hipnotizado por sus palabras, abrí un poco sus piernas y la penetré de golpe, provocando que soltara un jadeo que llenó la habitación. Me moví frenéticamente mientras veía como sus pechos rebotaban y sentí que mi mente se nublaba. El cuerpo de Mila encajaba perfectamente con el mío y saqué ventaja de eso, lo que la volvió totalmente loca de deseo.

—¡Oh, Christian! —movió sus caderas al compás de mis embestidas.

—¡Mila! —agarre su cadera con fuerza, penetrándola más fuerte.

Apreté sus pechos y la embestí más rápido sin importarme si acababa dentro de ella. Ambos llegamos al climax y justo en ese momento caí en cuenta de lo peor. Le fui infiel a Vera mientras ella se encontraba en el hospital luchando por su vida.

Salí rápidamente del interior de Mila y ella se levantó, mirándome con una gran sonrisa dibujada en sus labios.

—Sabía que te gustaría —susurró seductoramente.

—Esto fue un error —afirmé mientras me alejaba de ella.

Me levanté de la cama, completamente frustrado por lo que hice, hasta que sentí sus brazos envolverse a mi alrededor. Quería alejarla y gritarle que era su culpa, pero me contuve, pues yo mismo la metí a mi habitación y la follé sin importarme nada más.

—¿Así le llamarás a nuestro bebé? —susurró y yo abrí mis ojos como dos platos.

Inmediatamente me tensé y volteé a verla. Ella no me soltó, sino que sonrió y besó mis labios.

—¿Qué dijiste? —me solté de su agarre.

—Así es amor, estoy embarazada —sonrió y sentí que el oxígeno abandonaba mis pulmones.

—Estás bromeando, ¿no? —tartamudeé.

—Claro que no —tocó su vientre—. Dos meses y tres semanas.

No puede ser.

Jodida mierda.

Mila iba a tener un hijo mío.


Rompiendo PromesasOnde as histórias ganham vida. Descobre agora