Atrapados en la biblioteca...

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*Blake*

No quiero que Dallas se sienta mal pero quiero ser realista. Hay un noventa y nueve por ciento de que Dylan sea hetero. Siempre ha salido con chicas, aunque no con tantas como se esperaría de alguien de su tipo (familia con dinero, apuesto, popular y deportista). Pero deseo fervientemente estar rotundamente equivocado. Por el bien de mi mejor amigo.

"Ojalá Monroe fuera gay", se convirtió en mi pensamiento del día.

Gracias a que ayer platiqué con Dallas siento que hay más confianza entre nosotros. Ya no tengo que ocultar que me gusta Donna, y eso me alegra de algún modo. Aunque, sé que mi amor no es correspondido.

Me gusta considerarme cobarde, porque es lo que soy, un estúpido cobarde. Podría declararme y ser rechazado de una vez por todas para acabar con estos sentimientos. "Tal vez después pueda llegar a gustarle", me digo siempre, pero es realmente duro saber que ella debe haberse enterado de mis sentimientos hace tiempo y no le interese ni un poco.

Gracias a Dios ya estaba terminando la última clase: física. No estaba prestando ni la más mínima atención, el profesor Erik me cae muy mal. Siempre hablando y hablando todo el tiempo. Ni siquiera entiendo la cuarta parte de lo que dice. 

Cuando empecé a sentir que su voz taladraba mi cabeza sonó el timbre.

Gracias a Dios...

Guardé mi libro en mi mochila y salí inmediatamente del salón.

-¡Blake! -me llamó una voz muy conocida para mi mala suerte.

Seguí caminando, sólo quería irme a casa.

-Hermanito -Maro me tocó el hombro.

-¿Qué?

-¿Puedes hacerme un favor? –me regaló una sonrisa fingida.

-¿Justo ahora? –pregunté pesadamente.

-Sí, es urgente, iría yo mismo pero tengo que entregar calificaciones.

-Vale –suspiré-. Dime -accedí no muy animado.

-¿Puedes dejar estos libros en la biblioteca? Ya van a cerrarla y no me da tiempo.

-Vale -tomé los libros, él se alejó con prisa.

Una vez parado frente a la fea y vieja biblioteca abrí la puerta con dificultad. Estaba demasiada dura, y además llevaba seis libros de pasta gruesa en las manos.

Ok, ¿dónde mierda está el encargado?

Empecé a revisar el lugar, y estaba más vacío que el cerebro de Douglas Hicks.

Me reí interiormente.

Habían computadoras más viejas que los dinosaurios en las mesas y un montón de libros empolvados probablemente hasta con telarañas.

-¿Buscas algo? –escuché preguntar a alguien.

Me volteé hacia dónde provenía la voz y miré curioso a la persona que no me esperaba para nada en un lugar cómo éste.

-Hola –saludé.

Él se limitó a hacer un ademán de saludo.

-¿No es algo escalofriante estar solo en este viejo lugar?

-¿Solo? –preguntó el pelinegro.

-Bueno, ahora estoy yo también –puse los libros en la mesa y me senté enfrente de David.

-Pensé que estaba con Andrew -frunció el entrecejo.

-¿Andrew?

-Ah, es el que se queda a cargo después de que se va Doris.

¿Quién diablos es Doris?

-Pues, al parecer se fue.

-Es raro –susurró.

No quería conversar con David. No es que me caiga mal, pero siempre es molesto el tener que buscar un tema de conversación cuando quieres platicar con alguien con el que no te llevas del todo bien. Sobre todo cuando no eres un ser conversador como yo.

-Bueno, ¿puedo dejarte estos libros por si ves al tal Andrew?

-¿Quieres que se los entregue por ti?

-Si no es mucha molestia –me rasqué nervioso la cabeza.

Puedo decir que David me intimida un poco.

-Bien.

-Gracias, es que mi hermano me pidió de favor que los trajera –suspiré y me dirigí a la puerta.

Oh-oh

La maldita puerta no abría.

Jalé con fuerza la manija y la estúpida puerta no se abría.

-¿Pasa algo? –preguntó el pelinegro.

-No, nada.

No podía ser tan debilucho para que la puerta no se abriera, así que intenté varias veces pero ésta no quiso ceder. Llegué a la conclusión de que está atascada.

-Cuando abrí la puerta hace un rato me costó –escuché decir a David cerca de mí.

-Sí, igual a mí, pero pensé que era porque tenía las manos ocupadas.

-¿Entonces está atascada?

-Eso mismo.

-¿Puedo intentar? –preguntó.

-Sí, pero es inútil.

Y así fue, con su inútil esfuerzo de abrirla corroboramos que está atascada.

-¿Y si tratamos de abrirla entre los dos?

Lo miré fijamente, lo que creo lo puso nervioso.

-Está bien –accedí.

Me recargué en la puerta mientras David tenía girada la manija de la puerta y empecé a empujarla, pero no funcionó.

-¡Diablos! –grité enojado.

-Bien, tranquilo, ¿puedes enviarle un mensaje a tu hermano?

-Sí, cla... -dejé las palabras al aire cuando recordé que mi celular estaba descargado.

Ahora me arrepiento de no haberlo cargado en la noche.

-¿Qué?

-¿Tienes un cargador? –deseé que me contestara un "sí".

-¿Qué? No, y mi celular está apagado porque tiene un por ciento de batería.

-Préndelo –le pedí.

-Te estoy diciendo que sólo tiene...

-Préndelo –interrumpí con cierta irritación.

-Rayos, bien, lo prenderé.

Estaba tratando de recordar el número de Maro.

-Bien, tenemos menos de 10 segundos –me entregó su celular.

Comencé a marcar su número, pero estaba indeciso si el último número era cinco o seis.

Me decidí por el cinco y llamé. Me contestó una mujer. El celular se apagó.

-Mala suerte –agarró su celular-. Por lo menos verá la llamada perdida.

-Sí, sobre eso... No creo que vea la llamada –miré al piso.

-¿De qué hablas? –preguntó mientras se iba a sentar donde estaba antes.

-Creo que el último número era seis.

-¿Qué? –se exaltó el pelinegro.

A MESS [EDITANDO]Where stories live. Discover now