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Tocó el vendaje de su nariz por tercera vez consecutiva. Estaba irritándole bastante, dolía como si un enjambre de avispas le hubiese atacado, y la gasa sobre la hinchazón provocaba que respirar fuera difícil. Quería decírselo a alguien, pero conocía a las enfermeras tan bien como la palma de su mano y sabía que solamente obtendría una pastilla que tardaba dos horas en hacer efecto; así que se abstuvo.

Se encontraba en una camilla del hospital comunitario, tenía una intravenosa conectada al dorso de la mano con su nombre mal escrito (Arce) y estaba tan aburrido que únicamente podía pensar en el dolor que sentía.

Regresó su mano al sitio, tocándolo con las yemas de los dedos. Cada vez que su tacto se extendía sobre la gasa, sentía algo extraño, como si se tratara de un interruptor retransmitiendo lo ocurrido; por un instante, sólo podía ver a Aaron, el vecino, desfigurándole la cara de un limpio puñetazo. Se detuvo, suspirando. No era un lindo recuerdo. Lo odiaba por haberle golpeado, pero al mismo tiempo se sentía mal por esos pensamientos, porque lo amaba y su novio algunas veces demostraba que ambos compartían el mismo sentimiento.

Escuchó un sonido particular llamándole la atención. El sitio siempre estaba lleno de mujeres alegando con las enfermeras; hombres de bata blanca recorriendo el recinto de lado a lado, llevando tablas de datos en la mano y recetando el mismo medicamento para diez enfermedades diferentes. Pero esta vez era algo distinto. No era una jefa de familia quejándose porque su hijo moría de fiebre en la sala de urgencias ni de un doctor repartiendo paracetamol para la gripe. Era una voz masculina rogando y atendiendo a las súplicas.

"Joseph, Joseph, por favor, entra aquí, cariño. Necesitas descansar, estás cerca de un colapso nervioso" decía Anelle, su enfermera favorita.

Escuchaba el sonido de sus zapatos de tacón de cinco centímetros repiqueteando contra el suelo. Esa mujer parecía un corgi juguetón, siempre actuaba amable y activa. Parecía que intentaba aumentar el ánimo de todas las personas a la redonda. Era difícil llevarle la contraria.

"No, no, no. Es tarde, sí, es tarde. Y-ya me voy. Es tarde. Debo ir a casa. Por favor" rogaba la voz.

No alejó la mirada de la puerta. Estaba seguro de que se trataba de un vagabundo que había entrado al hospital por sentir hormigas bajo la piel, pero sin duda alguna, husmear era más entretenido que tocar el vendaje sobre su nariz.

"Vamos, Joseph, sólo será un segundo, no dolerá nada. Debes calmarte, ¿sí?"

Al parecer, la voz tranquilizadora de la enfermera funcionó, porque ese tal Joseph no replicó más.

Luego de una serie de pasos, observó a un par de mujeres con uniforme blanco entrar a la habitación como policías a punto de colocar unas esposas, sostenían los brazos de un chico de piel morena y cabello castaño. Lucía demasiado normal, no como el vagabundo que esperaba. Si acaso se veía alterado, miraba en todas direcciones y abría los ojos demasiado.

Anelle y Barbie lo colocaron en la camilla a su lado, obligándole a recostarse sobre la frazada azul eléctrico. Cuando menos esperó, vio que una jeringa ya había sido inyectada en el dorso de su mano. Sus enormes ojos se alternaban entre ambas mujeres, lucía aterrorizado. Fue cuestión de segundos antes de que ellas soltaran una ligera carcajada que provocó la confusión del joven.

—Se trata de un tranquilizante —dijo Bárbara en voz dulce—. Solamente relájate, no tardará mucho en hacer efecto.

El muchacho asintió repetidas veces, dejando caer la cabeza sobre la dura almohada. Cerró los ojos cuando el líquido comenzó a bajar por un delgado tubo de plástico flexible.

Anelle no dejaba de proferir oraciones tranquilizadoras que resonaban contra todas las paredes —Aunque, quizá, susurros dirigidos a una sola persona podrían ser lo más conveniente en la situación. Había demasiados: "Todo está bien, cariño", y "Solamente cierra tus ojos si te sientes mareado, corazón".

Después de sus órdenes escondidas en palabras amorosas, ambas se fueron. Él aprovechó ese momento para inspeccionarlo a fondo. Tenía nariz afilada, ojos cafés y labios gruesos. Su cabello era demasiado rizado y corto; también, de alguna forma, estaba lleno de pecas, a pesar de tener piel color canela.

Era atractivo, no iba negarlo, a pesar de tener pómulos más resaltados de lo normal. Usaba un suéter gris y unos pantalones negros desgarrados en las rodillas, no llevaba zapatos, pero aun así tenía pinta de rico. Era obvio, lucía muy diferente a todas las personas allí; comenzando por él, que solamente vestía una camiseta raída agujereada de la parte inferior, un pantalón de mezclilla y sus únicas zapatillas de deporte.

Cuando entreabrió los ojos, se fijó en él. Estaba asustado, su pecho se movía exageradamente con cada exhalación. No dijo nada, sólo cargó con la percepción de sus ojos como por quince segundos antes de volver a su estado anterior.

Archie jugó con sus pulgares, tocó su nariz otra vez y se quejó en silencio, mientras escuchaba a una mujer hablar con algún guardia en la cabina próxima sobre un episodio aleatorio de La ley y el orden. Faltó poco para enterarse del caso entero, pero cuando los ojos de Joseph se abrieron, su interés por el secuestro de una niña en una ciudad ficticia se perdió por completo.

Le vio enderezarse, levantarse de la cama e intentar deshacerse de la aguja en su brazo. Supo al instante que sería difícil, pues su mano estaba rodeada por demasiados giros de cinta adhesiva, aprisionándole desde la palma hasta el inicio de la muñeca.

—¿Qué haces? —preguntó preocupado, viéndole dar jalones a las ataduras con cara de frustración.

No obtuvo respuesta. El chico estaba allí, de pie cerca de la cama, enterrando las uñas en la tela con pegamento adherida a su piel.

—¿Josh? Deja eso, estás en medio de una intoxicación. Sólo tranquilízate y espera —Intentó de nuevo, subiendo el tono de voz.

Joseph dejó de mover los dedos y fijó su vista en el suelo, confuso.

—Es Joe —Corrigió, sin mirarlo.

—Bien, de acuerdo, Joe. Vuelve a la cama, podrás irte cuando todo el contenido de esa bolsa termine—. Señaló con su mano libre la disolución colgando a su lado—. Recuéstate y no te muevas, porque la manguera podría llenarse de sangre y eso es malo.

—Pero debo ir a casa, es tarde. Gilinsky va a matarme si no estoy allí —dijo en voz baja, utilizando uno de sus dedos para soltar el pegamento.

—No, no es tarde, apenas es medio día. Mira el cielo —Apuntó por la ventana. Tenía la última camilla de toda la habitación, así que casi podía tocarla con la punta de los dedos—. Nadie se dará cuenta de que estás aquí, ahora recuéstate.

El castaño se relajó, soltando un suspiro. Lentamente tomó asiento sobre el delgado colchón, recostándose por completo; después giró para quedar en su dirección. Archie hizo lo mismo, reclinándose por primera vez en toda la mañana.

Colocó el brazo derecho bajo su cabeza, mientras el izquierdo estaba completamente adormecido por la mezcla de burtofanol y electrolitos. Le sonrió desde su sitio, a tan solo un metro y medio de separación.

Notó que poco a poco, comenzó a relajarse.


Crystal LinesWhere stories live. Discover now