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Ethan

Las gotas caen del cielo torrencialmente empapando a una Liz totalmente feliz y despreocupada. Escucho su risa y sus ojos brillosos se dirigen a mí.

— ¡Ven, deja ese paraguas! —dice desde lejos con una amplia sonrisa.

Me limito a negar con la cabeza. A decir verdad, no me gusta mucho la lluvia.

Ella corre hacia mí, levantando arena tras sus pasos y, una vez que la tengo enfrente de mí, intenta quitarme el paraguas pero logro esquivarla con facilidad.

—Ni lo pienses —sonrío.

—Oh, vamos —insiste con su carita de cachorro, provocando risas de mi parte.

De repente veo cómo se lanza sobre mí, logrando que los dos caigamos al suelo y que el condenado paraguas salga volando, arrastrado por el viento. Mi vista se dirige hacia Liz, quien se encuentra sobre mí sin parar de reír y se aparta hasta quedar a mi lado, recostada boca arriba.

Una vez más, siento mariposas en el estómago.

— ¿Era necesario hacer eso? —pregunto con una sonrisa.

—Sip —responde.

La observo y veo que está cubierta de arena.

— ¿Acaso no te pica? —le pregunto y ella entiende mi referencia.

—Claro que sí, ¿pero qué importa? —dice.

Decido incorporarme y Liz hace lo mismo.

—Ven —susurra y me sujeta de la mano para luego salir corriendo en dirección al mar, obligándome a seguirla. Se detiene en donde rompen las olas y me sonríe.

Por suerte la lluvia cesa, aunque el cielo no se despeja sí comienza a oscurecer.

—Oye, ¿qué dices si hacemos una fogata? —propone con entusiasmo y no me le puedo negar.

—Vale, iré a buscar algo de madera —digo y ella asiente.

—Genial —responde y comienza a adentrarse en el mar.

— ¿Qué estás haciendo? —pregunto mirándola perplejo.

—Oh, solo voy a quitarme un poco de arena, te espero aquí.

— ¿Estarás bien?

—Por supuesto que sí, tonto —me sonríe mientras se aleja más de mí.

Asiento algo inseguro y comienzo a caminar en dirección a la casa, en busca de leña. Encuentro dentro de la pequeña chimenea, y la recojo junto con un encendedor.

En cuanto llego al lugar en el cual nos habíamos separado, ya está oscuro y no alcanzo a verla por ningún lado. La preocupación y el miedo me invaden, haciendo que se me ponga la piel de gallina y comienzo a gritar su nombre con desesperación.

—Hey —escucho su suave voz detrás de mí y una mano se apoya sobre mi hombro. Me doy la vuelta y la veo con los ojos bien abiertos, mirándome preocupada —Estoy bien, tranquilo —dice y me dedica una reconfortante sonrisa.

Entonces la abrazo, porque es lo único que necesito en este momento.

Y me tranquiliza saber que ella también me abraza de vuelta.

Thirty daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora