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Cuando consiguió que se marchara —después de quince minutos—, salió de la pieza, cruzando el pequeño pasillo que separaba las habitaciones de la sala-comedor. No se atrevió a apagar el ruidoso sonido del televisor porque de hacerlo su padre despertaría, y él deseaba un poco más de tranquilidad.

Se dirigió a la cocina, soltando una exhalación. Había latas de cerveza vacías por todos lados, contenedores de comida preparada llenando el lavabo, colillas de cigarros y más objetos que lograban la apariencia de un basurero.

Abrió el refrigerador, creyendo que conseguiría algo de comida, pero todo lo que encontró fue un frasco de mostaza, un par de manzanas podridas que botó a la basura y dos docenas de cervezas llenando los estantes. Tomó las primeras cuatro que vio unidas por un aro plástico y salió de casa por la puerta principal.

Echó un último vistazo atrás, topándose con su padre sobre el sofá. No se había movido ni un centímetro, tenía la boca abierta y un hilo de saliva colgaba de un extremo.

Cerró la puerta con cuidado, caminó diez pasos hacia la izquierda, topándose con otra puerta igual con el número 47 en grande, la suya era la 45. A su lado, estaba una maseta sin plantas que servía de cenicero, lo levantó un poco para extraer una llave de abajo, que encajó a la perfección con la cerradura.

El interior del apartamento estaba hecho un desastre total, compartiendo similitudes con todo lo que había visto hasta el momento en el vecindario.

Cerró la puerta antes de que Bark, el perro, saliera, porque había corrido hacia él cuando le vio entrar, ladrando furioso.

—Veo que me extrañaste —dijo, ignorando las mordidas que asestaba a sus tobillos—. Ya detente —murmuró, dándole una débil patada cuando le clavó los dientes en la carne de su pie.

El animal aulló escandalosamente, como si lo hubieran metido a un triturador.

—No seas tan exagerado.

Y volvió a gruñir, sin permitirle avanzar hacia el interior de la casa.

El sitio compartía las mismas proporciones que el propio, las paredes estaban ubicadas siguiendo el mismo plano; pero lograba verse un poco más amplio porque él no coleccionaba tantas cosas como su padre, quien aún tenía toda la colección de cucharas de mamá, los patines de su hermano Hayes, los libros de universidad de Will y el caballito que se balanceaba donde Sky solía jugar cuando llegaba de la escuela.

A parte de tener basura, su casa estaba llena de recuerdos. Aaron solamente tenía un sofá, un colchón en el suelo con una sábana encima, un refrigerador barista y un horno de microondas.

Apareció, saliendo de la habitación donde dormía. Archie pensó que obtendría una cálida bienvenida, pero lo único que se ganó fue el despojo de las cervezas (Que de cualquier manera eran para él). Le vio caminar hacia el sofá, sin molestarse en hablarle.

También el perro había perdido interés en él, siguiendo a su dueño y subiéndose a su lado.

Ignoró eso y se les unió, sentándose cerca de Aaron, quien había comenzado a leer una revista vieja para no prestarle atención.

—Tuvieron que operarme —dijo Archie, solamente para mitigar el silencio.

Obtuvo un bufido en respuesta.

—Estuve allí una semana entera, de lunes a domingo —comenzó, acomodándose en el sofá para lograr verlo de frente, sosteniendo su peso sobre una de sus piernas.

Su novio cambió la página.

—Me dolió demasiado —suspiró, recordando el dolor que había sufrido el primer día. Literal, algo crujió y un grifo se había activado; sangró por casi diez minutos hasta que decidió ir al hospital... En todo ese tiempo, Aaron había estado hablando por teléfono.

Recargó la cabeza en el respaldo, mirando el techo cuarteado por los temblores y el tiempo. Escuchó el sonido de una lata de cerveza abrirse.

—Sentía que...

—¿Estás esperando que llore por ti o algo? —cuestionó el castaño a su lado, con voz tosca y ruda, dándole un sorbo a la bebida—. Porque si es así puedes irte borrando esas pendejadas de la cabeza.

—¿Qué? No, nunca pensé en eso —respondió alarmado, observándole con preocupación. Explotaba tan fácil que hasta respirar era riesgoso.

—¿Y qué quieres que te diga? ¿Que fuiste un estúpido y actuaste como una princesita cuando ambos sabemos que eres una zorra?

—Aaron, yo nunca...

—¿Por qué nunca quieres hacerlo conmigo? —preguntó frustrado, cambiando el tema tan rápido que Archie no pudo evitar parpadear confundido.

—Sí quiero hacerlo, créeme —confesó, en voz suave.

—No últimamente.

—¡Estuve en el hospital! —repitió, su voz salió algo chillona y ambos se quedaron callados, observándose.

Aaron estaba tan serio como siempre que por un momento intuyó que iba a golpearlo de nuevo. Pero de repente atacó su cuello, besándole torpemente, con más mordidas que besos. Iba a despertar al día siguiente con decenas de hematomas.

Era demasiado brusco y no le gustaba ni un poco. Parecía que no contaba, no tenía voz, no podía quejarse ni marcharse, porque sabía que si se iba, él no impediría su partida.

Simplemente no sentía nada, pero esos era los únicos minutos donde creía que alguien le necesitaba.  


Crystal LinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora