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Aaron llegó cuando el cielo color turquesa estaba a punto de convertirse en negro. Abrió la puerta principal, encendió la luz y le vio recostado en el sofá.

Él despertó al percibir los alegres ladridos de Bark; sin embargo, no levantó la vista. Fijó los ojos en la pequeña ventana que daba hacia afuera. La luna estaba en su máximo esplendor, mostrando un tono amarillento y opaco a causa de la contaminación.

El tipo fue a la cocina, haciendo un verdadero desastre sonoro. Volvió a la sala con un plato de comida enlatada, le toqueteó el hombro para que le dejara sentarse. Archie se posicionó en un extremo abrazándose las rodillas, fijando sus ojos en un punto ciego.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó, su voz sonaba desinteresada.

—Chad me botó de casa.

—Vaya mierda —respondió, llevándose comida a la boca.

—¿Puedo quedarme por un tiempo? —preguntó tímidamente, mirándole por primera vez.

Estaba seguro que negaría o alegaría sobre eso. Le daba una flojera inmensa pedirlo, pero sabía que las cosas serían peor si se quedaba callado.

—O sea, ¿cómo? ¿Solo así? ¿Me mandas a la mierda una semana y después quieres quedarte en mi casa? Por supuesto que sí —contestó sarcástico, otorgándole una mirada severa—, ya sabes que el pendejo de Aaron puede darte asilo.

—Por favor —rogó Archie, sintiendo que debía tomar medidas exhaustivas si quería quedarse. Se acercó a él y colocó una mano sobre su muslo moviéndola de abajo hacia arriba—. Por favor, solo serán un par de semanas.

—¿Y qué obtendré de eso? —preguntó. Su voz se notaba un ápice diferente, tal vez ver en donde estaba tocando hacía que las cosas tomaran un color distinto.

—Buscaré un trabajo y te pagaré la mitad de la renta.

—Sabes que no necesito dinero.

Soltó un suspiro, sin saber qué ofrecerle a una persona tan difícil.

—Te cocinaré, ayudaré con la limpieza —enlistó, levantándose del sofá y subiéndose a horcajadas a sus piernas—, le daré de comer a Bark.

—Mi perro te odia —Recordó el otro, dejando el plato sobre la mesilla alta a su lado y mirándole con interés.

—Podemos arreglarnos —dijo, fingiendo su mejor sonrisa cuando comenzó a tocarle el trasero—. ¿Qué dices?

—Está bien, puedes quedarte el tiempo que quieras.

Archie asintió, comenzando a bajarle la bragueta del pantalón para intentar devolverle una porción microscópica del favor, pero antes de que pudiera continuar, le detuvo:

—Hay condiciones —dijo apuntándole con un dedo—. Número uno: no le abras la puerta a nadie mientras no esté; número dos: deja de ser una perra chillona y no hagas ruido; y número tres: no entres a mi habitación, nunca —Señaló una puerta al final del pasillo. En los tres años que llevaba yendo a la casa, nunca había puesto un pie dentro, no sería tan difícil.

Asintió otra vez. Le dio tarjeta verde para continuar con la actividad que habían pausado.

Aaron era una mierda en toda la expresión de la palabra. Conseguía que su corazón palpitara más rápido de lo normal cuando le veía, porque Dios, sabía que nada saldría bien cuando estaba allí. No podía relajarse, no podía tener una charla amena, no podía decir nada sin recibir un Cállate de una puta vez.

Crystal LinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora