21

5K 533 31
                                    

Ethan

Camino tranquilamente hacia el banco y la distingo allí sentada. El tronco de Liz está algo inclinado hacia adelante, tiene mi libro sujeto en sus dos manos y su cabello le cae por ambos lados de su rostro como cascada. Observo que sus ojos se mueven de un lado a otro, siguiendo los renglones, a toda velocidad y noto que ya ha leído como un tercio del libro.

Carraspeo y ella aparta la mirada de éste, para luego observarme mientras una sonrisa se le dibuja en el rostro.

—Hola —saludo.

—Hola —responde.

Saco una canasta de detrás de mí y ella la observa con atención.

—Se me ha ocurrido la loca idea de hacer un picnic —digo con expresión divertida y ella ríe sin poder creérselo.

— ¿Y cómo es que se te ha ocurrido esa loca idea? —me pregunta con un brillo en los ojos.

—Cuando estaba comiendo un sándwich, ayer por la noche, y vi un mantel a cuadros blanco y rojo, entonces pensé ¿por qué no? —explico y ella comienza a reírse, parece entusiasmada ante la idea.

Me ayuda a colocar el mantel en el césped, debajo de la sombra de un viejo roble, y a sacar la comida, que básicamente se trata de sándwiches, de la canasta. Ambos nos sentamos con las piernas cruzadas y comenzamos a comer. La realidad es que estaba muerto de hambre.

Entonces Liz se detiene y abre bien los ojos, con su vista clavada en el sándwich.

—Por favor dime que no tenía mantequilla de maní —dice llena de preocupación.

—Oh oh —digo cuando lo observo —Y tú dime que no eres alérgica al maní.

—Lo soy —responde y comienza a respirar agitadamente. Se cae de espaldas y comienza a desesperarse — ¡Llama a alguien!

Yo también me desespero y pido a gritos ayuda. Luego sucede algo totalmente inesperado: se incorpora y me tapa la boca con la mano, mientras oigo su risa contagiosa.

— ¿Pero qué...? —empiezo a decir estupefacto. Su risa cada vez se hace más fuerte hasta convertirse en una carcajada.

—Ay por Dios, debiste ver tu rostro —dice sin parar de reír —Lo siento... siempre quise hacer eso —al ver mi rostro, que aún mantiene la preocupación, se detiene un poco y me abraza.

—Gracias por preocuparte por mí —me susurra al oído y se aparta un poco más calmada.

— ¿De nada?

—Enserio, lo siento —dice con una sonrisa, y yo asiento también sonriendo.

Nunca había visto ese lado de Liz, pero debo admitir que realmente me agrada.

Como todo en ella.

Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora