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Jack se había ofrecido a llevarlo a casa. Él intentó negarse al principio, pero luego de sus primeras dos semanas trabajando, su jefe insistió en que lo dejara. El padre de Jack era una persona muy comprensiva que siempre estaba de buen humor; gracias a eso ya no debía caminar tanto y ahora se limitaba a recorrer solamente un par de cuadras.

Al entrar al apartamento lo primero que hizo fue alimentar al perro y preparar la cena de Aaron. Como él y Grey habían compartido una rebanada de pastel de manzana cuando terminaron de ordenar, se sentía lo suficientemente satisfecho para aguantar hasta el día próximo.

Aaron llegó a las doce de la noche. Él estaba tomando una ducha en la tina cuando la puerta se abrió. El chico se detuvo en el contorno del marco y le miró desde allí. Estaba lavando con cuidado los moretones y mordeduras en sus piernas, ni siquiera notó cuando se acercó, y menos cuando estuvo lo suficientemente cerca para lograr zambullir su cabeza en el agua y dejarlo allí unos quince segundos presionando con tanta fuerza que sentía que su espalda se partiría a la mitad y moriría ahogado con una fractura de columna. El agua estaba burbujeando a causa de su comprimida respiración e intranquilidad por salir.

Le soltó. Salió de nuevo a la superficie y tomó una enorme bocanada de oxígeno, mirándole con enojo.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó furioso, tallándose las esquinas de los ojos con las yemas de los dedos porque se había colado agua enjabonada a ellos.

—Porque puedo, tal vez —Aaron rio, hincándose cerca de la tina, colocando las manos sobre el borde de cerámica—. ¿Oh, qué pasa? ¿La zorra se ha enojado? —comentó con burla, fingiendo una voz lastimera.

Archie dejó de prestarle atención, mirando sus piernas sobresalir del agua. No dijo nada, simplemente frunció los labios y actuó como un perrito herido que no tiene nadie que le dé consuelo.

—Me resulta imposible notar que aún no te acostumbras a mis cariños, puta —rio de nuevo—. Hemos estado haciendo esto como... uhm, ¿qué son ya? ¿Tres años? Y aún actúas como una perra ofendida cada vez que el papi Aaron te da un poco de mimos.

Soltó un suspiro. Aaron tomó uno de sus brazos y le mordió varias veces, dejando marcas dolorosas en su muñeca, antebrazo y por encima del codo. Intentó alejarse, pero él le miró con seriedad. Como cada vez que le obligaba a hacer algo, optó por ignorarlo, viendo cómo dejaba el contorno rojizo de sus dientes en su piel cubierta de pecas.

Siguió duchándose cuando terminó de comerle el brazo, enjabonándose mientras el otro fumaba un porro de mariguana, sentado sobre el lavabo.

Salió de bañarse y fue directo a la sala, en particular a la caja donde tenía las cosas que un día sacó por la ventana de la habitación que ahora le pertenecía a su padre. Antes de que se pusiera la ropa interior, cuando se secaba el cabello con una toalla, su novio apareció tras él, tomándolo de la cintura y presionándole su erección contra el trasero mientras sostenía los restos del porro casero entre los dedos.

—Tengo algo que quiero mostrarte, princesa —susurró en su oído, acercándose demasiado a su cuello y posando un beso en ese sitio.

Lo arrastró hacia esa habitación donde tenía prohibido entrar, giró la perilla y encendió la luz azul neón que iluminaba el techo. Se detuvo hasta estar cerca de una desatendida cama de doble plaza, se inclinó para extraer algo debajo de esta. Aaron se sentó sobre el suelo, recargado contra la pared y le pidió que hiciera lo mismo. Sabía que nada bueno iba a salir de ese sitio, pero aun así guardó silencio, observándole con ojos curiosos hasta que le vio sacar una jeringa y una pequeña bolsa con cristales irregulares de color blanco.

—Aaron, por favor, no —rogó, sintiendo su voz quebrándose.

Éste le había inmovilizado sobre la alfombra después de preparar la infusión y meterla a la jeringa, se deshizo de la aguja, e intentaba introducírsela por el trasero.

—Deja de quejarte, idiota, dicen que se siente demasiado bien.

—¿Según quién? —inquirió Archie, con voz sarcástica y presa del miedo.

—Las putas de los prostíbulos caros. Deberías sentirte alagado, esta mierda vale más de cuarenta dólares.

—Aaron —gritó, intentando removerse bajo su agarre—. Déjame en paz, por favor —A último momento reguló su tono de voz, haciendo que saliera como una ligera onda de aire.

El chico le golpeó en la espalda, fue un golpe tan doloroso que no pudo evitar gemir, dejando de moverse para que no le hiciera más daño. Metió la jeringa hasta el fondo y presionó, vertiendo toda la mezcla en su interior.

Sí, se sentía genial. Sí, su trasero estaba entumecido y había sentido una enorme sensibilidad después de diez segundos. Sí, solamente quería que Aaron le follara de una forma tan ruda como para poder decirle papi, te amo y fóllame como la zorra que soy. Sí, estaba a punto de correrse con tan solo tocar su propia entrepierna.

Y sí, Aaron era un hijo de puta.

Las embestidas fueron tan duras que le dejaron marcas, solamente estaba golpeándose continuamente una y otra vez contra él, sintiendo el constante repiqueteo de sus testículos al chocar y los gemidos que soltaba Archie cada vez que tenía la oportunidad. Tal vez todo el mundo estaba escuchándolos, porque no eran gemidos silenciosos, eran de ese tipo de gritos que había en las porno cuando estas no tenían micrófonos. Quizá todo el piso sabía lo que estaban haciendo, porque no dejaba de repetir una y otra vez...

—Demonios, Aaron, soy tu puta.

Y, mierda, sí, podía ser la puta de Aaron mientras éste le metiera metanfetaminas en el trasero.

Crystal LinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora