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Liz

Nos anunciaron que al planeta Tierra solo le quedan, nada más y nada menos, que treinta días. Un asteroide se estrellará con nuestro planeta destruyéndolo todo y a todos. Los científicos ya lo sabían desde antes, por supuesto, pero ¿por qué decidieron contarnos recién ahora? No lo sé, tal vez para que no cunda el pánico. Aunque la gente ha reaccionado de diferentes modos: algunos directamente se descontrolaron y viven el hoy y el ahora haciendo todo lo que se les plazca, otros hacen como si nunca se hubieran enterado e intentan seguir con sus vidas normalmente, hay una pequeña minoría a la que le alegra el hecho de que desaparezcamos y luego están a los que todo esto los deprimió; entre estos últimos me encuentro yo.

Ahora lo único que hago es sentarme en aquel banco del parque a escribir u observar lo que sucede a mí alrededor. Escucho unos pasos que se acercan y, al girarme, veo al chico de ojos azules sentarse en el otro extremo de la banca. Esto sucede muy a menudo y por alguna extraña razón llevamos años sentándonos el mismo lugar, sin hablarnos... tan solo una mirada cuando alguno de los dos llega o se va.

Pero esta vez es diferente.

El chico mantiene su vista en mí y sonríe. Yo, lo único que puedo hacer ante la sorpresa que me causa esto, es fruncir el ceño y esperar a que haga algo.

— ¿Cómo te llamas? —me pregunta. Nunca antes había escuchado su voz, ésta es suave y grave.

— ¿Qué? —musito perpleja y con el ceño aún más fruncido si es eso posible.

— ¿Cómo te llamas? —me repite con su sonrisa torcida; en cuanto a mí, abro bien los ojos y lo escudriño, intentando averiguar si se trata de una broma — ¿No vas a responderme?

—Elizabeth —digo casi en un susurro.

—Elizabeth —repite para sí mismo, como si estuviera memorizándolo —Es un bonito nombre.

— ¿Por qué de repente decides hablarme? —le suelto y él ríe.

—No lo sé —dice encogiéndose de hombros y dirigiendo su vista al frente —Supongo que ya no me queda nada que perder.

— ¿Acaso habrías perdido algo con hacerlo antes?

—Tal vez ¿quién sabe?

Nos quedamos en silencio un buen rato, sin mirarnos. Escucho su respiración lenta y constante, el canto de los pájaros y las ramas chocando entre ellas a causa del viento.

—Liz, fue un placer hablarte —dice el chico de ojos azules mientras se pone de pie.

Yo no hago ni digo nada, aunque sé que él espera que le conteste.

—Por cierto, mi nombre es Ethan —añade, se da media vuelta y se va, mientras que yo solo lo observo alejarse, aún sin entender qué fue todo eso.

No puedo evitar recordar en que me ha llamado Liz, todos mis conocidos me dicen Beth.

Pero Liz suena bien, me gusta.

Thirty daysWhere stories live. Discover now