Capítulo Treinta

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CHRISTIAN

Conduje como un maniático hasta que llegué al aeropuerto. Salí del auto sin percatarme de dónde lo estacioné y corrí en dirección a seguridad. Ella tenía que seguir en el país, tenía que seguir conmigo.

—¡Disculpe! —le grité al hombre de seguridad—. ¿Ha visto a una chica de cabello casi rubio? Mide 1.60.

—¡Claro! —sonríe—. La señorita Williams. Ella me ayudó a que me ascendieran en el trabajo. Está a punto de abordar un avión por la puerta D-3.

—¡Gracias! —corrí en la dirección que me indicó.

Al llegar, la busqué con la mirada por todas partes hasta que la localicé. Estaba a punto de abordar el avión.

—¡Vera! —grité.

Ella se volteó inmediatamente. Al observarla, mi corazón pareció romperse en millones de pedazos. Sus ojos estaban completamente hinchados, sus labios estaban rotos y su piel más pálida de lo normal. Había destrozado a la mujer de mi vida con mis acciones. ¿Qué clase de escoria era?

—¡No puedes irte! —corrí hacia ella.

Ella negó y dio un paso atrás, marcando distancia.

—Aléjate de mí, Christian.

Era consciente de que todos nos observaban, pero no me importó.

—Vera, no puedes irte así —lloré—. ¡Te necesito conmigo!

Ella retrocedió otro paso y mantuvo su postura. Estaba decidida a irse, decidida a dejarme.

—¡Sé que soy un idiota, y que estoy completamente jodido y no merezco nada que venga de ti! —me limpié las lágrimas con brusquedad—. Pero si te vas, seré peor, no tendré nada por lo que sonreír, ni mucho menos por lo que respirar.

—Tienes un hijo en camino, Christian —susurró—. Debe ser suficiente para que decidas luchar.

—¡Ese hijo no es tuyo! —grité.

—¡Pero es tuyo! —exclamó con lágrimas en su rostro—. ¡Es tuyo y de tu esposa!

Sentí que sus palabras me apuñalaban y no pude responder, sentía que el aire me faltaba. Al ver que no tenía respuesta, ella se dio la vuelta, disculpándose con las personas a nuestro alrededor.

—¿¡Así que solo te irás!? —ataqué, desesperado.

—No hay nada que me haga quedarme, Christian —dijo sin voltear.

—¿¡Qué hay de mí!? ¿¡Qué hay de nuestro amor!?

—No es suficiente.

Ella me obsequió una última mirada y abordó el avión.

No, no, no.

—¡NO! —me lancé contra las puertas.

No fui consciente del momento donde ella corrió al interior del avión al ver mi reacción y como me arrastraron fuera.

—¡Suéltenme, carajo! —grité—. ¡Ella es mi novia, es mi novia!

—¡Cállate, lunático!

Antes de que pudiera continuar peleando, una aguja se introdujo en mi brazo, provocando que perdiera todas mis fuerzas.

Vera.


Desperté por unos murmullos provenientes de un grupo de personas. Intenté moverme, pero mi cuerpo se sentía completamente pesado.

—¿Christian? —una voz femenina llena de alegría logra que abra mis ojos.

—Vera —murmuré.

—¡Oh, Dios, ¡llamaré a tu madre!

Minutos después logré ver que mi madre, Mila y un doctor entraron a mi habitación. Mi madre se acercó a mí, aliviada de verme despertó.

—¡Christian! —chilló mi madre.

—Buen día, muchacho —el doctor sonrió—. Has dormido bastante.

—¿Qué me ha pasado? —pregunté confundido.

—Te han inyectado un sedante. Perdiste el control en un aeropuerto. Tienes suerte de que no levantaran cargos, golpeaste a un hombre, Christian —niega con la cabeza.

De pronto, todas las imágenes de lo ocurrido llegaron a mi cabeza haciéndome levantar de golpe.

—¡Vera! —grité tratando de levantarme.

—¡Christian cálmate! —Mila exclamó, tratando de mantenerme en la cama.

—¡Necesito ir por ella!

Traté de apartarme de mi esposa, pero ella me lo impidió. Miré a mi alrededor en busca de mi ropa, pero no la vi. Me moví frenéticamente por la habitación, hasta que ella apreció.

—¡Ella se ha ido! —la voz de Gabriela me detuvo—. Se ha ido a donde no puedas encontrarla.

—¿Qué? —pregunté luego de un minuto.

—Acéptalo, Christian, Vera no quiere verte más.

Y esas palabras fueron las que me hicieron caer en cuenta de que nadie más que yo fui el culpable de que ella se volviera a ir.

Rompiendo PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora