Capítulo Veintiseis

5.8K 363 17
                                    

CHRISTIAN

Sentí que las nauseas se apoderaban de mi cuerpo y por un segundo creí que caería desmayado. Mila me miro con una gran sonrisa dibujada en su rostro y yo solamente me limité a recordar la última vez que tuvimos relaciones. Por supuesto que el bebé tenía que ser mío.

La miré fijamente y ella me sostuvo la mirada, lo que me aterrorizó. Era claro que, o no le temía a mentir, o realmente estaba embarazada.

—¿Estás jodiéndome? —pregunté mientras trataba de controlar mis impulsos.

—No, mi amor —ella sonrió de nuevo—. Vamos a tener un bebé.

—¿Cómo puedes probar que es mío si te acostaste con otro tipo? —gruñí.

—Porque cuando me acosté con él ya estaba embarazada, cariño.

Sentí impulsos de sacarla a empujones de la habitación, pero en vez de eso decidí ignorar su presencia y busqué ropa. Frente a ella, terminé de vestirme y la miré por última vez antes de azotar la puerta y largarme de ahí.

Quería que la jodieran en grande.


Conduje a toda velocidad sin detenerme en ningún semáforo y sin tener la más remota idea de a dónde ir. Mi hermano estaba furioso conmigo, Gabriela me detestaba a muerte y definitivamente mi madre ya no era confiable. Sentí un nudo en mi garganta al pensar en lo horrible que pudo sentirse Vera al estar totalmente sola. Su único apoyo fue Ryan, pero fuera de ese círculo, ella no tenía a nadie y yo me encargué de arruinarle la vida aún más.

Desesperado por alejarme de todo, aumenté más la velocidad sin pensar en un accidente. Sin embargo, nada sucedió para mi mala suerte. Cuando frené, noté que estaba nada más y nada menos que en el hospital donde Vera se encontraba. Observé el edificio en silencio y me pregunté si era una clase de maldición o necesidad.

—Joder —murmuré.

Era un jodido vicio. Si no era amor, era una obsesión lo que había generado hacia Vera. A pesar de todos los daños que le causé y nos hemos causado, continuaba albergando esperanzas y acercándome hacia donde ella iba. Continuaba soñándola, anhelándola y amándola con gran fervor, aun cuando todo jugaba en nuestra contra.

Salí del auto sin percatarme de donde estacioné y caminé como un autómata hasta la entrada. Me adentré en el hospital e inmediatamente el aura aterradora del lugar me envolvió. Me cubrí bien con mi chaqueta y caminé por los pasillos hasta llegar al ascen sor. Cuando llegué al piso donde se encontraba Vera, recordé que Gabriela continuaba haciendo guardia. Frustrado, me pasé las manos por el rostro.

¿No pensaba irse nunca?

La protege más que tú, idiota.

Una vez más mi consciencia me torturó obligándome a ver que era una escoria.

Me acerqué sigilosamente hacia una columna, espiando a Gabriela y marqué su número. Agradecido por tener un número desconocido, esperé tres tonos hasta que atendió. Me aclaré la garganta y modulé mi voz de manera que no la reconociera.

—¿Hola?

—¿Gabriela Harris? —pregunté con tono de voz grave.

—Sí, ella habla —ahogó un bostezo y sentí una punzada de culpabilidad.

No ha dormido en muchas noches.

—Le hablamos de la compañía de sus padres. En el estacionamiento la espera uno de nuestros agentes para entregarle un paquete importante de parte de unos ejecutivos de Holanda.

—¡Son las 12:30 a.m.! —chilló.

—Señorita, por eso mismo le pido que se apresure. El paquete es de suma importancia para su hermano, Christian Harris.

Sin decir nada más, colgó y se fue por el otro extremo del pasillo, refunfuñando. Aproveché su ausencia y corrí hacia la habitación de Vera. Una vez ahí, la contemplé de pie durante unos segundos, hasta que decidí acomodarme junto a ella. Tomé su mano y la sentí totalmente helada. Con el corazón destrozado, besé su frente y sentí que el nudo en mi garganta se hacía más grande.

—Mi Vera —susurré y besé el dorso de su mano—. Lo siento, amor. Lo siento tanto. Realmente no quería dañarte, fui cegado por una maldita mentira y no medí mis daños.

Al pasar diez minutos, la puerta se abrió de golpe, dejando ver a Gabriela completamente furiosa. Nuestros sus ojos se encontraron y pude ver como nunca se tragó mi mentira, solo estaba vigilando mis movimientos.

—¿Es que crees que me voy a tragar semejante mentira? —gruñó—. ¡Gran gilipollas!

—Gabriela, déjame explicarte —me levanté de la silla.

En ese instante, un policía entró seguido de ella y me miró con gesto reprobatorio.

Oh no.

—Gabriela, ¿qué está pasando? —levanté las manos en forma de rendición.

—¿Es él, señorita Harris? —preguntó el oficial mientras me miraba con el odio reflejado en sus ojos.

—Sí oficial, él es el agresor.

Y en lo que pareció un segundo, el oficial estaba esposando mis manos, sacándome a trompicones de la habitación. Mi corazón latía con fuerza, mis manos sudaban y mis ojos reflejaban el desconcierto. Gabriela se había encargado de cavar mi tumba.

Gabriela me había acusado.

—¡Gabriela! —grité— ¡Por favor no me hagas esto, no me alejes de ella!

—¿¡Para qué!? —gritó entre lágrimas—. ¿¡Para que puedas seguir causándole daño!?

—Yo la amo, Gabriela.

—No, Christian, ya no más, no voy a dejar que te acerques a Vera.

—¡Por favor! —rogué—. ¡Pequeña, no, no la alejes de mí!

—Silencio, Harris —sentenció el oficial—. Todo lo que digas será usado en tu contra —me empujó hacia adelante—. Tienes derecho a un abogado.

Decidido a desobedecer sus órdenes, continué gritando.

—¡Vera! —grité—. ¡Vera, joder, perdóname!

Y sin más, Gabriela cierra la puerta en mi cara, el oficial me adentra en el ascensor y con esa acción logró que me diera cuenta de que nuevamente había perdido a Vera Williams.

Rompiendo PromesasWhere stories live. Discover now