Capitulo 46

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            Julian abrió los ojos asustado, incorporándose bruscamente en la cama con la respiración entrecortada. Se llevó inconscientemente una mano al pecho. Tenía la ropa completamente mojada de sudor pegada al cuerpo.

            —Una pesadilla —musitó despacio, mirando la puerta de la habitación que tenía delante.

            Desde que había vuelto, las pesadillas habían sido constantes, noche tras noche, continuamente, como si realmente no fuera suficiente con las largas horas del día en las que difícilmente se levantaba y lograba mantenerse íntegro, capaz de no derramar una lágrima al recordar a Kei, sino que desde entonces había sido imposible tener un descanso de verdad.

            Lentamente sacó los pies de la cama y los apoyó en el suelo. Estaba helado, pero le gustaba sentirlo, le agradaba sentir algo capaz de provocarle una reacción diferente en su cuerpo, le gustaba poder sumergirse en la calidez sedante del dolor; tal vez lo único que alejaba momentáneamente el desgarro que sentía dentro, aquello que había creado un vacío tan intenso que lo ahogaba cada día.

            No era el hecho en sí de que Kei pudiera estar muerto, algo que se negaba a creer con todas sus fuerzas, una negación que suponía un pequeño alivio en su roa alma, sino el conocimiento que había sido él quien lo había matado.

            Era un asesino.

            Se levantó y se acercó despacio a la ventana pero no se asomó. En realidad no había nada fuera que le interesara. Ya no había nada que le interesara en ese mundo; tal vez la esperanza de ver una vez más a Kei. Sólo eso. Y cada día que pasaba esa esperanza se iba apagando, poco a poco, como una bombilla que va perdiendo su luz.

            Cada día de los últimos ocho meses había acudido al barrio rico donde Kei tenía su apartamento, había subido hasta la puerta de su casa cuando había logrado entrar al portal y se había quedado horas escuchando al otro lado de la puerta con la esperanza de oír ruidos, pero nunca había oído nada dentro, sólo la más horrible quietud de un lugar que está vacío, muerto.

            —Tal y como debería estar yo.

            Julian se golpeó las mejillas con las manos varias veces, con fuerza y respiró hondo antes de salir de la habitación y enfrentarse a su madre, en la cocina, amasando algo encima de la mesa.

            —Te he preparado el desayuno, cielo.

            Su madre jamás había vuelto a mencionar a Kei, ni siquiera al volver, cuando se había negado a levantarse de la cama; tampoco cuando su padre lo había llevado a las sesiones de terapia o en las visitas en las que fue a verle los quince días que estuvo ingresado en el ala de psiquiatría.

            Kei no existía.

            Eso le habían dicho, eso era lo que su madre pretendía con su silencio y gracias a que durante ese tiempo no había estado en condiciones, ni físicas ni psicológicas para continuar con sus estudios, no había visto a Ángela, aunque eso último imaginaba porque sus pequeñas salidas habían sido exclusivas a la casa de Kei.

            Así que todo se resumía a que si nadie hablaba de Kei, Kei no existía.

            —No tengo hambre —dijo, apartando el plato a un lado—. He quedado —añadió al ver la mirada preocupada que su madre le lanzó brevemente.

            —¿En serio?

            —Con el grupo del gimnasio.

            —¡Eso es genial!

Cuando habla el corazón (chico x chico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora