Memorias de calma...

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David

Sintiéndome lo suficientemente sofocado, me quité el suéter y lo tiré con frustración en la arena. Desamarré las agujetas de mis Converse desgastados y los arrojé lejos, sin pensar mucho en que luego sería difícil buscarlos entre las piedras. Mi flequillo molesto insistía en picar mis ojos una y otra vez, recordándome que ya era tiempo de cortarlo.

El aire se sentía sospechosamente agradable en mi rostro, a pesar de ser una tarde de agosto. Cerré los ojos y comencé a inhalar y exhalar. Mi mano temblaba ligeramente tratando de evitar cerrarse en un puño, me sentía impotente. ¿Es así como será siempre mi vida? Las personas a mi alrededor sólo piensan en sí mismas. Diciéndome qué es lo mejor para mí... Como si me importara.

Una ola golpeó tímida la punta de mis dedos, haciéndome admirar el tono de azul de ésta. Sonreí ligeramente. El sonido de las olas golpeando las rocas o sólo llegando a la orilla es siempre suficiente para calmarme. Sólo vengo a la playa cerca de mi casa cuando tengo la necesidad de relajarme. Y hoy necesito justamente eso. Relajarme.

Sin embargo, la vida tenía otros planes para mí. Un toque en mi hombro hizo que mis brazos se pusieran como piel de gallina. —¿Qué diablos te pasa? —espeté molesto, mientras tocaba mi pecho en un fallido intento de calmar los latidos acelerados—. Pude haber muerto en este mismo instante, ¿eso querías?

Edson viró los ojos y se sentó a un lado mío, demasiado cerca para mi gusto. Cuando estaba a punto de romper el silencio y volver a insultarlo me extendió una bolsa de supermercado. Lo miré interrogante.

—Son Lollipops, no droga.

Pestañeé un par de veces confundido.

—¿Por qué me das esto?

—Maldición David, sólo tómala —gruñó.

—No quiero —Lo reté con la mirada. ¿Cuántos años cree que tengo? ¿Diez?

—Entonces voy a aventarlas —amenazó.

Resoplé y se la arrebaté antes de que siquiera pensara en hacerlo de verdad.

—No tengo diez años, Edson. Los dulces ya no...

—Claro, por eso tomas café con extra azúcar y chispas —Volvió a virar los ojos.

—No puedes comprarme una bolsa de Lollipops y esperar que te perdone.

—¿Por qué te estás conteniendo? Yo sé que las amas —Sacó una con envoltura rosa—. La de fresa era tu favorita. Lo sigue siendo, ¿cierto?

—Chocolate es de niños cool, no puedo creer que no lo sepas —bromeé. Edson se me quedó viendo fijamente, extrañado.

—¿Qué?

—Si hubiera sabido que comprarte una bolsa de Lollipops te haría volver a ser el viejo David, lo hubiera hecho antes.

—El viejo David está muerto —murmuré, deteniendo mis dedos que habían estado ocupados abriendo una Lollipop de fresa inconscientemente.

—¿Entonces qué haces aquí?

Touché.

—¿Tú qué haces aquí? —contraataqué—. Te dije que te odio.

Un silencio se apoderó del momento. Ésta vez una ola golpeó mis pies con fuerza.

—Tranquilo —Suspiré pesadamente, tratando de ver las cosas con madurez—. Supongo que todo este tiempo ignoré el hecho de que todo lo que somos no es sólo la consecuencia de nuestros actos.

A MESS [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora