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Llegó a casa. Colocó su paga semanal dentro de un jarrón en la cocina, extrajo de este una nota y una jeringa con un líquido transparente. El post-it naranja decía: "Voy a matarte esta noche, puta". Era su manera de decirle Te amo. La ignoró y la tiró al contenedor de basura después de reducirla a pequeños fragmentos.

Tomó la jeringa y se sentó debajo de la ventana, contando con la luz necesaria para lograr ver las delgadas venas en sus piernas. Su compañero de apartamento le había dicho que el efecto era mejor si se colocaba por vía intravenosa. Estaba cansado de picotearse los brazos, sus venas allí no se veían tan saltadas como en los muslos.

Había preferido dejar de ahorrar para marcharse porque, bueno, todas sus ganancias del restaurante se quedaban con Aaron y sus dosis diarias.

El chico era soportable cuando Archie tardaba de diez a quince minutos lejos de todos, cuando se inyectaba esa cosa y sentía un raro placer que lo alejaba de cualquier asunto. ¿A quién le importaba donde estuviera Joe? ¿En verdad alguien se interesaba por Chad y su televisión en el partido de los Red Sox que siempre podía escuchar cuando llegaba a casa?

Había aceptado que la manera en que su pareja le mostraba su amor era golpeándole, siendo tan rudo con él como para hacerlo llorar mientras lograba tener un orgasmo.

No se sentía mal. Estaba bien, sí, bien (hundido). 

Crystal LinesWhere stories live. Discover now