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 Al parecer, la frustración de Aaron se disipó luego de estar dentro de él. Pidió una pizza por teléfono mientras Archie estaba sentado sobre el sofá, abrazando sus rodillas. Solamente usaba ropa interior, el cabello le caía en la frente, nublándole la visión, no había obtenido un corte en los últimos ocho meses y ya casi llegaba hasta los hombros.

Se sentía tan cansado que sus ojos parecían a punto de cerrarse; le dolía la parte interior de los muslos y, de alguna forma, no podía dejar de pensar en Joe. Su nombre persistía dando vueltas en su cabeza, no sabía cómo deshacerse de él.

Se ensimismó tanto en esos pensamientos que se perdió la llegada de la comida, solamente fue consciente de ello porque su estómago comenzó a rugir. Pero el aroma le provocó ganas de vomitar. Llevaba tantos días comiendo cosas sanas y bajas en grasa que la mezcla de condimentos en la salsa, la porción de pepperoni y el grasiento queso le causó repugnancia. Aún continuaba estando famélico, así que se obligó a comer un trozo, solo porque Aaron le había preguntado si tenía hambre y él asintió. Estaba comprometido ahora, sabía que si se negaba a comer habría una nueva pelea donde diría que no valoraba tooooda su buena cortesía.

—A veces me das asco porque pareces un saco de hueso —comentó el mayor, quien ya iba por la cuarta rebanada mientras Archie solamente se limitaba a masticar con lentitud la primera—. Siento que estoy follándome a un cadáver.

—Así es mi complexión.

Prefería evadir todo lo que dijera antes de tomarse las cosas a pecho, pues aprendió que era mejor ignorar los insultos, porque nunca ganaría contra él.

—Nunca comes. Cualquier persona que come solo una vez a la semana tiene tu complexión —Rodó los ojos.

Soltó un suspiro.

—Puedo comer más si quieres —sugirió, sin pensar.

—Me da igual lo que hagas.

Aaron terminó de comer, lanzó la caja con las sobras al suelo para que el perro las comiera y caminó hacia la ventana.

—¿Quién mierda es ese tipo? —dijo de repente.

Archie colocó los restos de su raquítica comida en la caja de Bark. Le siguió, colocándose a su lado para observar. Se quedó helado en cuestión de segundos, conocía a la persona que estaba allí.

Era Joe.

Caminaba de un lado a otro por la acera frente al edificio. Daba diez pasos hacia la derecha y regresaba sobre su rastro. No hacía nada más que caminar, viendo constantemente las ventanas de la edificación.

Contuvo el aliento, intentando parecer ajeno a la situación. La última vez que un desconocido irrumpió en la colonia había amanecido muerto tres días después.

En los barrios de clase social baja todo el mundo se conocía, las mujeres mayores que se sentaban afuera de los edificios a hablar sobre temas banales, los hombres que tenían jornadas negreras e iban juntos al trabajo, los borrachos que se contaban mentiras entre ellos, y los que cometían actividades ilegales (como vender drogas). Estos últimos dictaban el orden. Cuando algún extraño entraba, defendían el territorio, deshaciéndose de él antes de que fuera tarde.

Siempre había creído que Aaron vivía de actos ilegales, se abstuvo de preguntar al respecto porque sabía que no le respondería, pero lo sospechaba.

—Probablemente es otro vagabundo que no tiene a donde ir, o quizá alguien que se mudó al vecindario —sugirió, solo para que el interés del otro se fuera, pero seguía allí.

Crystal LinesWhere stories live. Discover now