xiii

403 58 5
                                    

Se levantó tarde, realmente no tenía ganas de ir al instituto, así que simplemente no fue.

Aaron jamás estaba en casa por las mañanas, por lo que decidió salir de su habitación, robarle un par de billetes a su padre de la cartera que siempre dejaba sobre el televisor e ir hasta la tienda más cercana a comprar productos y prepararle el desayuno.

Había comprado los objetos necesarios para una tortilla francesa con hongos. Le fascinaba la cocina, solía prepararle distintos platillos a Chad cuando no estaba borracho. Incluso el hombre una vez le había obsequiado un libro de gastronomía, que era donde recurría cuando olvidaba una receta.

Su padre había sido un general de infantería en el ejército, pero en el auge de su carrera tuvo un accidente a causa de una bala disparada, donde perdió la visión del ojo derecho. Después de ese suceso, la armada lo había jubilado a temprana edad y allí fue cuando todo se volvió un desastre.

Antes eran una familia feliz, conformada por una perfecta pareja alegre y cuatro ejemplares hijos. Luego ocurrió la cosa de Will, su papá recayó en el alcohol y su madre se marchó, llevándose a sus dos hermanos menores. Él prefirió quedarse con Chad porque realmente le amaba, pero a veces se arrepentía demasiado. Había perdido su oportunidad y sabía que mamá no regresaría, ni siquiera le llamaba por teléfono, así que debía resignarse a vivir con un alcohólico que a veces amanecía dormido en alguna acera.

Solía mantenerse alejado de él cuando estaba ebrio, porque siempre se ponía muy gruñón y alegaba con todo el mundo. No era lindo verlo así, pero en su mayoría, cuando el efecto del alcohol terminaba, era una persona muy cálida (Aunque este segundo estado se veía pocas veces).

Vertió los huevos a un plato y comenzó a mezclarlos con un tenedor, sentado en el taburete de la cocina.

Podía verlo desde allí, estaba dormido en el sofá verde que tenían desde hace más de ocho años.

Continuó preparando el desayuno, tarareando una canción comercial que estaba sonando por todos lados y era imposible ignorar. Colocó la mezcla sobre una sartén caliente después de engrasarla.

Se había entretenido tanto que no notó que su papá estaba tomando asiento en uno de los dos banquillos altos que tenía la barra donde solían comer.

—No te vi llegar —dijo, mientras se estiraba para bajar un plato de la alacena.

—Ni yo a ti —respondió su padre, rascándose la barbilla—. ¿En dónde estabas? fui a la comandancia a reportar tu desaparición.

—¿Y qué pasó? —preguntó con desinterés. Sabía que mentía, pues no era la primera vez que pasaba semanas en el hospital; él jamás solía interesarse.

—Me dijeron que no estabas allí, así que fui a comprar más cervezas —bromeó, soltando una risa que sonaba como cuero desgastado.

Archie soltó un suspiro y le miró con fastidio, había muchas probabilidades de que no se tratara de una broma.

—Sabes que no estoy hablando en serio —El hombre se enserió luego de verle—. Tu amigo Aaron dijo que estabas en el hospital porque te habías caído de las escaleras.

—Sí eso pasó —asintió, sirviéndole la tortilla en un plato—, me caí de las escaleras. ¿Por qué no fuiste a visitarme?

—Pensé que necesitabas espacio —respondió Chad, cortando un trozo con el tenedor y llevándoselo a la boca—. Sé que te gusta estar solo y no quería avergonzarte. A parte, hay como cuarenta hospitales en esa ciudad, nunca iba a terminar. ¿Cómo resultaron las cosas?

—Pues... creo que bien. Solamente tuve una fractura —respondió, sentándose en el banco frente a él.

—Ugh. Cuando estaba en el ejército, una vez alguien le dio una patada en la cara a uno de los soldados rasos al bajar de la camioneta. Era mi turno de estar a cargo, y toda la culpa recayó en mí como si yo hubiese sido quien asestó el golpe. La única ventaja fue que solamente hubo una reconstrucción de nariz y un mes de incapacidad, si no las cosas hubieran sido peor —Se levantó para caminar hasta el refrigerador, sacó una cerveza y volvió a la barra—. Siempre ocurrían cosas así, no entiendo porque armaban tanto alboroto cada vez que alguien se fracturaba.

Movió la cabeza para afirmar que estaba escuchando. Veía a su padre disimuladamente mientras aplastaba la cáscara de un huevo con las yemas de los dedos.

Había ganado unos veinte kilos desde la jubilación, la barba le caía sobre una rechoncha barriga que siempre intentaba cubrir con sus antiguas chaquetas camufladas —que no le quedaban tan bien como antes—, su rostro estaba sucio y podía oler el hedor que emanaba, que resultaba parecido al de las cervezas rancias. De no ser porque uno de sus ojos estaba blanquecino, Archie podía verse reflejado en él. Demacrado, solitario y viejo, así se vería en un futuro.

—¿No vas a comer nada? —preguntó, devolviéndole la mirada.

Se alzó de hombros, era su manera de negarse.

—Tal vez después.

Regresó a su habitación luego de que Chad acabara de comer, él se había ofrecido a lavar la losa. Fue algo digno de agradecer, porque tenía muchísimas cosas pendientes. El día anterior se deshizo de toda la basura y latas de aluminio que encontró, pero eso solo era una parte microscópica del desastre que debía limpiar.

Entró a su habitación y cerró la puerta tras él. Al ver a Joe sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la cama, leyendo uno de sus libros de la secundaria, casi soltó un grito.

—¿Qué haces aquí? —murmuró, escuchaba el sonido de los trastos en la cocina.

—Cuando quieras venir, solamente entra por la ventana y escóndete en el closet, pero no estés allí caminando como loco —dijo, citando la frase que había usado pocos días atrás. Dejó el libro sobre la cama.

—Sí, yo dije eso —Archie respondió, caminando hacia él y sentándose a su lado—. Pero no pensé que tendrías ganas de regresar.

—Hago cualquier cosa por verte —respondió con simpleza, dejando el libro sobre la cama.

Archie sonrió, guardando silencio. Se sentía como se había sentido hace cuatro años, cuando tenía casi trece años y alguna chica le regalaba una carta el día de san Valentín. Especial.

Estuvieron así un rato más, apenas eran las once de la mañana, no tenía nada que hacer (Se había olvidado de todos sus deberes). solo se limitaba a estar sentado cerca de Joe.

—¿Tienes algo que hacer hoy? —preguntó éste de repente, volteándose a mirarlo.

Negó con un movimiento de cabeza.

—¿Por qué?

Buscó debajo de la cama una goma elástica y amarró su cabello. A veces era molesto ir por la vida sin obtener un corte, pero le daba pereza hacer fila en alguna peluquería.

—¿Quieres ir a mi casa?

—Sí, por qué no —asintió. Moría de curiosidad por saber dónde vivía.

—Queda un poco lejos, ¿estás seguro?

—Sí, por qué no. No tengo nada que hacer hoy.

—Bien —Se levantó. Por instinto, caminó hacia la puerta. Lo detuvo, tocándole el hombro y apuntando la ventana. 

Crystal LinesWhere stories live. Discover now