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—¿Así es tu nariz o...? —cuestionó Joe en voz baja, después de mirarlo un largo rato.

No habían hecho nada más que mirarse el uno al otro. Él observaba con curiosidad el rostro de Archie. Su mirada era tan insistente que consiguió incomodarlo en cuestión de segundos.

Se llevó los dedos a la nariz otra vez, pasándolos por el puente de ésta mientras centraba su atención en sus propios movimientos. Podía notar la gasa sobresalir a ambos lados de su tabique nasal, era completamente blanca.

Le parecía difícil asimilar que hace un par de días todo estuviera sangrando al grado de provocarle un desmayo en la puerta del hospital.

—Me dieron un puñetazo —dijo con sinceridad—, hace dos días. Mi...

—¿Duele? —interrumpió arrugando la frente, como si le doliera imaginarlo.

De alguna manera, se alegró por la interrupción, porque cuando se lo dijo a las enfermeras, ellas le miraron con tristeza y comenzaron a murmurar palabras de apoyo. Y un par de horas después tenía varios folletos de violencia familiar sobre su regazo, con el pretexto de que los leyera porque lucía aburrido.

—Sí, un poco —Admitió.

El burtofanol ya estaba haciendo efecto y el dolor casi se apaciguaba por completo, pero la picazón de la venda continuaba allí, arañándole de vez en cuando.

Su compañero de camilla murmuró en respuesta algo que no comprendió. Apenas iba a preguntarle a qué se refería cuando su voz volvió a llenar la habitación, arrastrándose en las últimas palabras, como si tuviera la lengua pegada al paladar y le pareciera difícil establecer una frase decente.

—¿Puedo tocarla?

—¿Por qué querrías tocar mi nariz? —cuestionó a su vez, riendo un poco ante la rareza de la petición.

—Porque se ve genial —dijo en respuesta.

—No creo que eso sea correcto.

El moreno soltó un suspiro y cerró los ojos, acomodándose en la cama para lograr introducir una de sus manos bajo su cabeza.

—¿Por favor? —pidió, como si se tratase de un niño arriesgándose a hacer una petición prohibida.

—¿Por qué quieres tocarme?

—Porque eres muy genial.

—No soy genial, simplemente aún no entiendes todo lo que haces.

Suspiró, abriendo los ojos. Sin esperar una autorización, llevó una mano a la cara de Archie. Sus dedos temblaban al posarla sobre su mejilla, acariciando los bordes de la gasa cuadrada que casi cubría la mitad central del rostro.

—Sí, sí. Lo eres —murmuró alegre. Su voz sonaba como una canción, era apenas un susurro meloso.

—¿Soy qué?

El chico de ojos azules no pudo evitar sonreír, provocando que la piel de sus mejillas escociera.

—Tan genial como pareces. Tu cara es genial, tienes demasiados puntos cafés en ella.

—Se llaman lunares.

La separación entre ambas camas provocaba que solo pudiese tocarlo de manera superficial. Se movió hasta deshacerse del contacto contrario.

Él se quedó allí, manteniendo el brazo estirado un par de segundos, luego lo dejó caer. Su mano quedó colgando de la cama. Había heridas en sus nudillos, parecía que se hubiera golpeado contra algo hasta hacerse sangrar.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Archie esta vez.

—Porque aún no es tarde —susurró, como si estuviese contando un secreto.

—¿Tarde para qué?

—Para ir a casa.

Le miró sin entender, pero aun así asintió con una inclinación de cabeza.

Joe volvió a cerrar los ojos y dijo algo en voz baja que tampoco logró comprender. Después se quedó callado, golpeándose los nudillos contra la base metálica de la camilla mientras se entretenía en algún punto invisible en la pared.

Barbie entró a la habitación después de una hora, sosteniendo una tabla de datos en la mano. Luego de sonreírle, tocó el hombro del otro muchacho para atraer su atención.

—¿Qué tal te sientes, Joseph? —preguntó amablemente.

Él giró para encarar a la enfermera de piel achocolatada, sentándose en el bordo de la cama.

—Bien —respondió, asintiendo un par de veces.

No sonaba muy convencido, aun así ella lo pasó por alto.

—¿Quieres ir a casa?

—¿Eh? —cuestionó confundido, como si no entendiera a qué se refería dicho término.

—Ya es hora de marcharte, hay más personas necesitando esa camilla.

Supo al instante que se trataba de una mentira, pues había pasado la mañana entera solo en esa pequeña habitación con cinco camas. No se atrevió a contrariarla, sabía que tenía mal temperamento. Cuando la hacías enojar solía irse y no regresar hasta la siguiente jornada, olvidándose de ti. Así que no quería intervenir, no cuando ella le llevaba la comida tres veces al día.

—Pero, yo...

El castaño negó con un movimiento de cabeza; sin embargo, la mujer no le dio oportunidad, ya estaba extrayendo unas pequeñas tijeras metálicas de su bolsillo.

—Es hora de irte. Archie está cansado y necesita dormir —Intentó con una excusa diferente, tomándole la mano de la intravenosa para deshacerse de ella.

—Pero yo...

—Debe descansar, tuvo una reconstrucción de nariz y necesita reposo —dijo con voz severa, cortando la cinta adhesiva.

Él solo alternaba miradas del muchacho a la enfermera. En serio parecía que sí deseaba quedarse, cosa que ninguno de los dos entendía porque ese sitio no era tan agradable como para querer pasar la tarde entera.

Aún no se animaba a levantarse de la cama. Bárbara parecía a punto de comenzar a gritar o lanzarlo fuera. Archie se sintió responsable de la situación, pues comprendió que no quería marcharse por su causa.

—Puedes venir mañana a la hora de visitas, Joe. No hay problema —ofreció, reconociendo que dicho horario no existía—. Estaré aquí toda la semana.

Joseph fijó sus ojos en él, intentando comprobar si la invitación era real. Le sonrió en respuesta, así que se limitó a asentir y dejar a la enfermera extraer la aguja de su mano.


Crystal LinesWhere stories live. Discover now