Parte I - Carta 26

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26 de diciembre de 1991

Querida amiga:

Estoy sentado ahora en mi habitación después de las dos horas de carretera de vuelta a casa.

Mis hermanos se han portado bien, así que no he tenido que conducir.

Normalmente, de camino a casa, visitamos la tumba de mi tía Helen. Es una especie de tradición. A mi hermano y a mi padre nunca les apetece demasiado ir, aunque no dicen nada en consideración a mi madre y a mí. Mi hermana es más o menos neutral, pero sensible a ciertas
cosas.

Cada vez que vamos a la tumba de mi tía Helen, a mi madre y a mí nos gusta hablar de algún detalle genial de ella. Casi todos los años suele ser sobre cómo me dejaba quedarme levantado para ver Saturday Night Live. Y mi madre sonríe porque sabe que si ella hubiera sido una niña, habría querido quedarse levantada y verlo también.

Ambos le ponemos flores y a veces una tarjeta. Solo queremos que sepa que la echamos de menos, y que pensamos en ella, y que era especial. No lo escuchó demasiado cuando estaba viva, dice siempre mi madre. E igual que mi padre, creo que mi madre también se siente culpable. Tan culpable que en vez de darle dinero le dio un hogar donde poder
quedarse.

Quiero que sepas por qué mi madre se sentía culpable. Debería contarte por qué, pero en realidad no sé si debería. Tengo que hablarlo con alguien. Nadie en mi familia hablará nunca del tema. Es algo de lo que, sencillamente, no hablan. Me refiero a aquella cosa mala que le pasó a
la tía Helen que no me contaban cuando era pequeño. Cada vez que llega la Navidad es en
lo único en lo que puedo pensar..., en el fondo. Es la única cosa que me pone profundamente triste.

No diré quién. No diré cuándo. Solo diré que alguien abusaba de mi tía Helen. Odio esa palabra. Lo hizo una persona muy cercana a ella. No era su padre. Ella al final se lo dijo a su padre. Este no la creyó por ser quien era la persona. Un amigo de la familia. Aquello lo empeoró todo. Mi abuela tampoco dijo nunca nada. Y el hombre siguió viniendo de visita.

Mi tía Helen bebía mucho. Mi tía Helen tomaba muchas drogas. Mi tía Helen tuvo muchos problemas con hombres y con chicos. Fue una persona muy infeliz la mayoría de su vida. Iba
mucho a los hospitales. A todo tipo de hospitales. Por fin, fue a un hospital que la ayudó a comprender las cosas lo bastante como para volver a la normalidad, así que se mudó con mi familia. Empezó a asistir a clases para conseguir un buen trabajo. Le dijo a su último mal hombre que la dejara en paz. Empezó a perder peso sin ponerse a dieta. Cuidó de nosotros, para
que mis padres pudieran salir y beber y jugar a juegos de mesa. Nos dejaba quedarnos levantados hasta tarde. Era la única persona aparte de mis padres y mis hermanos que me compraba dos regalos. Uno por mi cumpleaños. Otro por Navidad. Incluso cuando se mudó a vivir con mi familia y no tenía dinero. Siempre me compraba dos regalos. Siempre eran los mejores regalos.

El 24 de diciembre de 1983, un policía apareció en la puerta. Mi tía Helen había tenido un terrible accidente de auto. Nevaba mucho. El policía le dijo a mi madre que mi tía Helen había
fallecido. Era un buen hombre, porque cuando mi madre empezó a llorar, le dijo que el accidente había sido muy grave y que mi tía Helen sin duda había muerto al instante. En otras palabras, sin sufrir.

Había dejado de sufrir para siempre.

El policía le pidió a mi madre que lo acompañara a identificar el cuerpo. Mi padre estaba todavía en el trabajo. Fue entonces cuando yo me acerqué, junto con mis hermanos. Ese día cumplía siete años. Todos llevábamos sombreros de fiesta. Mi madre había hecho que mis hermanos se los pusieran. Mi hermana vio que mamá lloraba y le preguntó qué había pasado. Mi madre no pudo decir nada. El policía se agachó sobre una rodilla y nos contó lo que había ocurrido. Mis
hermanos se pusieron a llorar. Pero yo no. 

Sabía que el policía se había equivocado. Mi madre le pidió a mis hermanos que cuidaran de mí y se fue con el policía. Me parece que vimos la televisión. Creo que no me acuerdo realmente. Mi padre volvió a casa antes que mi madre.

—¿Qué son esas caras largas?

Se lo contamos. No lloró. Nos preguntó si estábamos bien. Mis hermanos dijeron que no. Yo dije que sí.

El policía se ha equivocado. Está nevando mucho. Probablemente no lo vio bien.

Mi madre llegó a casa. Estaba llorando. Miró a mi padre y asintió con la cabeza. Mi padre la
abrazó. Fue entonces cuando comprendí que el policía no se había equivocado. En realidad, no sé qué pasó después, y tampoco lo he preguntado.

Solo recuerdo ir al hospital. Recuerdo estar sentado en una habitación con luces brillantes. Recuerdo a un médico que me hacía preguntas. Recuerdo que le dije que la tía Helen era la única que me abrazaba. Recuerdo ver a mi familia el día de Navidad en una sala de espera. Recuerdo que no me dejaron ir al funeral. Recuerdo que nunca me despedí de mi tía Helen.

No sé cuánto tiempo seguí yendo al médico. No recuerdo cuánto estuve sin ir al colegio. Fue mucho. Hasta ahí sé. Lo único que recuerdo es el día en que empecé a mejorar porque recordé la última cosa que me dijo mi tía Helen antes de irse a conducir por la nieve. Se envolvió en un abrigo. Yo le di las llaves del coche porque siempre era el único que podía encontrarlas. Le pregunté a la tía Helen adónde iba. Me dijo que era un secreto. Yo me puse pesado, cosa que
le encantaba. Le encantaba la forma en la que seguía haciéndole preguntas. Al final sacudió la cabeza, sonrió y susurró en mi oído:

—Voy a comprar tu regalo de cumpleaños.

Esa fue la última vez que la vi. Me gusta pensar que mi tía Helen ahora tendría ese buen trabajo para el que estaba estudiando. Me gusta pensar que habría conocido a un buen hombre. Me
gusta pensar que habría perdido el peso que siempre quiso perder sin hacer dieta.

A pesar de todo lo que mi madre y el médico y mi padre me han dicho sobre echarme la culpa, no puedo dejar de pensar en lo que sé. Y sé que mi tía Helen todavía seguiría viva hoy si solo me
hubiera comprado un regalo, como todos los demás. Seguiría viva si yo hubiera nacido un día que no hubiese nevado.

Haría cualquier cosa para quitarme esta sensación.

La echo tanto de menos.

Ahora tengo que parar de escribir porque estoy demasiado triste.


Con mucho cariño,

Charlie  

Las Ventajas de ser Invisible [Charlie y Tu] -Actualizaciones Lentas-Where stories live. Discover now