Capítulo Veintisiete

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VERA

—Ha sufrido tanto —murmuró una mujer rubia mientras observaba a una niña pequeña de cabello castaño.

¿Dónde me encontraba?

Me levanté del suelo frío en el que estaba y me veo. Estaba usando un vestido blanco completamente desgarrado y sucio. Mi piel estaba totalmente pálida y mis manos temblaban. Justo ahí caí en cuenta de que estaba en un recuerdo.

—Primero su padre, luego su madre, y ahora su tía —otra mujer que estaba en la sala alzó a la pequeña, permitiéndome verla a los ojos.

Jodida mierda.

Era yo.

—Esa chica no merecía morir así, tan, tan horrible —¿de quién hablaban?

—Esa mujer es una víbora afirmó la otra mujer de cabello rubio.

—¿Pero matar a una chica de 15 años? —¿qué demonios? —. Eso es mucha crueldad, Marlene.

—Sabes que no podemos decir nada, Danna —la rubia susurró— Si lo hacemos, esa mujer vendrá por la niña. ¡Tan solo tiene 4 años!

—Le disparó, Marlene, no podemos dejar que se haga una injusticia de esa forma —la voz de la castaña era firme.

En ese momento sentí un horrible vacío en mi interior y caí en cuenta de lo que estaba pasando.

Me estaba enfrentando a la asesina de mi tía.

Desperté de golpe y agitada, escuchando el sonido del monitor al que estaba conectada.

¿Me encontraba de nuevo en un hospital?

De repente, vinieron a mi mente todos los recuerdos en forma de caleidoscopio, torturándome de una forma espantosa y provocando que mi presión arterial se elevara desmesuradamente. Cerré mis ojos y escuché mi corazón latir con fuerza. Las cosas pasaron muy rápido, pero todo lo recordaba perfectamente, cada maldito detalle en sus palabras, sus golpes, su ira, su deseo de acabar conmigo.

Gabriela entrando a la casa gritando sobre una infidelidad, Christian enloqueciendo por Mila, la casa, la amenaza de Margaret, la agresión de Christian, sus brutales golpes, sus gritos. Abrí mis ojos y la rabia se hizo presente. Presioné el botón para que la enfermera ingresara, y en cuestión de segundos apareció junto a Gabriela Harris.

La enfermera sonrió y Gabriela se acercó a mí, emocionada de verme despierta. Ella tomó mi mano y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, realmente estaba aliviada de verme con vida.

—¡Vera! —chilló—. Estás bien.

Ella me había salvado la vida.

—Señorita Williams —susurró la enfermera—. Es un milagro.

La mujer de unos cuarenta años se acercó a mí para luego quitarme la mascarilla y algunos cables a los que estaba conectada. Pedí agua tocando mi garganta y ellas lograron entender. Gabriela, aún sorprendida, tomó un vaso de agua con una pajilla y me ayudó a beber. Finalmente, apartó el vaso y me abrazó.

—No sabes lo preocupada que he estado —sollozó—. Eres lo único que me queda.

Un nudo se formó en mi garganta, pero traté de tragar.

—¿Cuá...cuánto he dormido? —intenté hablar, pero mi voz salía totalmente ronca.

Gabriela miró a la enfermera y luego a mí.

—Hoy estarías cumpliendo dos meses de que entraste en coma.

Sentí un gran peso sobre mis hombros, casi como si una roca estuviera tratando de aplastarme. ¿Tanto tiempo estuve en coma? ¿tan terrible fue lo que Christian me hizo?

—Si le hace sentir mejor, ha sido de las personas que menos ha tardado en despertar —la enfermera me regaló otra sonrisa—. Es un milagro, señorita.

—No podría considerarlo así —luché contra las lágrimas y el dolor de garganta, y miré a Gabriela—. ¿Christian?

Gabriela se tensó al instante, pero luego suspiró y me miró directo a los ojos.

—Christian está en prisión, Vera.

¿Qué?

—Cuando el doctor te atendió y vio los golpes, ordenó que te realizaran exámenes. Ahí supieron que habías sido víctima de agresión y yo no pude mentir. Me interrogaron, la policía se hizo presente, Christian trató de acercarse —sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Solo quise protegerte!

—Gabriela... —tomé su mano.

—¡Él no tenía por qué agredirte! —estalló— ¡Ningún derecho tenía sobre ti!

—Gabriela, escúchame —apreté su mano en forma de agradecimiento—. Todo está bien, en serio. ¿Le han juzgado ya?

—Quieren iniciar el juicio cuando estés bien —respondió—. De acuerdo con el abogado, necesitan tu declaración.

Medité en sus palabras durante un instante y sentí que mi estómago daba un vuelco. Las cosas se habían complicado más de lo que yo pensaba y justo ahí no supe que dirección tomar. Había demasiado en mi mente y en mi corazón como para que ambos se coordinaran. Lo que había sucedido fue terrible, pero había algo más en todo ello.

Finalmente chasqueé la lengua, decidida a una sola cosa.

—Gabriela —le llamé.

—¿Sí? —ella me miró.

—Tienes que ayudarme a salir de aquí ahora.

Gabriela soltó una risa nerviosa y negó.

—¿Estás loca? Acabas de salir de un coma, Vera.

—Necesito salir de aquí, Gabriela.

Ella volvió a negar, la determinación danzando en su mirada. Su rostro reflejaba el cansancio extremo que la estaba consumiendo y me sentí terrible. Ella estuvo todo este tiempo a mi lado y aún continúo pidiéndole más y más favores. Continué observándola, hasta que finalmente ella soltó un suspiro.

—Creo que esto es una pésima idea.

Rompiendo PromesasWhere stories live. Discover now