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El día siguiente fue uno de los más aburridos. Realizó la misma actividad de la tarde anterior: absolutamente nada.

Acababa de terminar el plato de comida que Barbie le había llevado y simplemente se dedicaba a espiar retazos de conversaciones que llegaban en oleadas de aire.

No obtuvo ninguna visita, pues parecía que nadie estaba empeñado en prestarle atención. Su padre tal vez continuaba ebrio, como siempre. Y era muy posible que a sus amigos del instituto no les importase su estado de salud ni el porqué de su inasistencia, pues nunca se había sentido cómodo sobre revelarles información personal, ya que lo consideraba como algo privado e íntimo. Por lo tanto, ellos ni siquiera se inmutaban cuando faltaba varios días o iba con moretones formados en partes visibles de su cuerpo.

Solamente tenía la esperanza de que Aaron fuera a visitarlo, pero al parecer aún seguía molesto. No creía que fuese a aparecer hasta que le rogara por perdón.

Sabía que Joe no iba a venir, probablemente ya estaba drogado otra vez o quizá hasta hubiese olvidado lo ocurrido. Reconocía que los drogadictos escasas veces cumplían sus promesas.

La tarde fue un poco menos solitaria. A esos de las seis, instalaron a una chica en la camilla a su lado. Era robusta, tenía cabello castaño y una venda cubriéndole todo el brazo. Ambos estaban solos en la habitación, acompañados por el sonido del ventilador al girar.

Aunque parecía casi imposible, ansiaba entablar una conversación. Ya llevaba tres días allí y la única charla que había tenido fue la de Joe. Se sentía tan solo que necesitaba interacción humana. Las enfermeras siempre estaban demasiado ocupadas para hablar con él, así que se dirigió a la muchacha a su lado cuando ella miró su rostro un par de veces con curiosidad.

—Me rompieron el tabique nasal —explicó.

—Qué mierda, eso debió doler —dijo en respuesta, arrugando la nariz y haciendo casi la misma mueca que hizo el sujeto del día anterior.

Allí fue cuando comenzó a preguntarse si en serio lucía tan mal. No había mirado el reflejo de su rostro desde el comienzo de la estadía, pero intuía que estaba lleno de moretones porque su piel era demasiado perceptible a daños. Y la forma en que todos le miraban hacía que, por lógica, pudiese confirmar su deteriorado aspecto.

—Mi hermana vació "accidentalmente" un sartén de agua hirviendo en mi brazo —dijo, rodando los ojos—. A veces es tan tonta. Ahora viviré con una cicatriz horrenda por su culpa.

Pensó un par de segundos antes de responder, porque sabía que quizá ella tuviese ideologías diferentes a las suyas; pero si algo había aprendido con el tiempo era que las cosas siempre podían ser peores, aun cuando casi resultara imposible.

—Deberías estar agradecida porque no fue más daño...

—¿Podría haber sido peor? —exclamó con escepticismo— No lo creo. La odio tanto por haberme hecho esto, es una imbécil.

—Dijiste que fue un accidente.

—Podría haberse evitado si no fuera tan torpe —Cruzó los brazos sobre su pecho, mirando al frente. Lucía realmente irritada.

—Continúo diciendo que los accidentes ocurren y que deberías perdonarla, no lo hizo intencionalmente —probó por última vez, con voz comprensiva, aún sin saber a dónde quería llegar.

—¿Quién eres tú? ¿El ángel justiciero de la paz? —respondió sarcástica, mirándole con el ceño fruncido.

Soltó un suspiro y se limitó al silencio. Algunas personas eran difíciles.

Crystal LinesWhere stories live. Discover now